En la Arquidiócesis de Guayaquil (Ecuador), la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN, por sus siglas en inglés) apoya un programa de pastoral penitenciaria impulsado por sacerdotes y misioneros laicos voluntarios. Una de estas seglares es Aleída Mejía, quien afirma que —a pesar de los muchos obstáculos— “sí vale la pena” atender a los criminales.

Las dificultades son muchas, desde el sólo hecho de entrar a la prisión y tratar cara a cara con los encarcelados, hasta lidiar con la actitud de los policías y guardias, para quienes la labor que desempeña Mejía junto a sus compañeros es nada más que una molestia. 

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“La sociedad piensa que lo que hacemos no tiene sentido ni vale la pena”, señala la misionera.

Tanto ella como sus compañeros están seguros de que el Señor les ha enviado a esos lugares “donde Su Palabra rara vez llega”, debido a la escasez de personas dispuestas a donar sus vidas para contribuir con la misión evangelizadora de la Iglesia. 

Guayaquil fue una de las ciudades más afectadas por la ola de violencia e inseguridad que se desató en el país meridional en enero de este año. El presidente Daniel Noboa ha decretado dos estados de emergencia y el ejército ahora patrulla las calles e interviene las prisiones. Esto, comenta ACN, dificulta en gran medida el trabajo de los misioneros.

De hecho, la crisis social ecuatoriana inició en las cárceles cuando los reos se amotinaron provocando muerte, caos y destrucción. Según la fundación, sólo fue hasta abril cuando las autoridades lograron retomar el control de las prisiones.

Más de 12.000 reclusos se distribuyen en 5 prisiones guayaquileñas. La pastoral penitenciaria de la ciudad casi no puede cubrir esta realidad, por lo que ACN comenzó a apoyar un programa de formación para misioneros laicos que deseen donar su tiempo en esta causa.

Mejía manifiesta que los miedos son normales en esta labor, los propios y los ajenos. “El miedo de nuestras familias a dejarnos venir aquí, donde están los más despreciados de la sociedad, donde todos son estigmatizados como lo más desechable e inmundo. Pero es precisamente aquí donde Jesús quiere que estemos, porque Él nos llama a amar a todos sus hijos, ya que todos somos pecadores”, destacó.

De igual manera, María Cristina Santacruz —coordinadora arquidiocesana de la pastoral carcelaria en Guayaquil— indicó a ACN que lo más difícil de su labor es “amar a los menos amados, a los insignificantes, a los despreciados”.

Asimismo, lamentó que “nadie cree en la pastoral penitenciaria”, porque se considera como una realidad que no merece la pena atender. “Pero a mí la palabra de Dios me dice que la misericordia es para el pecador más empedernido. Yo sí tengo esperanza y creo que este proyecto es algo que quiere la Divina Voluntad”, subrayó Santacruz.

Junto a ambas misioneras, más de 100 personas, entre obispos, sacerdotes, religiosos y misioneros laicos, se dedican “a esta misión, dando la vida por el hermano”, añade.

El trabajo de los sacerdotes y misioneros de esta pastoral en Guayaquil incluye Misas y charlas, talleres y cursos sobre valores cristianos y fe. “Hemos llevado a Jesús a estas personas, mucha gente se ha acercado a los sacramentos. Hemos visto procesos de conversión fuertes, hemos visto a Cristo liberando esas almas”, destaca Mejía.

Más allá del trabajo con los privados de libertad, el programa penitenciario ofrece apoyo a sus familias. Mejía concluyó resaltando la importancia de la oración para que su misión realmente brinde frutos abundantes:

Es necesario “rezar por esta misión para que se puedan seguir formando a estos misioneros que liberan almas, almas que han estado cautivas, como estuvo la mía. Llevamos la palabra de Dios diciendo que hay un Dios que nos ama y que nos libera”, afirmó.