El 25 de agosto es el Día internacional del peluquero y barbero, oficio del que San Martín de Porres es el santo patrono. Por ello les contamos la visión mística que tuvo un peluquero a quien el santo formó y que ayudó a llevarlo a los altares.

En el libro Vida de San Martín de Porras, escrito por el sacerdote jesuita Rubén Vargas, se cuenta que el santo se convirtió en benefactor y protector de un adolescente llamado Juan Vázquez, quien había caído en la pobreza. El muchacho, proveniente de España, al ver que el fraile era barbero le dijo que quería ser su discípulo y el santo aceptó.

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Entre los dos surgió una gran amistad, tanto así que el P. Vargas indica que Juan fue “testigo de tantas maravillas obradas por su mano” y hasta “le ha contemplado tantas veces bañado de luz o elevado en el aire que no vacila en tenerlo por santo”. Por ello San Martín le impuso conservar todo esto en silencio. 

Juan acompañaba al fraile a visitar al virrey, quien solía dar una limosna al santo. El mandatario le propuso en dos ocasiones a Juan que se hiciera soldado, algo que le agradó mucho. 

El santo entonces mandó a su discípulo al puerto del Callao con un decreto del virrey y en el camino se encontró con un alférez, quien lo enroló en su compañía.

San Martín, tratando a Juan como a un hijo, le dio un poco de dinero para que se sostenga y le dijo que si se le presentaba alguna necesidad, que fuera al convento.

Más adelante, Juan enfermó y se fue a buscar a Fray Martín. En el trayecto sintió que sus fuerzas ya no daban más y se echó al suelo. De pronto apareció el santo, quien examinó sus pies, hizo una oración mirando al cielo, le estiró las piernas y les hizo la señal de la cruz. De esta manera Juan se recuperó. 

En 1639, la compañía de Juan debía zarpar a un viaje y el joven barbero empezó a proveerse de todo lo necesario. San Martín fue a verlo al puerto del Callao y le pidió que no se vaya, diciéndole que lo ayudaría a poner un negocio, pero Juan ya se había comprometido. Entonces el santo le dio un abrazo y le dijo la siguiente profecía.

“Adiós, Juancho, que ya en este siglo no nos volveremos a ver y, si nos viéramos, dudarás que me has visto”, le dijo. El joven se fue y tiempo después San Martín partió al cielo.

Cuando se recopilaron los datos para la beatificación y canonización del santo, Juan fue llamado a declarar, pero el notario le pidió que fuera breve. No obstante, Juan se quedó intranquilo porque tenía mucho que decir. 

Años después, cuando tenía a su hijo en brazos escuchó que alguien lo llamaba. Salió a la puerta de su casa y vio a dos frailes dominicos.

Sin percatarse de alguna cosa en particular, volvió a su casa, pero otra vez escuchó que lo llamaban. Al salir se dio con la sorpresa de que estaba San Martín, quien le dijo: “Declara todo lo que sabes y viste en el tiempo que andabas en mi compañía”.  

En 1671, Juan fue llamado a declarar en el convento y cuando pasó por el cementerio del recinto se le apareció el santo, quien nuevamente le pidió que dijera todo lo que sabía.

El valioso testimonio de Juan contribuyó en el proceso para que San Martín pudiera llegar a los altares. 

El P. Rubén Vargas enfatiza que el barbero se convirtió en “el autor del más autorizado y cautivador relato que nos ha quedado” de la vida del santo, quien fue beatificado en 1837 y canonizado en 1962.