Cada 12 de septiembre se festeja al santísimo y dulce Nombre de María que tantos santos han invocado a lo largo de los siglos. Por ello, te compartimos una oración propuesta por San Alfonso María de Ligorio, gran doctor de la Iglesia y propagador de la devoción a la Madre de Dios.
Es preciso recordar que el Catecismo de la Iglesia Católica señala que “el nombre es la imagen de la persona”. Por otro lado, la Real Academia Española precisa que invocar es “llamar en solicitud de ayuda”. Por lo tanto, invocar el nombre de María es clamar el auxilio de la Reina del Cielo.
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Rasgos del nombre de María
En el capítulo X de su libro Las Glorias de María, San Alfonso María de Ligorio (1696-1787) habla de algunos rasgos del Nombre de la Santísima Virgen. En primer lugar, señala que “fue elegido por el cielo y se le impuso por divina disposición”.
Luego indica que es dulce porque algunos han experimentado sentir algo dulce en los labios al pronunciarlo. Pero más allá de ello es dulzura porque da “consuelo, amor, alegría, confianza y fortaleza… a los que lo pronuncian con fervor”.
Más adelante menciona a Tomás de Kempis, autor del famoso libro espiritual Imitación de Cristo que inspiró a varios santos, quien decía que los demonios le temen tanto a María Santísima que huyen despavoridos cuando alguien menciona su Nombre.
“Y así como se alejan de los pecadores los ángeles rebeldes al oír invocar el nombre de María, lo mismo –dijo la Señora a santa Brígida– acuden numerosos los ángeles buenos a las almas justas que devotamente la invocan”, cuenta San Alfonso.
Oración para invocar a Nuestra Señora
Al final de este capítulo, San Alfonso María de Ligorio cuenta cómo una joven se libró del demonio gracias al Nombre de María. Asimismo, propone una oración en la que se invoca el Nombre de María para ser fiel durante esta vida y para aquel momento en que toque dejar este mundo terrenal.
¡Madre de Dios y Madre mía María! Yo no soy digno de pronunciar tu nombre; pero tú que deseas y quieres mi salvación, me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura, que pueda llamar en mi socorro tu santo y poderoso nombre, que es ayuda en la vida y salvación al morir.
¡Dulce Madre, María! haz que tu nombre, de hoy en adelante, sea la respiración de mi vida. No tardes, Señora, en auxiliarme cada vez que te llame. Pues en cada tentación que me combata, y en cualquier necesidad que experimente, quiero llamarte sin cesar; ¡María!
Así espero hacerlo en la vida, y así, sobre todo, en la última hora, para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado: “¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!” ¡Qué aliento, dulzura y confianza, qué ternura siento con sólo nombrarte y pensar en ti!
Doy gracias a nuestro Señor y Dios, que nos ha dado para nuestro bien, este nombre tan dulce, tan amable y poderoso. Señora, no me contento con sólo pronunciar tu nombre; quiero que tu amor me recuerde que debo llamarte a cada instante; y que pueda exclamar con san Anselmo: “¡Oh nombre de la Madre de Dios, tú eres el amor mío!”
Amada María y amado Jesús mío, que vivan siempre en mi corazón y en el de todos, vuestros nombres salvadores. Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre, para acordarme sólo y siempre, de invocar vuestros nombres adorados.
Jesús, Redentor mío, y Madre mía María, cuando llegue la hora de dejar esta vida, concédeme entonces la gracia de deciros: “Os amo, Jesús y María; Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía”.