Antes del rezo del Ángelus de este domingo y en su reflexión del Evangelio de hoy en el que Jesús habla sobre la pureza, el Papa Francisco advirtió del peligro de la doble vida, de las actitudes del ritualismo fariseo que “hieren el alma y cierran el corazón”.
Al referirse a la distinción entre puros e impuros, que hacían los fariseos casi como una “obsesión” en el tiempo de Cristo, el Papa Francisco precisó que no sirve de nada lavarse las manos varias veces “si luego se albergan en el corazón malos sentimientos como la avaricia, la envidia y la soberbia, o malas intenciones como el engaño, el robo, la traición y la calumnia”.
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“Jesús llama la atención para cuidarse del ritualismo, que no hace crecer en la bondad; al contrario, a veces este ritualismo puede llevar a descuidar, o incluso a justificar, en uno mismo y en los demás, opciones y actitudes contrarias a la caridad, que hieren el alma y cierran el corazón”.
El Santo Padre alertó que “no se puede, por ejemplo, salir de la Santa Misa y, ya en el atrio de la iglesia, detenerse con habladurías malvadas y despiadadas sobre todo y todos. Ese chisme que malogra el corazón, que malogra el alma. ¡No se puede! Si vas a Misa y luego haces estas cosas, ¡es algo malo!”.
“O mostrarse piadoso en la oración, pero luego en casa tratar a los miembros de la propia familia con frialdad y desapego, o descuidar a los padres ancianos, que necesitan ayuda y compañía”.
“Esta es una doble vida y no se puede. Y esto es lo que hacían los fariseos: la pureza externa sin las buenas actitudes, actitudes misericordiosas con los demás”, subrayó el Papa Francisco.
Si uno vive así, se mantiene entonces “impermeable a la acción purificadora de su gracia, quedándose en pensamientos, mensajes y comportamientos sin amor. Estamos hechos para otra cosa. Estamos hechos para la pureza de la vida, para la ternura, para el amor”.
Texto completo del Ángelus del Papa Francisco del 1 de septiembre de 2024
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!
Hoy, en el Evangelio de la liturgia (cf. Mc 7,1-8.14-15.21-23), Jesús habla de lo puro y lo impuro: un tema muy querido por sus contemporáneos, que estaba relacionado sobre todo con la observancia de ritos y normas de comportamiento, para evitar cualquier contacto con cosas o personas consideradas impuras y, si esto ocurría, borrar la «mancha» (cf. Lev 11-15). Era casi una obsesión de algunos religiosos de ese tiempo: la pureza, la impureza.
Algunos escribas y fariseos, obsesionados, estrictos observadores de tales normas, acusan a Jesús de permitir que sus discípulos tomen alimentos sin lavarse las manos (cf. Mc 7,2), y él aprovecha la ocasión para invitarles a reflexionar sobre el significado de la «pureza».
La pureza -dice Jesús- no está ligada a ritos externos, sino ante todo a actitudes interiores. Para ser puro, por tanto, de nada sirve lavarse las manos varias veces, si luego se albergan en el corazón malos sentimientos como la avaricia, la envidia y la soberbia, o malas intenciones como el engaño, el robo, la traición y la calumnia (cf. Mc 7,21- 22).
Jesús llama la atención para cuidarse del ritualismo, que no hace crecer en la bondad; al contrario, a veces este ritualismo puede llevar a descuidar, o incluso a justificar, en uno mismo y en los demás, opciones y actitudes contrarias a la caridad, que hieren el alma y cierran el corazón.
Y esto, hermanos y hermanas, es importante también para nosotros: no se puede, por ejemplo, salir de la Santa Misa y, ya en el atrio de la iglesia, detenerse con habladurías malvadas y despiadadas sobre todo y todos. Ese chisme que malogra el corazón, que malogra el alma. ¡No se puede! Si vas a Misa y luego haces estas cosas, ¡es algo malo!
O mostrarse piadoso en la oración, pero luego en casa tratar a los miembros de la propia familia con frialdad y desapego, o descuidar a los padres ancianos, que necesitan ayuda y compañía (cf. Mc 7,10-13).
Esta es una doble vida y no se puede. Y esto es lo que hacían los fariseos: la pureza externa sin las buenas actitudes, actitudes misericordiosas con los demás. O también, no se puede ser aparentemente muy justo con todos, tal vez incluso hacer un poco de voluntariado y algunos gestos filantrópicos, pero luego por dentro cultivar el odio hacia los demás, despreciar a los pobres y a los últimos, o comportarse en modo deshonesto en propio trabajo.
De este modo, la relación con Dios se reduce a gestos externos, y por dentro uno permanece impermeable a la acción purificadora de su gracia, quedándose en pensamientos, mensajes y comportamientos sin amor.
Estamos hechos para otra cosa. Estamos hechos para la pureza de la vida, para la ternura, para el amor.
Preguntémonos, pues: ¿vivo mi fe en modo coherente, es decir, lo que hago en la iglesia trato de hacerlo con el mismo espíritu fuera de ella? Con mis sentimientos, palabras y obras. ¿Hago concreto en mi cercanía y respeto a mis hermanos lo que digo en la oración? Pensemos en esto.
Y que María, Madre purísima, nos ayude a hacer de nuestra vida, en el amor sentido y practicado, un culto agradable a Dios. (cf. Rm 12,1).
Después del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
Ayer en Šaštín, en Eslovaquia ha sido beatificado Ján Havlík, seminarista de la Congregación de la Misión, fundada por San Vicente de Paúl. Este joven fue asesinado en 1965, durante la persecución del régimen contra la Iglesia en la entonces Checoslovaquia.
Que su perseverancia en el testimonio de la fe en Cristo sea un aliento para cuantos aún hoy sufren pruebas similares. ¡Un aplauso para el nuevo Beato!
Con dolor he sabido que el sábado 24 de agosto, en la comuna de Barsalogho, Burkina Faso, cientos de personas, entre ellas mujeres y niños, murieron y muchas otras resultaron heridas en un atentado terrorista.
Al condenar estos atentados execrables contra la vida humana, expreso mi cercanía a toda la nación y mis más sentidas condolencias a las familias de las víctimas. Que la Virgen María ayude al querido pueblo de Burkina Faso a recobrar la paz y la seguridad.
Rezo también por las víctimas del accidente en el santuario de Nossa Senhora da Conceição, en la ciudad de Recife, Brasil. Que el Señor Resucitado consuele a los heridos y a sus familias.
Y siempre estoy cercano al martirizado pueblo ucraniano, duramente golpeado por los ataques contra sus infraestructuras energéticas. Además de causar muertos y heridos, han dejado a más de un millón de personas sin electricidad ni agua.
Recordemos que la voz de los inocentes siempre encuentra eco en Dios, que no permanece indiferente a su sufrimiento.
Una vez más dirijo, con preocupación, mi pensamiento al conflicto en Palestina e Israel, que amenaza con extenderse a otras ciudades palestinas. Hago un llamado para que no se detengan las negociaciones y cese inmediatamente el fuego, para que se liberen a los rehenes, para que se ayude a la población de Gaza, donde también se propagan muchas enfermedades, incluida la poliomielitis.
Que haya paz en Tierra Santa, que haya paz en Jerusalén. Que la Ciudad Santa sea un lugar de encuentro donde cristianos, judíos y musulmanes se sientan respetados y acogidos, y que nadie cuestione el statu quo en los respectivos Lugares Santos.
Hoy se celebra la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, Auspicio de parte de todos, instituciones, asociaciones, familias y todas las personas, un esfuerzo concreto por nuestra casa común.
El grito de la Tierra herida se está convirtiendo en algo siempre más alarmante y exige una acción decisiva e improrrogable.
Mañana empezaré un viaje apostólico a algunos países de Asia y Oceanía. Por favor, recen por el fruto de este viaje.
Saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos. En particular, saludo a los jóvenes de Lucca, acompañados por su arzobispo monseñor Paolo Giulietti y algunos sacerdotes; saludo a los buenos jóvenes de Inmaculada y a los jóvenes de Campocroce di Mirano.
Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Bueno almuerzo y adiós.