En 1991, un hecho milagroso ocurrido en Venezuela le cambió la vida a un sacerdote que atravesaba una crisis de fe y a una bióloga molecular que, a través de su experiencia con Jesús Sacramentado, logró darle sentido a su sufrimiento y a las adversidades.
El 8 de diciembre de aquel año, día de la Inmaculada Concepción, el P. Otty Ossa Aristizábal —entonces de 56 años de edad y de nacionalidad colombiana—celebró una Misa en el Santuario de Betania, ubicado en una zona montañosa a pocos kilómetros de Caracas, la capital de Venezuela.
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Este lugar es reconocido internacionalmente por las presuntas apariciones de la Virgen María a la Sierva de Dios María Esperanza de Bianchini desde 1976, aprobadas por el obispo local de la época, Mons. Pío Bello Ricardo, como “auténticas” y de “carácter sobrenatural” en 1987.
El sacerdote, atormentado por las dudas, había pedido un año sabático a Mons. Bello para repensar su vida y su vocación. Autorizado entonces, celebraría en Betania la que pudo haber sido la última Misa de su vida, pero en plena liturgia, la hostia en la patena comenzó a “mancharse” de un líquido rojo.
En la hostia se formó “un punto rojo del cuál comenzó a emanar una substancia roja”, según comentó el mismo P. Ossa en su declaración al obispo. Fluía “como brota la sangre de una puntada”, precisó. El presbítero guardó la hostia sangrante y, tiempo después, Mons. Bello la envió al departamento de microanálisis de la antigua Policía Técnica Judicial de Caracas, a cargo de la Dra. Daizy Cañizález, para someterla a las pruebas correspondientes.
En virtud del testimonio del P. Ossa y de los exámenes de laboratorio conducidos por la policía científica, Mons. Bello —entonces Obispo de Los Teques— declaró, en 1992, como “hecho milagroso” el sangramiento de aquella hostia en el Santuario de Betania.
El P. Ossa moriría en 2015, dejando atrás un prolífico ministerio sacerdotal.
En una conversación con ACI Prensa, la Dra. Cañizález recuerda que, para el momento en que recibe “la muestra”, su vida de fe no era sólida. Después de sus experticias sobre el milagro eucarístico, la bióloga molecular afirma haberse “olvidado” del tema. Habrían de pasar 21 años para que lograra dimensionar lo que tenía en su laboratorio.
En su vida sucedió una tragedia que marcaría su porvenir: Un día corriente de 2001, recibe la llamada de su hijo, que salía de la universidad para encontrarse con su padre. Pocos minutos después recibe la misma llamada, pero esta vez era la voz de un policía del otro lado del teléfono, informándole que había ocurrido un accidente. “Me levanté y sentí en mi interior que mi hijo no estaba vivo”, precisó Cañizález. Así había ocurrido.
Transcurrió el tiempo hasta que en 2012, la doctora decide renunciar a su trabajo y, durante el camino de regreso a su casa, siente la necesidad de entrar a su parroquia. “Voy a entrar a la iglesia, tengo 40 años que no entro a una y, la verdad, no tengo nada que hacer”, pensó. Era un viernes, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Su parroquia, la Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, está a cargo de la Orden de Agustinos Recoletos. Allí, Cáñizales inició un camino de fe y de formación que, providencialmente, le llevaría a encontrarse con el mismo Señor que había tenido en sus manos dos décadas atrás.
“No recordaba lo que había hecho hacía 21 años”, indica Cañizález, hasta que la parroquia organiza una peregrinación “a la hostia sangrada [sic] de Los Teques”. En ese momento, comenta la doctora, sintió que un velo se cayó de sus ojos. Entonces recordó los estudios que había conducido en 1992, esta vez con una conciencia católica bien formada.
Por una “diocidencia”, añade, los encargados de resguardar el milagro eucarístico son los Agustinos Recoletos, específicamente las Hermanas del Corazón de Jesús, que en la ciudad de Los Teques (a las afueras de Caracas) tienen una capilla de adoración perpetua donde está expuesta la hostia.
“Mi vida cambió por completo”, sentencia Cañizález. “Yo analicé la sangre del primer milagro eucarístico de Venezuela”, añadió. Efectivamente, sus estudios comprobaron que la sustancia que brotó de aquel pedazo de pan era sangre humana, del tipo AB, el mismo que se encuentra en otros milagros eucarísticos y en el Sudario de Turín.
Su historia, manifiesta, cobró otro sentido. Desde su deseo frustrado de ser médico, hasta la inesperada muerte de su hijo: todo había sucedido para que ella se encontrase con el Señor en la hostia consagrada.
Cañizález se hizo devota al Sagrado Corazón de Jesús y dice ahora entender con mucha “fortaleza y paz” sus sufrimientos. “Ahora entiendo lo que es abrazar la Cruz con Jesús. El dolor que yo sufrí es poco para lo que sufrieron Jesús y María por mí y por mi hijo inclusive”, afirmó.
“Al verlo a Él ya nada me afecta grandemente. Lo asumo con amor y lo asumo como bendición. Esto no es fácil decirlo y la gente no lo entiende. Acepto el sufrimiento porque Él sufrió más que yo”, añadió.
El milagro custodiado por las Hermanas Agustinas
La hostia del milagro sucedido en el Santuario de Betania está ahora custodiada por las Hermanas Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús en Los Teques. Allí, reciben a peregrinos de todo el mundo.
Según la Hna. Gracelia Molina, religiosa agustina, otro prodigio tuvo lugar cuando uno de estos peregrinos, en 1998, grabó la hostia del milagro con su cámara de mano, apareciendo en la cinta como “rodeada de llamas y latiendo como un corazón”.
“Allí está presente el Señor en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad”, indicó. Este milagro, remarca la religiosa en una conversación con ACI Prensa, nos habla de un Jesús que está verdaderamente presente en la Eucaristía. “Es el Corazón mismo de Cristo, vivo y latiendo por cada uno de nosotros”, añadió.
Las Hermanas Agustinas, fundadas por la Beata venezolana María de San José, llevan impreso en su espiritualidad el amor por Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. “El Señor nos quiere mostrar con bases científicas, no solo desde la fe, que camina realmente entre nosotros y que está esperando que le adoremos para bañarnos en gracias”, concluyó la Hna. Molina.