“Doce compañeros”, pues “éste fue el número que Cristo tomó de su compañía para hacer la conversión del mundo”. Esa fue la intención con la que emprendieron su misión, según recuerda la Pequeña Enciclopedia Franciscana, los hoy llamados “12 apóstoles de México”, que llegaron al continente americano el 13 o 14 de mayo de 1524, hace 500 años. Faltaban entonces unos siete años y casi siete meses para que ocurriera la milagrosa aparición de la Virgen de Guadalupe.
Eran Fray Martín de Valencia, Fray Francisco de Soto, Fray Martín de Jesús —también conocido como de la Coruña—, Fray Juan Juárez, Fray Antonio de Ciudad Rodrigo, Fray García de Cisneros, Fray Luis de Fuensalida, Fray Juan de Ribas, Fray Francisco Jiménez, Fray Andrés de Córdoba, Fray Juan de Palos, y Fray Toribio de Benavente. Este último, tomando un vocablo que escuchaban repetir abundantemente a los indígenas, tomó como sobrenombre “Motolinía”, que proviene del náhuatl y que quiere decir “pobre”.
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No eran los primeros franciscanos en pisar tierras que hoy son mexicanas. Antes, junto a la expedición de Hernán Cortés, llegaron dos: Fray Pedro Melgarejo y Fray Diego Altamirano. Pero eran parte de los capellanes castrenses, al servicio pastoral de los militares, y no propiamente en labor de misión.
Luego llegarían tres más: Fray Juan de Tecto, Fray Juan de Aora y Fray Pedro de Gante. Los dos primeros fallecieron en el marco de la expedición de Cortés a la actual Honduras, mientras que el último se quedó en Texcoco, al noreste de la Ciudad de México, según recoge el P. José María Iraburu en su libro Hechos de los apóstoles de América.
“El año que vino nuestro Señor”
Después de esto, y tras las facultades concedidas desde Roma, señala el P. Iraburu, el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico decidió “que sean franciscanos los primeros misioneros de la Nueva España”.
Cuando los “12 apóstoles” franciscanos llegaron a las inmediaciones de la actual Ciudad de México, indica el P. Iraburu, Cortés “salió a recibirles con la mayor solemnidad. Y los indios se admiraban sobremanera al ver a los españoles más grandes y poderosos besando de rodillas los hábitos y honrando con tanta reverencia a aquellos otros tan pequeños y miserables, que venían, como dice Bernal [Díaz del Castillo, uno de los conquistadores que llegó con Cortés], ‘descalzos y flacos, y los hábitos rotos, y no llevaron caballos sino a pie, y muy amarillos’”.
“Esta entrada de los Doce en México, el 17 de junio de 1524, fue una fecha tan memorable para los indios que, según cuenta Motolinía, a ella se refieren diciendo ‘el año que vino nuestro Señor; el año que vino la fe’”.
“Una batalla cósmica en contra de Satanás”
En diálogo con ACI Prensa, el P. Eduardo Chávez, Doctor en Historia de la Iglesia y Teólogo Magistral Guadalupano de la Arquidiócesis Primada de México, explica que los franciscanos llegaron con la “mentalidad del siglo XVI, de poner a Jesús sea como sea. Era una batalla cósmica en contra de Satanás, en contra de la idolatría, concretamente”.
“Así que ellos venían arriesgando su vida (...) y llegan a México con una situación complicadísima, porque no sabían obviamente el náhuatl, que era la lengua más generalizada entre los indígenas, y ellos tratan de hacer su obra de una manera tan valiente, una manera tan humilde”, resalta el también director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, que fue además el postulador oficial de la causa de canonización de San Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe.
Los franciscanos, destaca, “tratan de identificarse con los indígenas” y “los ven como seres humanos dignos de bautismo, dignos de sacramentos, dignos de salvación. Y venían ellos en esta batalla cósmica a quitar del corazón del indígena las garras de Satanás en la idolatría”.
Poco después de llegados, señala, Motolinía “ya anda queriendo destruir ídolos, templos y demás”, arriesgando en ello la vida para “destruir a Satanás, a los ídolos que tenían agarrada el alma de estos pobres indígenas”.
Para el P. Chávez, “lo mejor de España vino a México”, con frailes que se veían a sí mismos como “paladines de Jesús”, y sintiéndose enviados por Él: “vayan por todos los pueblos y bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
“Ellos, sin pretenderlo como tal, justificaban el hecho de ir a otras partes, a otras culturas, con otras personas, para liberarlos de todo lo que fuera Satanás y bautizarlos lo más pronto posible. Esta era la mentalidad en general de los franciscanos”, precisa.
Sin embargo, no sólo “tuvieron el reto de quitar los ídolos a Satanás del corazón de los indígenas para salvarlos”, sino que los franciscanos en tierras americanas se enfrentaron al desafío de “quitar a Satanás del corazón de sus propios paisanos, que se decían católicos, apostólicos y romanos”, y quienes en algunos casos se oponían a la conversión de los indígenas, porque bautizarlos “significaba confirmar que son seres humanos” y no podían ser esclavizados.
Un mensaje franciscano “clave” para la aparición de la Virgen de Guadalupe
Ante este panorama, el primer Obispo de México, Fray Juan de Zumárraga, también franciscano, llegado a la Nueva España en 1528, lanza un mensaje dramático, en una carta al rey de España, en agosto de 1529: “Si Dios no provee con remedio de su mano, está la tierra en punto de perderse totalmente”.
El propio Zumárraga, recuerda el P. Chávez, sufrió un intento de asesinato a manos de una de las autoridades civiles españolas, Diego de Delgadillo, a quien el franciscano llegó a considerar un “diablo infernal de codicia”.
En su carta al rey, señala el Doctor en Historia de la Iglesia, “le dice ahí todas las tropelías y todas las situaciones que estaban sufriendo, tanto indígenas como buenos españoles como ellos, y ahí lanza esta frase que para mí es la clave de la aparición de la Virgen de Guadalupe: ‘Si Dios no provee con remedio de su mano, está la tierra en punto de perderse totalmente’”.
“Para mí, esta frase que lanza el obispo franciscano, primer Obispo de México, de la Ciudad de México, es clave para el evento guadalupano. Dios responde y Dios viene en el Inmaculado Vientre de Santa María de Guadalupe, del 9 al 12 de diciembre de 1531”, asegura, refiriéndose a las fechas en las cuales se apareció Santa María a San Juan Diego en el cerro del Tepeyac, al norte de la actual capital mexicana.
El P. Chávez asegura que la Virgen de Guadalupe “toma lo bueno y verdadero del corazón humano, las semillas del Verbo que ahí palpitan, y las lleva a la plenitud de Jesucristo Nuestro Señor”.
Con su aparición, resalta, “viene una conversión que jamás, nunca antes se había visto en toda la historia de la Iglesia, y los primeros testigos de esto son los franciscanos. Ellos veían esta conversión y ellos dicen que asusta, es de maravillar, es de no creerlo”.
Lejos de que Santa María de Guadalupe sea, como algunos sostienen, una adaptación cristiana de la deidad mexica Coatlicue, caracterizada por vestir una falda de serpientes, el experto precisa que la Virgen “no toma nada satánico” de las culturas mesoamericanas.
“Eso es totalmente falso, absurdo, ridículo, porque en ese entonces está la Santa Inquisición, porque en ese entonces todos los concilios te planteaban la excomunión”, ante casos de cultos que puedan ser considerados satánicos.
Aunque “al inicio no entendieron bien toda esta inculturación” que trajo la Virgen de Guadalupe, los franciscanos “son importantísimos, porque la Virgen de Guadalupe hace la conversión, pero te necesito a ti, sacerdote —y en la gran mayoría eran franciscanos—, para todos los sacramentos, bautizos, confesiones, matrimonios”.
“Y por eso los franciscanos son tan importantes, porque es el instrumento del amor de Dios en una perfecta inculturación que ella solamente puede hacer y lo hace. Pero te necesito a ti, tanto laico Juan Diego, como a ti, sacerdote consagrado, la gran mayoría franciscano”, concluye.