A continuación, el discurso completo que el Papa Francisco dirigió esta mañana a las autoridades y cuerpo diplomático de Luxemburgo:

Estoy contento de realizar esta visita al Gran Ducado de Luxemburgo. Mi agradecimiento sincero a  Su Alteza Real; y también al Primer Ministro por las cordiales expresiones de bienvenida que me ha  dispensado y por la bienvenida tan familiar, con su familia.

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Debido a su especial situación geográfica, en la confluencia de diferentes áreas lingüísticas y  culturales, Luxemburgo se encontró con frecuencia en la encrucijada de los acontecimientos históricos  europeos más relevantes; dos veces, en la primera mitad del siglo pasado, tuvo que sufrir la invasión y la  privación de libertad e independencia.  

Aleccionado por su historia, la historia maestra de su vida, desde el final de la Segunda Guerra Mundial vuestro país se ha  distinguido por su compromiso en construir una Europa unida y solidaria, en la que cada país, grande o  pequeño que fuera, tuviera su propio papel, dejando atrás por fin las divisiones, los contrastes y las guerras provocadas por nacionalismos exasperados e ideologías perniciosas. Las ideologías son siempre un enemigo de la democracia.

También hay que reconocer que cuando prevalece la lógica del enfrentamiento y de la  contraposición violenta, los lugares que se encuentran en la frontera entre las potencias en conflicto acaban  siendo —a pesar suyo— fuertemente implicados. Cuando, en cambio, los espíritus encuentran por fin  caminos de sabiduría, y la oposición es sustituida por la cooperación, entonces esos mismos lugares se  convierten en los más adecuados para indicar, no sólo simbólicamente, la necesidad de una nueva era de  paz y las vías a seguir. 

Luxemburgo, miembro fundador de la Unión Europea y de sus Comunidades predecesoras, sede de  numerosas instituciones europeas, entre ellas el Tribunal de Justicia de la Unión, el Tribunal de Cuentas y  el Banco de Inversiones, no es una excepción a esta regla. Y esto se hace siempre con la paz, no olvidemos que la guerra siempre es una derrota. La historia que tiene Luxemburgo de hacer paz, es necesaria. Es muy triste que hoy, en un país de Europa, las inversiones que dan más beneficio son las de la fábrica de armas. Es muy triste. 

A su vez, la sólida estructura democrática de vuestro país, que vela por la dignidad de la persona  humana y la defensa de sus libertades fundamentales, es el requisito indispensable para desempeñar un  papel tan relevante en el contexto continental. En efecto, no es la extensión del territorio o el número de  habitantes la condición indispensable para que un Estado desempeñe un papel importante en la escena  internacional, o para que se convierta en un centro neurálgico a nivel económico y financiero. Es más bien  la paciente construcción de instituciones y leyes sabias que, al regular la vida de los ciudadanos según  criterios de equidad y en el respeto del estado de derecho, sitúan a la persona y al bien común en el centro,  previniendo y contrarrestando los peligros de discriminación y exclusión.

Luxemburgo, un país de puertas abiertas, tiene un bello testimonio de no discriminación y no exclusión. En este sentido, siguen siendo actuales las palabras que san Juan Pablo II pronunció cuando visitó  Luxemburgo en 1985: “vuestro país —dijo— permanece fiel a su vocación de ser, en esta importante  encrucijada de civilizaciones, un lugar de intercambios y de cooperación intensos entre un número cada  vez mayor de países. Anhelo fervientemente que este deseo de solidaridad una cada vez más a las  comunidades nacionales y se extienda a todas las naciones del mundo, especialmente a las más pobres”. (Discurso en la ceremonia de bienvenida, 15 mayo 1985). 

Al hacer mías estas afirmaciones, renuevo  particularmente mi llamamiento para que se establezcan relaciones solidarias entre los pueblos, de modo que todos sean partícipes y protagonistas de un ordenado proyecto de desarrollo integral. 

La doctrina social de la Iglesia indica las características de ese progreso y las vías para alcanzarlo. También yo me he incorporado en la estela de este magisterio profundizando dos grandes temas: el cuidado de la creación y la fraternidad. En efecto, el desarrollo, para ser auténtico e integral, no debe expoliar y  degradar nuestra casa común ni debe dejar al margen a pueblos o grupos sociales. Todos, todos, hermanos. La riqueza —no  lo olvidemos— es una responsabilidad. Por esa razón, pido una vigilancia constante para no descuidar a las  naciones más desfavorecidas, es más, para que se les ayude a salir de sus condiciones de empobrecimiento.  

Esta es una manera adecuada para conseguir que disminuya el número de los que se ven obligados a emigrar, a menudo en condiciones inhumanas y peligrosas. Dejemos que Luxemburgo, con su peculiar  historia, con su igualmente peculiar situación geográfica, con algo menos de la mitad de sus habitantes  procedentes de otras partes de Europa y del mundo, sea una ayuda y un ejemplo en el indicar el camino a  seguir para la acogida e integración de migrantes y refugiados. Ustedes son un modelo de esto.

Por desgracia, hay que constatar el resurgimiento, incluso en el continente europeo, de  desavenencias y enemistades que, en lugar de resolverse sobre la base de la buena voluntad mutua, la  negociación y la labor diplomática, desembocan en hostilidades abiertas, con su secuela de destrucción y  muerte. 

Parece que el corazón humano no siempre sabe preservar la memoria y que periódicamente se  extravía y vuelve a los trágicos caminos de la guerra. Hemos perdido la memoria en esto. Para curar esta peligrosa esclerosis, que enferma  gravemente a las naciones y corre el riesgo de lanzarlas a aventuras con inmensos costes humanos,  renovando inútiles masacres, es necesario mirar hacia lo alto, es necesario que la vida cotidiana de los pueblos y de sus gobernantes esté animada por elevados y profundos valores espirituales, que impidan el  extravío de la razón y la vuelta irresponsable a cometer los mismos errores del pasado, agravados además  por el mayor poder técnico del que ahora dispone el ser humano. Y Luxemburgo está en el centro de la capacidad de hacer amistad y evitar estos caminos. Diría que es una de vuestras vocaciones. 

Como Sucesor del apóstol Pedro, en nombre de la Iglesia, que como decía Pablo VI, es “experta en humanidad”, también yo soy enviado aquí para testimoniar que esta savia vital, esta fuerza siempre nueva de renovación personal y social es el Evangelio. Es lo que nos hace encontrar simpatía entre todas las naciones y los pueblos. Simpatía, sentir igualmente. El Evangelio de Jesucristo es el único capaz de transformar profundamente el alma humana,  haciéndola capaz de obrar el bien incluso en las situaciones más difíciles, de apagar los odios y reconciliar a las partes en conflicto. Que todos, cada hombre y cada mujer, en plena libertad, puedan conocer el  Evangelio de Jesús, que ha reconciliado en su Persona a Dios y al hombre, y que, sabiendo lo que hay en  el corazón humano, puede sanar sus heridas. Siempre positivo.

Alteza Real, señoras y señores: 

Luxemburgo puede indicar a todos las ventajas de la paz en contraste con los horrores de la guerra,  las ventajas de la integración y promoción de los migrantes frente a su segregación, y sobre esto les doy las gracias, por ese espíritu de acogida, de acogida de inmigrantes y también en ofrecerlos una inserción en la sociedad. Esto enriquece. 

También los beneficios de la  cooperación entre las naciones frente a las nefastas consecuencias del endurecimiento de posiciones y la  búsqueda egoísta y miope, o incluso violenta, de los propios intereses. Y me permito añadir una cosa. He visto que el porcentaje de nacimientos. Por favor, más niños, más niños. Es el futuro. No digo más niños y menos perritos, eso lo digo en Italia. Pero vosotros, más niños. 

En efecto, es urgente que quienes están investidos de autoridad se comprometan, con constancia y  paciencia, en llevar adelante negociaciones honestas con vistas a resolver los desacuerdos, con ánimo  dispuesto a encontrar compromisos honorables que no socaven nada y que puedan, en cambio, construir  seguridad y paz para todos. 

Pour servir”, “Para servir”: con este lema he venido a ustedes. Se refiere directa y eminentemente  a la misión de la Iglesia, que Cristo, el Señor que se hizo siervo, envió al mundo como el Padre lo había  enviado a Él. Pero permítanme que les recuerde que esto —el ser servidores— es también para cada uno  de ustedes…¿qué es para cada uno de ustedes?,  el más alto título de nobleza, la tarea principal, la actitud que hay que asumir cada día. Que el  buen Dios les conceda servir siempre con espíritu alegre y generoso. Y aquellos que no tienen fe, trabajen por el hermano, trabajen por la sociedad. Este es un camino para todos, siempre por el bien común. 

Que María Mutter Jesu, Consolatrix Afflictorum, Patrona Civitatis et Patriae Luxemburgensis vele  por Luxemburgo y por el mundo, y nos alcance de su Hijo Jesús la paz y todo bien. Que Dios bendiga a Luxemburgo.