Como es habitual después de cada viaje apostólico, el Papa Francisco dedicó la Audiencia General de hoy a reflexionar sobre su paso por Asia y Oceanía.

Desde el 2 hasta el 11 de septiembre, el Santo Padre visitó Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur, realizando así el viaje más largo de su pontificado.

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A continuación, la reflexión completa del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Hoy les hablaré del viaje apostólico que realicé en Asia y Oceanía. Se llama Viaje Apostólico porque no es un viaje de turismo, es un viaje para llevar la Palabra del Señor, para hacer conocer al Señor y también para conocer el alma de los pueblos, y esto es muy bello. 

Fue Pablo VI, en 1970, el primer Papa que voló al encuentro del sol naciente, visitando  largamente Filipinas y Australia, pero también haciendo escala en varios países asiáticos y en Samoa. ¡Un  viaje memorable! El primero en salir del Vaticano fue Juan XXIII, que fue a Asís en tren. Luego ya Pablo VI hizo aquello.

También en esto intenté seguir su ejemplo, pero, con algunos años más que él, me  limité a cuatro países: Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur. ¡Doy gracias al Señor,  que me permitió hacer como Papa anciano lo que me hubiera gustado hacer como joven jesuita! Porque yo quería ir como misionero allí.

Una primera reflexión que surge espontáneamente tras este viaje es que, al pensar en la Iglesia,  seguimos siendo demasiado eurocéntricos o, como se suele decir, “occidentales”. En realidad, ¡la Iglesia  es mucho más grande! Mucho más grande que Roma, que Europa, mucho más grande. Y también, me permito decir, mucho más viva, en aquellos países.

Lo experimenté con emoción cuando conocí esas comunidades,  escuchando los testimonios de sacerdotes, monjas, laicos, especialmente catequistas. Los catequistas son los que llevan adelante la evangelización. Iglesias que no hacen proselitismo, sino que crecen por “atracción”, como decía sabiamente Benedicto XVI.

En Indonesia, los cristianos son aproximadamente el 10%, y los católicos el 3%, la minoría. Pero lo que  encontré fue una Iglesia viva, dinámica, capaz de vivir y transmitir el Evangelio en un país que tiene una  cultura muy noble, proclive a armonizar la diversidad, y que al mismo tiempo cuenta con la mayor  presencia de musulmanes del mundo. 

En ese contexto, tuve la confirmación de cómo la compasión es el  camino por el que los cristianos pueden y deben caminar para dar testimonio de Cristo Salvador y encontrarse al mismo tiempo con las grandes tradiciones religiosas y culturales. Sobre esto de la compasión, no olvidemos las tres características del Señor: cercanía, misericordia y compasión. Dios es cercano Dios es misericordioso y Dios tiene compasión.Si un cristiano no tiene compasión, no sabe nada. 

“Fe, fraternidad,  compasión” fue el lema de la visita a Indonesia: con estas palabras el Evangelio entra cada día,  concretamente, en la vida de ese pueblo, acogiéndolo y dándole la gracia de Jesús muerto y resucitado.  Estas palabras son como un puente, como el paso subterráneo que une la catedral de Yakarta con la  mezquita más grande de Asia. Allí vi que la fraternidad es el futuro, es la respuesta a la anti-civilidad, a  las tramas diabólicas del odio y la guerra.  También del sectarismo. 

Encontré la belleza de una Iglesia misionera, “en salida”, en Papúa Nueva Guinea, un  archipiélago que se extiende hacia la inmensidad del océano Pacífico. Allí, las diferentes etnias hablan  más de ochocientas lenguas, ¡ochocientas lenguas!: un entorno ideal para el Espíritu Santo, al que le encanta hacer resonar el  mensaje del Amor en la sinfonía de los lenguajes. No es uniformidad lo que hace el Espíritu Santo, es sinfonía y armonía. Es el patrón, el jefe de la armonía.

Allí, de manera especial, los protagonistas fueron y  siguen siendo los misioneros y los catequistas. Me alegró el corazón poder pasar algún tiempo con los  misioneros y catequistas de hoy; y me conmovió escuchar las canciones y la música de los jóvenes: en  ellos vi un futuro nuevo, sin violencia tribal, sin dependencia, sin colonialismo económico o ideológico;  un futuro de fraternidad y de cuidado del maravilloso ambiente natural. Papúa Nueva Guinea puede ser un  “laboratorio” de este modelo de desarrollo integral, animado por el “fermento” del Evangelio. Porque no  hay humanidad nueva sin hombres y mujeres nuevos, y éstos sólo los hace el Señor.  

Y también quería mencionar mi visita a Vanimo, donde los misioneros están entre el bosque y el mar. Y entran en el bosque, para ir a buscar las tribus más escondidas allí. Un bello recuerdo aquel. 

La fuerza de promoción humana y social del mensaje cristiano destaca de forma particular en la  historia de Timor Oriental. Allí, la Iglesia ha compartido el proceso de independencia con todo el pueblo, orientándolo siempre hacia la paz y la reconciliación. 

No se trata de una ideologización de la fe, no, es la fe la que se convierte en cultura y al mismo tiempo la ilumina, la purifica y la eleva. Por eso relancé la  fructífera relación entre fe y cultura, en la que ya se había centrado San Juan Pablo II en su visita. La fe es inculturada y las culturas se evangelizan. Fe y cultura.

Pero  sobre todo me impresionó la belleza de ese pueblo: un pueblo probado pero alegre, un pueblo sabio en el  sufrimiento. Un pueblo que no sólo genera muchos niños, — había un mar de niños, muchos— , sino que les enseña a sonreír. No olvidaré nunca la sonrisa de los niños, de aquella patria, de aquella región. Sonríen siempre los niños allí, y son tantos.

Ellos enseñan a sonreír, aquella fe, y esto es una  garantía para el futuro. En resumen, en Timor Oriental vi la juventud de la Iglesia: familias, niños,  jóvenes, muchos seminaristas y aspirantes a la vida consagrada. Yo querría decir, sin exagerar, que respiré “aire de primavera”.

La última etapa de este viaje fue Singapur. Un país muy diferente de los otros tres: una ciudad estado, muy moderna, el polo económico y financiero de Asia y más allá. Los cristianos allí son una minoría, pero siguen formando una Iglesia viva, comprometida a generar armonía y fraternidad entre las  diferentes etnias, culturas y religiones.

Incluso en la rica Singapur existen los “pequeños”, que siguen el  Evangelio y se convierten en sal y luz, testimonios de una esperanza más grande de aquella que los beneficios económicos pueden garantizar. 

Querría agradecer a estos pueblos que me han acogido con tanto calor, con tanto amor. Agradecer a sus gobernantes, que han ayudado tanto en esta visita, para que se hiciera en orden, sin problemas. Agradezco a todos aquellos que también han colaborado en esto.

Agradezco a Dios por el don de este viaje y renuevo mi gratitud a todos ellos. Que Dios bendiga a los pueblos que he  encontrado y los guíe por el camino de la paz y la fraternidad. ¡Un saludo a todos!