Este viernes, el Arzobispo de Madrid, Cardenal José Cobo, presidirá la ceremonia de traslado de los restos del capellán de la Legión Española Fernando Huidobro, SJ a un nuevo mausoleo en el claustro de la parroquia de San Francisco de Borja en la capital española.
Hasta ahora, capellán castrense que falleció durante la Guerra Civil española, se encontraba en un lateral dentro del templo que, según detalla la Archidiócesis, “estaba expuesta a humedades y desgastes”.
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“Este nuevo emplazamiento facilitará las visitas de los fieles y devotos, ya que antes solo se podía acudir a él cuando estaba abierta la iglesia. El claustro tiene un horario más ampliado al dar paso, además de a la capilla, a las salas donde se realizan encuentros y actividades”, se añade en el sitio web del arzobispado.
El delegado para las Causas de los Santos de la diócesis de Madrid, Alberto Fernández, considera que el traslado “es importante” porque para su beatificación “es necesario que se demuestre un milagro realizado por Dios a través de su intercesión” y el nuevo emplazamiento facilita a los fieles acudir “para depositar en la sepultura los anhelos, las peticiones, para que si Dios lo tiene a bien, un día se pueda obrar el milagro que permita la beatificación y si Dios quiere también el milagro que después permita la canonización”.
En el año 2020, con motivo del centenario de la fundación de la Legión Española bajo el mando del general Millán Astray, el Arzobispado Castrense accedió a las peticiones para impulsar el proceso de canonización que había quedado paralizado en 1947. Así, se reabrió en enero de 2021 y fue clausurada en octubre de 2022.
En el acto, que consistirá en una “liturgia exequial con todos los honores” también estarán presentes el arzobispo castrense, Mons. Juan Antonio Aznárez; el provincial de España de la Compañía de Jesús, Enric Puiggròs y autoridades militares.
No es la primera vez que se trasladan sus restos metales. Tras su muerte, fue enterrado en el cementerio de Boadilla del Monte y de allí a Aranjuez en el año 1943, siendo Madrid su ubicación permanente desde 1958.
En los últimos meses, los restos mortales del P. Huidobro han sido retirados para someterse a análisis forenses relacionados con el proceso para su posible elevación a los altares.
Quién fue el P. Fernando Huidobro, SJ
Nacido en Santander el 10 de marzo de 1903, el P, Fernando Huidobro, SJ fue bautizado al día siguiente de nacer. Era el sexto de nueve hijos y dos de sus hermanas fueron religiosas Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
Tras estudiar en Melilla y Madrid, ingresó en el noviciado de los jesuitas en Granda en el año 1919. En octubre de 1930, comenzó sus estudios de Teología en burgos, pero la expulsión de los jesuitas decretada por el Gobierno republicano fue enviado a Bélgica y Holanda para completar su formación. También estudió en Portugal y Alemania.
Al estallar la Guerra Civil el 18 de julio de 1936, pidió a sus superiores acudir al frente de batalla para socorrer a sus compatriotas “especialmente donde estuvieran los más necesitados y fuera más difícil, prefiriendo en principio la zona leal al gobierno constituido (lo cual se demostró imposible para un sacerdote)”, según detalla el sitio web del Arzobispado Castrense.
Así, en septiembre de 1936 fue destinado a la IV Bandera de la Legión Española, que en su pendón luce una imagen del Cristo de Lepanto, el mismo que llevaba al cuello el sacerdote.
El lunes 5 de abril de 1937, en mitad de la Guerra Civil española en la que se produjo una de las mayores persecuciones anticatólicas de la historia, realizó la profesión perpetua en la Compañía de Jesús. El domingo 11, ya incorporado al frente, murió a consecuencia de las heridas causadas por un obús mientras atendía a un legionario herido.
“Ese día habían recibido muchísimos impactos de mortero y el capitán le había mandado retirarse para salvaguardar su vida, pero él permaneció en el puesto confesando a un legionario”, detalla el Arzobispado Castrense.
La vida del P. Huidobro entre los soldados de la Legión
Según recoge el jesuita Francisco Peiro en un artículo publicado en el diario ABC con motivo del 25 aniversario de su fallecimiento, el teniente Juan Parra Jeres, en una declaración testifical sobre el capellán, explicaba el modo en que velaba por las necesidades de los legionarios:
“Los servicios que nuestro capellán nos prestó eran incesantes y así, cuando había seis u ocho días de descanso por necesidades de reparar el material, el padre Huidobro hacía alguna escapada a retaguardia para consagrarse a pedir limosnas y buscar enseres o comprarlos, como jabón, hojas de afeitar, toallas, agujas, papel de escribir, etc., etc., que luego al incorporarse a la Bandera iba repartiendo entre los legionarios conforme a las necesidades que él veía”.
El teniente Parra también recordó cómo, a pesar de las muchas invitaciones para comer con los mandos, “prefería comer en compañía de los simples legionarios, se le recibía entre ellos con júbilo y les gustaba obsequiarle con cuanto tenían”.
Su desprendimiento era tal que tan pronto como le ofrecían una manta para superar el frío, encontraba quien la necesitara más:
“Una noche le hallé junto a un puesto de servicio avanzado tiritando de frío entre sus rezos. Le di una manta para que se abrigara. Esa manta salió al día siguiente hacia la retaguardia cubriendo a un prisionero herido. Le facilité otra y fue a envolver el cuerpo calenturiento de un enfermo. Nueva entrega y nueva donación a tercero. Y el padre Huidobro siguió tiritando y buscando excusas para explicar su prodigalidad y sostenía firmemente que no sentía el frío”.
Un “milagro” atribuido a sus oraciones en medio de un bombardeo
Según el testimonio del oficial legionario, a los pocos días de la incorporación del jesuita a su Bandera, sufrió un intenso bombardeo cuando se encontraba en un caserío que hacía las veces de puesto de socorro.
Un avión bombardero del Frente Popular trató de hacer saltar por los aires el lugar. “El padre Huidobro, al verlo acercarse, invitó a todos a rezar”, relata. Las primeras cuatro bombas se desviaron del objetivo. El avión se alejó para volver al rato, con más proyectiles que abrían “cráteres alrededor del puesto de socorro, pero respetándolo. Y milagro fue. Porque en las dos horas que duró el bombardeo ni un solo proyectil se atrevió a tocar la humilde casita en que se había instalado el puesto de socorro y en la que se refugiaban los que se pudieron en manos de Dios ya la sombra de las oraciones de su santo capellán”.
El religioso sólo portaba un “arma”: el crucifijo. Muchas veces le insistieron para que se echara una pistola al cinto. “No pienso llevarla nunca –contestaba el padre Huidobro–. Si me matan, quiero morir como ministro de Dios y sacerdote por ejercitar mi ministerio sagrado”, relata el legionario.