El Papa Francisco afirmó que con el milagro de la Eucaristía, Jesús “nos salva, alimentando nuestra vida con la suya”, en su reflexión antes del rezo del Ángelus este domingo 18 de agosto.
Ante miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el Santo Padre meditó sobre el Evangelio de hoy, en el que Jesús les dice a todos que es “el pan vivo bajado del cielo"; ante lo cual caben dos actitudes: “asombro y gratitud ante el milagro de la Eucaristía”.
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Tras resaltar que “Jesús siempre nos sorprende”, el Papa Francisco indicó que “el pan del cielo es un don que supera todas las expectativas” y destacó que “la carne y la sangre (…) son la humanidad del Salvador, su propia vida ofrecida como alimento para la nuestra”.
El Pontífice señaló luego que “con el corazón podemos decir gracias, gracias. El pan celestial, que viene del Padre, es el Hijo hecho carne por nosotros. Este alimento es más que necesario porque sacia el hambre de esperanza, el hambre de verdad, el hambre de salvación que todos sentimos no en el estómago, sino en el corazón. La Eucaristía nos es necesaria a todos”.
Tras precisar que la Eucaristía “no es algo mágico”, el Santo Padre subrayó que “Jesús se ocupa de la mayor necesidad: nos salva, alimentando nuestra vida con la suya, y esto para siempre. Y gracias a Él podemos vivir en comunión con Dios y entre nosotros”.
El Papa animó a preguntarse si “cuando recibo la Eucaristía, que es el milagro de la misericordia, ¿soy capaz de maravillarme ante el Cuerpo del Señor, muerto y resucitado por nosotros? Oremos juntos a la Virgen María, para que nos ayude a recibir el don del cielo en el signo del pan”.
Cuatro mártires beatificados y la oración por los países en guerra
Luego del rezo del Ángelus, el Santo Padre se refirió a la beatificación, este domingo en la República Democrática del Congo, de los misioneros javerianos Luigi Carrara, Giovanni Didoné y Vittorio Faccin, junto con el sacerdote Albert Joubert, asesinados en el país africano el 28 de noviembre de 1964.
“Su martirio ha sido la coronación de una vida dedicada al Señor y a los hermanos. Que su ejemplo e intercesión puedan favorecer caminos de reconciliación y de paz por el bien del pueblo congolés. ¡Un aplauso para los nuevos beatos!”, exclamó el Papa Francisco.
El Santo Padre elevó, una vez más, sus oraciones para “abrir vías de paz en Medio Oriente –Palestina, Israel– así como en la martirizada Ucrania, en Myanmar y en toda zona de guerra, con el esfuerzo del diálogo y de la negociación, absteniéndose de acciones y reacciones violentas.
Texto completo del Ángelus del Papa Francisco de este domingo 18 de agosto de 2024
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!
Hoy el Evangelio nos habla de Jesús, que afirma con sencillez: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6,51). Ante la multitud, el Hijo de Dios se identifica con el alimento más común y cotidiano: el pan, ‘yo soy el pan’.
Entre los que escuchan, algunos empiezan a discutir (cf. v. 52): ¿Cómo puede Jesús darnos a comer su propia carne? También nosotros nos hacemos hoy esta pregunta, pero con asombro y gratitud. He aquí dos actitudes sobre las que reflexionar: asombro y gratitud ante el milagro de la Eucaristía.
Primero: asombrarnos, porque las palabras de Jesús nos sorprenden. Jesús siempre nos sorprende, siempre, también hoy en la propia vida. Jesús siempre nos sorprende.
El pan del cielo es un don que supera todas las expectativas. Quien no capta el estilo de Jesús sigue desconfiando: parece imposible, incluso inhumano, comer la carne de un hombre y beber su sangre (cf. v. 54). La carne y la sangre, en cambio, son la humanidad del Salvador, su propia vida ofrecida como alimento para la nuestra.
Y esto nos lleva a la segunda actitud: la gratitud, porque reconocemos a Jesús allí donde está presente para nosotros y con nosotros. Se hace pan por nosotros.
«El que come mi carne permanece en mí y yo en él» (cf. v. 56). El Cristo, verdadero hombre, sabe bien que hay que comer para vivir. Pero también sabe que esto no basta. Después de haber multiplicado el pan terrenal (cf. Jn 6,1-14), prepara un don aún mayor: Él mismo se convierte en verdadera comida y verdadera bebida (cf. v. 55).
¡Gracias, Señor Jesús! Con el corazón podemos decir gracias, gracias. El pan celestial, que viene del Padre, es el Hijo hecho carne por nosotros. Este alimento es más que necesario porque sacia el hambre de esperanza, el hambre de verdad, el hambre de salvación que todos sentimos no en el estómago, sino en el corazón. La Eucaristía nos es necesaria a todos.
Jesús se ocupa de la mayor necesidad: nos salva, alimentando nuestra vida con la suya, y esto para siempre. Y gracias a Él podemos vivir en comunión con Dios y entre nosotros.
El pan vivo y verdadero no es, pues, algo mágico, no es una cosa que resuelve de repente todos los problemas, sino que es el Cuerpo mismo de Cristo, que da esperanza a los pobres y vence la arrogancia de los que se jactan en su detrimento.
Preguntémonos entonces, hermanos y hermanas: ¿tengo hambre y sed de salvación, no sólo para mí, sino para todos mis hermanos y hermanas? Cuando recibo la Eucaristía, que es el milagro de la misericordia, ¿soy capaz de maravillarme ante el Cuerpo del Señor, muerto y resucitado por nosotros?
Oremos juntos a la Virgen María, para que nos ayude a recibir el don del cielo en el signo del pan.
Palabras del Papa Francisco después del rezo del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy en Uvira, en la República Democrática del Congo, han sido beatificados Luigi Carrara, Giovanni Didoné y Vittorio Faccin, misioneros javerianos italianos, junto con Albert Joubert, sacerdote congolés, asesinados en el país el 28 de noviembre de 1964.
Su martirio ha sido la coronación de una vida dedicada al Señor y a los hermanos. Que su ejemplo e intercesión puedan favorecer caminos de reconciliación y de paz por el bien del pueblo congolés. ¡Un aplauso para los nuevos beatos!
Y seguimos rezando para que se puedan abrir vías de paz en Medio Oriente – Palestina, Israel – así como en la martirizada Ucrania, en Myanmar y en toda zona de guerra, con el esfuerzo del diálogo y de la negociación, absteniéndose de acciones y reacciones violentas.
Los saludo a todos ustedes, queridos fieles de Roma y peregrinos venidos de Italia y de varios países. Saludo en particular a los provenientes del estado de Sao Paulo en Brasil y también a las hermanas de Santa Isabel.
Envío mi saludo y mi bendición a las mujeres y a las jóvenes reunidas en el Santuario mariano de Piekary Śląskie en Polonia, y las aliento a testimoniar con alegría el Evangelio en la familia y en la sociedad. Y saludo a los muchachos de la Inmaculada.
Deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!