El Papa Francisco publicó hoy su carta “sobre el papel de la literatura en la formación”, la cual, aunque especialmente pensada para la formación de sacerdotes, el Santo Padre considera que incluye cosas que “pueden decirse de la formación de todos los agentes de pastoral, así como de cualquier cristiano”.

Entre otros autores católicos, el texto incluye referencias y citas de santos como San Ignacio de Loyola y los Papas Juan Pablo II y Pablo VI, así como menciones a la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II. Además, también se incluyen frases de escritores tan diversos como el británico C.S. Lewis, el argentino Jorge Luis Borges, el francés Marcel Proust y el estadounidense T. S. Eliot.

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Aquí compartimos 14 de las múltiples razones para ahondar en la literatura que da el Papa Francisco a los católicos en su nueva carta:

1. Un buen libro puede ser “como un oasis que nos aleja de otras actividades que no nos hacen bien” y  que incluso en “momentos de cansancio, de rabia, de decepción, de fracaso” puede ayudar “a ir sobrellevando la tormenta, hasta que consigamos tener un poco más de serenidad”.

2. En los libros, el lector “en cierta forma él reescribe la obra, la amplía con su imaginación, crea su mundo, utiliza sus habilidades, su memoria, sus sueños, su propia historia llena de dramatismo y simbolismo, y de este modo lo que resulta es una obra muy distinta de la que el autor pretendía escribir”. 

3. La literatura es “indispensable” para un creyente que desee “sinceramente entrar en diálogo con la cultura de su tiempo, o simplemente con la vida de personas concretas”, pues “¿cómo podemos penetrar en el corazón de las culturas, las antiguas y las nuevas, si ignoramos, desechamos y/o silenciamos sus símbolos, mensajes, creaciones y narraciones con los que plasmaron y quisieron revelar y evocar sus más bellas hazañas y los ideales más bellos, así como también sus actos violentos, miedos y pasiones más profundos?”.

4. “El contacto con diferentes estilos literarios y gramaticales siempre nos permitirá profundizar en la polifonía de la Revelación, sin reducirla o empobrecerla a las propias necesidades históricas o a las propias estructuras mentales”. Esto, destaca, lo manifestaron santos como Basilio de Cesarea y Pablo Apóstol y su aprecio por la literatura clásica.

5. “Una asidua frecuencia de la literatura puede hacer a los futuros sacerdotes y a todos los agentes pastorales más sensibles aún a la plena humanidad del Señor Jesús, en la que se expande plenamente su divinidad, y anunciar el Evangelio de tal modo que todos, realmente todos, puedan experimentar qué verdadero es lo que dice el Concilio Vaticano II: ‘En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado’”.

6. Recordando a Borges, el Papa Francisco resalta que “una definición de literatura que me gusta mucho” es la de que permite “escuchar la voz de alguien”: “no nos olvidemos qué peligroso es dejar de escuchar la voz de otro que nos interpela. Caemos rápidamente en el aislamiento, entramos en una especie de sordera ‘espiritual’, que incide negativamente también en la relación con nosotros mismos y en la relación con Dios, más allá de cuanta teología o psicología hayamos podido estudiar”.

7. “Recorriendo este camino, que nos vuelve sensibles al misterio de los otros, la literatura hace que aprendamos a tocar sus corazones”, algo importante, porque “la tarea de los creyentes, y en particular de los sacerdotes, es precisamente ‘tocar’ el corazón del ser humano contemporáneo para que se conmueva y se abra ante el anuncio del Señor Jesús y, en este esfuerzo, la contribución que la literatura y la poesía pueden ofrecer es de un valor inigualable”.

8. Ante el peligro de “caer en un eficientismo que banaliza el discernimiento, empobrece la sensibilidad y reduce la complejidad”, el Papa Francisco destaca como “necesario y urgente” el “contrarrestar esta inevitable aceleración y simplificación de nuestra vida cotidiana, aprendiendo a tomar distancia de lo inmediato, a desacelerar, a contemplar y a escuchar. Esto es posible cuando una persona se detiene a leer un libro por el gusto de hacerlo”.

9. Con la literatura “se activa en nosotros el empático poder de la imaginación, que es un vehículo fundamental para esa capacidad de identificarse con el punto de vista, la condición y el sentimiento de los demás, sin la cual no existe la solidaridad ni se comparte, no hay compasión ni misericordia”.

10. “A medida que identificamos rastros de nuestro mundo interior en medio de esas historias, nos volvemos más sensibles frente a las experiencias de los demás, salimos de nosotros mismos para entrar en lo profundo de su interior, podemos entender un poco más sus fatigas y deseos, vemos la realidad con sus ojos y finalmente nos volvemos sus compañeros de camino. De este modo, nos sumergimos en la existencia concreta e interior del verdulero, de la prostituta, del niño que crece sin padres, de la esposa del albañil, de la viejita que aún cree que encontrará su príncipe azul. Y esto lo podemos hacer con empatía y, a veces, con tolerancia y comprensión”.

11. “Al abrir al lector a una visión amplia de la riqueza y la miseria de la experiencia humana, la literatura educa su mirada a la lentitud de la comprensión, a la humildad de la no simplificación y a la mansedumbre de no pretender controlar la realidad y la condición humana a través del juicio”.

12. “La mirada de la literatura forma al lector en la descentralización, en el sentido del límite, en la renuncia al dominio, cognitivo y crítico, en la experiencia, enseñándole una pobreza que es fuente de extraordinaria riqueza”.

13. La literatura puede ayudar a educar “el corazón y la mente del pastor o del futuro pastor en la dirección de un ejercicio libre y humilde de la propia racionalidad, de un reconocimiento fecundo del pluralismo de los lenguajes humanos, de una extensión de la propia sensibilidad humana y, en conclusión, de una gran apertura espiritual para escuchar la Voz a través de tantas voces”.

14. “La literatura ayuda al lector a destruir los ídolos de los lenguajes autorreferenciales, falsamente autosuficientes, estáticamente convencionales, que a veces corren el riesgo de contaminar también el discurso eclesial, aprisionando la libertad de la Palabra”.