COMENTARIO: La única ofensa de las familias amorosas es su fidelidad a la enseñanza tradicional.

Siempre me dicen que a la mayoría de los estadounidenses simplemente no les importa la libertad religiosa. Como católica comprometida y defensora de la libertad religiosa, me resulta muy frustrante. Por eso hago todo lo posible por recordar a la gente el valor de la libertad religiosa y advertirles de las cosas desagradables que ocurren cuando se pierde. 

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Una forma eficaz de hacerlo es contar historias. Comparto las historias de estadounidenses de a pie cuya libertad religiosa ha sido pisoteada o puesta en peligro por funcionarios gubernamentales demasiado entusiastas que impulsan políticas y leyes progresistas recién adoptadas. 

Mi organización, el Conscience Project (Proyecto Conciencia), acaba de publicar un breve vídeo en el que comparte la lucha de una familia por adoptar a sus hijos de acogida. Le prometo que no se arrepentirá de dedicarle los ocho minutos que tarda en verlo.

Un poco de contexto: El invierno pasado presenté un amicus curiae en apoyo de una mujer que se opone a la imposición de la ideología de género en el acogimiento familiar. Jessica Bates es una madre viuda de cinco hijos de Oregón que quería adoptar a dos niños pequeños. 

Cuando se sometió a la formación para la certificación estatal, le dijeron que debía aceptar una hipótesis bastante fantasiosa: Todos los padres de acogida y adoptivos tenían que “afirmar” a un niño que en el futuro pudiera expresar una identidad de género contraria a su sexo biológico. Bates explicó a los funcionarios del gobierno que esta situación era contraria a sus creencias cristianas. Le dijeron que no podía adoptar.

Representada por Alliance Defending Freedom (ADF), Jessica presentó una demanda ante un tribunal federal, explicando que Oregón estaba violando sus derechos al libre ejercicio de la religión y a la libertad de expresión, garantizados por la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. 

Perdió en el tribunal de distrito. Su apelación está siendo examinada por el Tribunal de Apelaciones del Noveno Circuito, donde un panel de tres jueces escuchó los argumentos orales a principios de este verano. Pronto se conocerá la decisión. 

La historia de Bates es profundamente inquietante. Y, en la administración Biden-Harris, obsesionada con la igualdad de género, no es una excepción.

El escrito amicus que presenté en apoyo de Bates era en nombre de antiguas y futuras familias de acogida y adoptivas a las que preocupa que pronto aún más niños necesitados queden alejados de familias cariñosas cuya única ofensa es su fidelidad a la enseñanza tradicional. 

Entre ellos hay abuelos del estado de Washington que cuidan a su nieto de 2 años y les gustaría adoptarlo; una madre de acogida de 12 niños y madre adoptiva de 14 de Tully, Nueva York; y una madre de Minnesota a la que finalmente se permitió adoptar a tres hermanas el pasado diciembre.

La madre es Nancy Harmon, de St. Peter, Minnesota. La familia Harmon se libró por los pelos de la pesadilla de tener que ver cómo la ideología de género separaba a los niños que Nancy y su marido Jay tenían en acogida. Después de que la pareja aceptara adoptar a tres hermanas que ya habían acogido durante dos años, los funcionarios del gobierno les dijeron que no eran “la opción adecuada” debido a sus “creencias religiosas”. 

La niña mayor afirmó que era “no binaria”, y los funcionarios progresistas del gobierno pensaron que necesitaba estar en un hogar más “afirmativo”. Gracias a la carta de un terapeuta privado que argumentaba que lo mejor para las niñas era permanecer juntas en el hogar de los Harmon, la adopción finalmente se llevó a cabo.

El pasado mes de mayo viajé a St. Peter para reunirme con Nancy para el último cortometraje documental del Proyecto Conciencia. Ese mismo día, el equipo de rodaje y yo grabamos un vídeo en los alrededores de St. Peter, una pequeña ciudad situada a una hora de St. Paul. Nancy sugirió que nos reuniéramos esa misma tarde en un centro comunitario cristiano del centro de St. Peter.

Mientras el equipo de rodaje se preparaba, Nancy y yo charlamos en una pequeña oficina que tiene en el centro. Nancy dirige varios programas para adolescentes en situación de riesgo. Le di algunos regalitos que había recogido como agradecimiento: una toalla de mano con imágenes de Washington D.C. para su cocina y tres camisetas para las chicas. Nancy y yo habíamos llegado a conocernos en los últimos meses mientras preparábamos el informe jurídico. Fue como encontrarme por fin con una vieja amiga. Espero haber ayudado a calmar sus nervios.

Conocí a Jay cuando Nancy y yo terminamos de rodar. Como haría cualquier buen hombre del Medio Oeste, Jay se ofreció a ayudar al equipo de rodaje a cargar su equipo en nuestra furgoneta de alquiler y luego se me presentó. Los Harmon nos invitaron a todos a la pizzería local donde trabaja Rayne, su hija de 17 años. Comimos pizza y bebimos cerveza artesanal local. Jay y Nancy compartieron más historias sobre cómo se conocieron, su compromiso de ayudar a los niños necesitados, historias de niños de acogida que desde entonces han tenido problemas en la vida como adultos, y su propia gran fe cristiana ardiente. 

Ojalá hubiera tenido aún la cámara grabando.

Cuando se lo pedimos, Nancy y Jay no dudaron en concedernos permiso para filmar por su barrio y en su casa. Su calle era idílica, llena de niños montando en bicicleta y jugando a la pelota. La casa de los Harmon estaba inmaculada. Encima de la chimenea había fotos familiares y miniaturas de Lego. Unos minutos después de empezar, las hijas menores de los Harmon llegaron a casa. Habían estado en un evento para adolescentes en la iglesia. A dos de ellas les habían pintado la cara.

Las niñas se mostraron tímidas al principio, pero a los pocos minutos ya estaban charlando conmigo. La mayor me dijo que le gustaba dibujar. Le pedí que me enseñara algunos de sus trabajos. Algunos eran dibujos de anime (animación japonesa), otros de flores y mariposas. Uno era el dibujo de una princesa. Le dije que era el que más me gustaba. Ella sonrió. Con un bonito bob y el pelo rubio fresa, anunció abruptamente que estaba pensando en teñirse el pelo de negro y hacerse un “corte de pelo no binario”. Le dije que me gustaba mucho su pelo tal cual y que el color me parecía precioso. Se sonrió. 

Me quedó claro que las tres niñas Harmon por fin se sienten seguras formando parte de su nueva familia. También estaba claro que la mayor —la que a veces dice que es “no binaria”— sigue sedienta de amor y atención después de tantos años de abandono a manos de sus padres biológicos. Nancy y Jay son conscientes de que los próximos años seguirán siendo difíciles. Pero están dispuestos a aguantar.

Nuestras leyes que salvaguardan la libertad religiosa pueden proteger a niños como las niñas Harmon de ser arrebatados del amoroso hogar de una familia cristiana simplemente porque su versión de la paternidad “afirmativa” se basa en enseñanzas cristianas que no rechazan la realidad biológica. 

Si los progresistas en el gobierno siguen insistiendo en sobrecargar nuestro sistema de acogida con las ridículas y perjudiciales exigencias de la ideología de género, las personas de fe pueden mirar a la indomable Nancy Harmon como su modelo a seguir.

Nota del editor: Andrea M. Picciotti-Bayer es analista legal de EWTN News y directora del Conscience Project (Proyecto Conciencia). Las opiniones expresadas en este comentario corresponden exclusivamente a su autora.


Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register.