Al concluir recientemente en Indianápolis el 10º Congreso Eucarístico Nacional, con oraciones por un nuevo Pentecostés en la Iglesia de Estados Unidos, es un buen momento para echar la vista atrás y recordar a la Madre Teresa de Calcuta y su participación en el 41º Congreso Internacional celebrado en Filadelfia en 1976. ¿Cómo entendía ella el significado unificador y transformador de la Eucaristía?

En una carta fechada el 30 de abril de 1975, un año antes del comienzo del evento, el Arzobispo de Filadelfia, Cardenal John Krol, pidió a la Madre Teresa que sea su invitada y que desempeñara “un papel destacado en uno de los programas del Congreso que trataba sobre la Eucaristía y el hambre de la gente por alimentos y necesidades vitales”.

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La respuesta de la Madre Teresa no se hizo esperar, en una carta manuscrita fechada el 1 de junio de 1975. Fiel a su humildad característica, expresó sentimientos de indignidad y aprensión a hablar en público ante grandes multitudes:

“Estoy muy contenta de compartir el Congreso Eucarístico con su pueblo, pero tengo miedo de las grandes multitudes y de mi charla sencilla. Sería muy feliz si no tuviera que hablar, pero les dejo a ustedes que decidan lo que Jesús quiere”.

“...Les agradecería que tuvieran la amabilidad de comunicarme qué desean que haga el día 3” (el discurso de la Madre Teresa estaba previsto para el 3 de agosto de 1976).

La respuesta del Cardenal Krol es especialmente interesante:

“Estaremos encantados de contar con su presencia en el Congreso Eucarístico. Comprendo perfectamente su vacilación a la hora de pronunciar una conferencia en el congreso. Recuerdo que Abraham, Moisés, Jeremías y otros profetas también protestaron por su insuficiencia”.

Al igual que los profetas del Antiguo Testamento, la Madre Teresa depositó su confianza en Jesús. Sin esta confianza, nunca habría aceptado invitaciones para aparecer en público. Ella expresó este sentimiento en una carta de 1976 a Eileen Egan, amiga y confidente, y cofundadora de Pax Christi USA.

En su carta, el Cardenal Krol subrayó la importancia de las “charlas sencillas” derivadas de la experiencia de primera mano. Sostiene que estas charlas, aunque simples, son ricas en contenido teológico. Afirma que el discurso de la Madre Teresa en el Congreso cumpliría esta misión:

“Tendremos charlas de hombres eruditos, pero necesitamos desesperadamente el tipo de charlas sencillas que nuestro querido Señor mismo dio. Necesitamos charlas no sólo para informar, sino también para inspirar amor por nuestro Señor Eucarístico. Necesitamos mucho el tipo de charla que diste en nuestra Catedral el año pasado, una charla que todavía recuerdan los que estuvieron presentes”.

La Madre Teresa se sintió particularmente atraída por el tema del Congreso, “La Eucaristía y los hambrientos de la familia humana”, ya que contenía la visión y la misión de las Misioneras de la Caridad, la comunidad religiosa que ella fundó. Este tema también subrayaba la importancia de la Sagrada Comunión en la vida de la comunidad. La primera versión de las constituciones de las Misioneras de la Caridad refleja la visión de la Madre Teresa de una comunidad religiosa centrada en la Eucaristía:

“Cada día oraciones de la mañana y de la tarde; meditación durante media hora; Santa Misa con oportunidad de recibir la Sagrada Comunión; examen general y particular dos veces al día; visita al Santísimo Sacramento; rosario y lectura espiritual”.

“Animarán a los enfermos de nuestra Fe, aunque no estén moribundos, a pedir la Confesión y la Sagrada Comunión, e informarán con tiempo al sacerdote del número de encamados que desean la Sagrada Comunión”.

“Las Hermanas dormirán en un dormitorio común. En tiempo de enfermedad o en caso de vejez, se dará a la Hermana una habitación desde donde pueda participar fácilmente en todos los ejercicios espirituales y donde pueda recibir diariamente la Sagrada Comunión”.

La Madre Teresa comprendió de primera mano los beneficios de construir una comunidad religiosa centrada en torno a la Eucaristía, reconociendo que esta centralidad contribuyó significativamente al crecimiento del número de religiosas. Además, la Adoración Eucarística ocupa un lugar destacado en el primer borrador de las constituciones de las Misioneras de la Caridad:

“Cada semana: Confesión; una hora de adoración con exposición del Santísimo Sacramento (regla 76)”.

El énfasis de la Madre Teresa en la práctica de la Adoración Eucarística se basaba en una profunda teología. Ella creía que cualquiera que deseara verdaderamente crecer en el amor debía volver a la Eucaristía y a la Adoración. 

Entendía que la Eucaristía es a la vez un sacrificio y un sacramento, y que se diferencia de otros sacramentos en que no sólo produce la gracia, sino que también contiene la fuente misma de la gracia: Jesús.

En su carta del 1 de junio de 1975, la Madre Teresa recordó al Cardenal Krol el poder transformador de la Eucaristía:

“Mañana (2 de junio de 1975), 79 de nuestras Postulantes se convierten en Novicias. Se puede imaginar la Casa Madre abarrotada a rebosar Gracias a Dios. Desde que hemos comenzado la hora de Adoración, Jesús sigue eligiendo más y más jóvenes para los suyos”.

La misión y la obra de la Madre Teresa pueden verse en su profunda vida eucarística. Percibía el cielo en su fe cuando comulgaba; para ella, la Eucaristía sólo era superada por la visión directa de Dios. Jesús ofrece todo su ser en la Eucaristía como una fuente continua de alimento espiritual, motivado por su amor a la humanidad, como dijo en Filadelfia:

“Cristo comprendió que tenemos un hambre terrible de Dios. Comprendió que hemos sido creados para amar y por eso se hizo pan de vida. ... [Debemos comer y beber [en la Eucaristía] la bondad del amor de Cristo, de su amor comprensivo”.

Además, estamos unidos unos a otros, sirviendo y nutriendo las “heridas” de los demás. Como ella explica de forma sencilla pero profunda:

“Él [Cristo] también quiere darnos un medio, una oportunidad de poner nuestro amor por Él en una acción viva; se hace el hambriento no sólo por pan, sino por amor; se hace el desnudo no sólo por un trozo de tela, sino por ese amor comprensivo esa dignidad, la dignidad humana; se hace el sin techo no sólo por un trozo de una pequeña habitación, sino por ese profundo amor sincero de los unos por los otros y esto es la Eucaristía, esto es Jesús el pan vivo que ha venido a partir contigo y conmigo”.

Su lema era “beber el cáliz hasta la última gota” y ser “incondicionalmente toda para Jesús”. La teología cristológica y eucarística que sustentaba esta máxima era que Dios se había entregado totalmente en la Eucaristía; por tanto, ella se entregaría totalmente a Él sirviendo a los demás. Al hacerlo, emulaba a Cristo mismo.

La totalidad de la Madre Teresa, o el ser “toda suya”, y su entrega total a Jesús y a los pobres, la sostuvieron durante toda su vida y durante la noche oscura del alma. Esta era la esencia de su teología y su definición de la vida cristiana: Sin la Eucaristía, no se puede comprender verdaderamente ni amar voluntariamente a Dios y al prójimo.

La Dra. Ines Angeli Murzaku es profesora de Historia Eclesiástica, directora del Programa de Estudios Católicos y presidenta fundadora del Departamento de Estudios Católicos de la Universidad Seton Hall en Nueva Jersey (Estados Unidos). Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autora.


Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register.