El Papa Francisco recuerda que “el más vil de nuestros pecados no desfigura nuestra identidad a los ojos de Dios: seguimos siendo sus hijos, amados por Él, queridos por Él y considerados preciosos” en el prólogo de un libro sobre el acompañamiento espiritual a condenados a muerte en Estados Unidos.
En el texto, publicado por Vatican News, el Pontífice reflexiona sobre la misericordia de Dios, que por su característica de infinitud “también puede escandalizar”, del mismo modo que lo hizo Jesús a sus coetáneos al acercarse a pecadores y prostitutas.
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En este sentido sostiene que el autor de Un cristiano en el corredor de la muerte. Mi compromiso junto a los condenados, Dale Recinella, también “se enfrenta a críticas, reconvenciones y rechazos por su compromiso espiritual al lado de los condenados”.
Racinella fue un exitoso abogado que desde 1988 acompaña espiritualmente a los condenados a muerte que aguardan su destino final en las penitenciarías del estado de Florida.
“Dale Recinella sí ha comprendido y testimonia con su vida, cada vez que atraviesa la puerta de una cárcel, especialmente la que él llama ‘la casa de la muerte’, que el amor de Dios es ilimitado y sin medida”, subraya el Papa.
Sobre su labor, añade que “su compromiso como capellán laico, en un lugar tan inhumano como el corredor de la muerte es un testimonio vivo y apasionado de la escuela de la infinita misericordia de Dios”.
La labor de acompañamiento espiritual a condenados a la pena capital es, a juicio del Pontífice, especialmente compleja “muy difícil, arriesgada y ardua de llevar a cabo” que está en contacto con el mal en sus tres vertientes: el mal hecho a las víctimas, y que no puede ser reparado, el mal que experimenta el condenado que se sabe abocado a una muerte segura y el que, “con la práctica de la pena capital, se inculca a la sociedad”.
La pena de muerte es un “veneno peligroso”
En este sentido el Papa Francisco ha incidido en denunciar la pena de muerte que, “no es en absoluto la solución a la violencia que puede sobrevenir a personas inocentes. Las ejecuciones, lejos de hacer justicia, alimentan un sentimiento de venganza que se convierte en un veneno peligroso para el cuerpo de nuestras sociedades civilizadas”.
“Los estados deberían preocuparse por dar a los presos la oportunidad de cambiar realmente de vida, en lugar de invertir dinero y recursos en reprimirlos, como si fueran seres humanos que ya no merecen vivir y de los que hay que deshacerse”, añade.
De cara al Jubileo al que está convocada toda la Iglesia Católica en 2025, el Papa Francisco propone que sea una ocasión de compromiso de todos los creyentes para “pedir con voz inequívoca la abolición de la pena de muerte, una práctica que, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, ‘¡es inadmisible porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona!’”.
La pena de muerte en el Catecismo de la Iglesia Católica
En el año 2018, el Papa Francisco autorizó un importante cambio en la redacción del número 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica referido a la pena de muerte.
En la redacción original se expresaba que la Iglesia contemplaba “el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas”, con la advertencia de que los estados modernos tienen medios para no llegar a ese extremo, por lo que se instaba a que las autoridades utilizaran los medios incruentos.
En el texto aprobado por el papa Francisco se recoge y reformula esta enseñanza, al señalar que “durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común”.
Al mismo tiempo, se añade que “hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente”.
En consecuencia, se concluye que “la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que ‘la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona’ y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo”.