Tras abandonar el Centro de Retiros San Francisco Javier, el Santo Padre Francisco se trasladó en coche al Estadio Nacional en el Singapore Sports Hub para la celebración de la Santa Misa, donde afirmó que “al final la vida acaba por devolvernos a la única realidad, la de que sin amor no somos nada”.
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A su llegada, el Papa Francisco recorrió el estadio en papamóvil y saludó a algunos de los cincuenta mil fieles que le recibieron con ovaciones. El Santo Padre se detuvo con ellos para intercambiar breves palabras y entregarles rosarios, especialmente a los niños.
A las 17.15 horas (hora local) el Papa Francisco presidió la Eucaristía correspondiente a la Memoria del Santísimo Nombre de María.
“El origen no es el dinero, es el amor”
Al inicio de su homilía, el Papa Francisco agradeció a la Iglesia de Singapur, la cual está “viva, en crecimiento y en diálogo” con otras religiones.
Haciendo referencia a las “imponentes construcciones” del país, el Santo Padre remarcó que incluso en su origen “no está en primer lugar, como muchos piensan, el dinero, ni la técnica, ni siquiera la ingeniería —todos medios útiles—, sino en definitiva el amor, el amor que construye”.
En concreto, reiteró que “no existe una obra buena detrás de la cual no haya, tal vez, personas brillantes, fuertes, ricas, creativas, aunque sean siempre mujeres y hombres frágiles, como nosotros, para los cuales sin amor no hay vida, ni impulso, ni razón para actuar, ni fuerza para construir”.
"Si algo bueno existe y permanece en este mundo, es sólo porque, en múltiples y variadas circunstancias, el amor ha prevalecido sobre el odio, la solidaridad sobre la indiferencia, la generosidad sobre el egoísmo”, señaló.
Para el Pontífice, “si no fuera por eso, aquí nadie habría podido hacer crecer una metrópolis tan grande, los arquitectos no habrían hecho proyectos, los obreros no habrían trabajado y nada se habría podido realizar”.
En este sentido, afirmó que detrás de cada una de las obras que tenemos ante nosotros “hay muchas historias de amor por descubrir”.
Y es bueno que aprendamos a interpretar estas historias, continuó el Papa Francisco, “escritas en las fachadas de nuestras casas y en los trazados de nuestras calles, y a transmitir su memoria, para recordarnos que nada que sea perdurable nace y crece sin amor”.
Lamentó que a veces la grandeza y la imponencia de nuestros proyectos “pueden hacernos olvidar esto, engañándonos al pensar que podemos ser los autores de nosotros mismos, de nuestra riqueza, de nuestro bienestar, de nuestra felicidad; sin embargo, al final la vida acaba por devolvernos a la única realidad, la de que sin amor no somos nada”.
En esta línea, explicó que la fe “nos confirma y nos ilumina aún más sobre esta certeza, porque nos dice que en la raíz de nuestra capacidad de amar y de ser amados está Dios mismo, que con corazón de Padre nos deseó y nos llamó a la existencia de modo totalmente gratuito y que, de manera igualmente gratuita, nos ha redimido y liberado del pecado y de la muerte, mediante la muerte y resurrección de su Hijo Unigénito”.
“En Él está el origen y el cumplimiento de todo lo que somos y lo que podemos llegar a ser”, remarcó.
El amor humano es reflejo del amor de Dios
De este modo, señaló que “en nuestro amor vemos un reflejo del amor de Dios”, ya que “más allá de lo maravillados que nos sentimos ante las obras creadas por el hombre, nos recuerda que hay una maravilla todavía más grande, que hay que abrazar con admiración y respeto aún mayores”.
Se trata, según el Pontífice, “de los hermanos y hermanas que encontramos cada día en nuestro camino, sin preferencias ni diferencias”.
También señaló que “el edificio más hermoso, el tesoro más precioso, la inversión más rentable a los ojos de Dios somos nosotros, hijos amados de un mismo Padre, llamados a su vez a difundir el amor”.
Esto, para el Papa Francisco, “lo podemos constatar en numerosos santos, hombres y mujeres conquistados por el Dios de la misericordia, hasta el punto de convertirse en su reflejo, en su eco, en su imagen viva”.
El ejemplo de la Virgen María y San Francisco Javier
Puso de ejemplo a la Virgen María, en quien “vemos el amor del Padre manifestado en una de las formas más bellas y totales: la de la ternura de una madre, que todo lo comprende y perdona, y que nunca nos abandona. Por eso nos encomendamos a ella”.
También recordó a San Francisco Javier, que fue recibido en esta tierra en numerosas ocasiones. Siguiendo su ejemplo y el de María, el Papa Francisco animó a los fieles a preguntarse: “Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que haga?”.
“Que estas palabras nos acompañen no sólo en estos días, sino siempre, como un compromiso constante de escuchar y responder con prontitud a las invitaciones al amor y a la justicia, invitaciones que también hoy nos siguen llegando desde la infinita caridad de Dios”, concluyó el Papa Francisco.
Al final de la celebración, tras las palabras de acción de gracias del Arzobispo de Singapur, el Cardenal William Goh Seng Chye, el Papa Francisco regresó en coche al Centro de Retiros San Francisco Javier.