Según National Geographic, Rodrigo Díaz de Vivar, conocido popularmente como el Cid Campeador, falleció un día como hoy, el 10 de julio de 1099. Sobre la vida del famoso del noble y líder militar castellano profundizó José María Gárate, también militar e historiador español, especialmente acerca de la posibilidad de que el Cid tuviera abierta una causa de canonización.
La Universidad de Burgos (España) comparte un texto de Gárate, titulado La posible santidad del Cid, en el que explica que es “casi del dominio público” que el rey Felipe II (1527-1598) propuso la canonización del héroe de la Reconquista contra los musulmanes.
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Según información de Fray Francisco de Berganza y de un libro del sacerdote Alfonso Chacón, explica Gárate, “allí constaba que Felipe II, admirando la figura heroica y moral de Rodrigo Díaz, decidió promover su proceso de canonización a la vez que el de los doscientos mártires de Cardeña”.
En ese sentido, el rey encargó a Diego Hurtado de Mendoza, su embajador en Roma, la elaboración de un memorial sobre la vida del militar castellano. Mendoza aceptó y se dedicó con empeño a la tarea, añade el historiador, por ser él mismo descendiente del Cid.
Hurtado de Mendoza armó el expediente, con los documentos que ya poseía y con algunos otros que le fueron enviados desde Cardeña. Sin embargo, antes de iniciarse el proceso de Canonización se vio obligado a abandonar Roma y los documentos se perdieron, incluyendo, probablemente, el manuscrito original del Poema de Mío Cid.
Gárate cita al historiador burgalés Anselmo Savá, quien precisa que el expediente “andaba y más andaba de un lado para otro, hasta que de tanto andar, por lo visto se perdió, y por esta razón nos quedamos en Castilla sin San Rodrigo”.
Opinión de santidad: apariciones, fundaciones y “milagros”
“No era una lucubración beata y absurda la de Felipe II”, afirma Gárate. Según el historiador, sobre la vida del noble castellano reina un “confusionismo” que impide darle la magnitud necesaria a sus “recias virtudes”.
Asimismo, explica que diversas personalidades a lo largo de los siglos, incluídos ministros de la Iglesia, no han dudado en afirmar la santidad de Rodrigo Díaz de Vivar, llamándole incluso “bienaventurado y santo caballero”.
En 1541, durante la ceremonia de traslación de los restos del Cid a la Catedral de Burgos, el Abad de Cardeña, Fray López de Frías, entonó el salmo “los santos le alabaron en su gloria” y después los monjes cantaron el que comienza diciendo “admirable es Dios en sus santos”.
Además, Gárate profundiza en las presuntas apariciones de santos que el poema del Cid Campeador reseña, incluidos el Ángel Gabriel, San Pedro y San Lázaro. El Romancero lleva pareada, con cada una de las apariciones, una obra piadosa. Así, la obra señala al Cid como fundador de una leprosería, una parroquia y un manicomio.
De igual manera, la literatura atribuye a Rodrígo Díaz de Vivar algunos milagros en vida y uno después de su muerte.
Gárate relata que en 1541, año del traslado de sus restos, las comarcas de Burgos, la Bureba y la Rioja atravesaban una gran sequía, pero que desde el jueves que se prepararon los andamios para la ceremonia “comenzó a caer una lluvia muy apacible y duró hasta que fue concluida la función al otro día”.
“Este suceso sencillo es el único verosímil y pudo ser debido a la intercesión que se le atribuye, lo mismo que una mera coincidencia”, precisa el historiador.
La posible santidad del Cid
Gárate es tajante al calificar lo descrito anteriormente como “excesos imaginativos en torno a la espiritualidad del Cid”, que logran desviar legendariamente su figura. Las fábulas sobre el Cid, continúa, fueron causa incluso de la negación histórica de su figura.
“Perjudican al santo los amerengados delirios de la beatería como al héroe los chafarrinones de tosco patrioterismo”, sentenció. “La protección del Cielo no se prodiga tanto en forma externa como dice esa constante presencia de seres celestiales en la tierra que hemos examinado”, agregó.
La canonización de una persona, continúa Gárate, confirma oficialmente su fama pública de santidad y “cada vez se exigen más rigurosas pruebas”. Sin embargo, “el fallo adverso del proceso no significa negación de santidad, antes bien habrá en el Cielo muchos santos ignorados gozando mayor gloria que otros populares, por los méritos de su vida anterior, aunque la externa, sencilla y recogida, sin apariciones ni portentos, pasase inadvertida en este mundo”, indica.
“Así imaginamos la posible santidad del Cid, hombre fiel a su difícil vocación militar y política que esmalta de virtudes, hombre de rezo breve y encendido de fe con obras, de piedad y donaciones, pero sobre todo con un alto concepto religioso del deber, la autoridad y la justicia”, afirma Gárate.
El Cid Campeador, como curtido hombre de guerra, puede representar “un buen ejemplo de espiritualidad militar”, destacando la importancia del sentido del deber profesional y del origen divino de toda autoridad.
“Si no ha merecido el honor de los altares, tiene sin duda su glorificación entre el conjunto de todos los que gozan de la visión beatífica, conmemorados en la fiesta del primer día de noviembre, concluye Gárate.