El primer acto que realizó el Papa Francisco en la ciudad italiana de Verona este 18 de mayo fue un encuentro con sacerdotes y consagrados en la basílica de San Zeno. Allí, pidió a los sacerdotes que perdonen “todo” en el sacramento de la Reconciliación y que la confesión no sea “una silla de tortura” para los fieles.
Al entrar al templo, el Santo Padre rezó ante los restos de San Zeno y entregó una jarra con aceite, uno de los símbolos del cristianismo. Más tarde, compartió una conversación distendida con religiosas. Luego, el Pontífice se refirió a estas monjas y destacó que en la clausura “no se pierde la alegría”.
Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy:
Durante su primer discurso de este viaje, el segundo que realiza dentro de Italia en 2024, el Pontífice comparó la vocación con “una gran barca” y posteriormente se detuvo en dos aspectos: la llamada recibida y la misión.
En primer lugar, señaló que en el origen de la vida cristiana está “la experiencia del encuentro con el Señor, que no depende de nuestros méritos o de nuestro compromiso, sino del amor con el que Él viene a buscarnos, llamando a la puerta de nuestro corazón e invitándonos a una relación con Él”.
“¿He encontrado al Señor? ¿Me dejo encontrar por el Señor?”, preguntó el Papa Francisco a continuación. Además, resaltó que “en el origen de la vida sacerdotal y de la vida consagrada no estamos nosotros, nuestros dones o algún mérito especial, sino que está la sorprendente llamada del Señor”.
Remarcó asimismo que la vocación “es pura gracia” e instó a no perder nunca la maravilla de la llamada: “Ésta se alimenta del recuerdo del don recibido por gracia, un recuerdo que hay que mantener siempre vivo en nosotros”.
“Este es el primer fundamento de nuestra consagración y de nuestro ministerio: acoger la llamada recibida, acoger el don con el que Dios nos ha sorprendido”, precisó.
Según el Papa Francisco, “si perdemos esta conciencia y esta memoria, corremos el riesgo de ponernos a nosotros mismos en el centro en lugar del Señor; corremos el riesgo de agitarnos en torno a proyectos y actividades que sirven a nuestras propias causas más que a la del Reino”.
“Corremos el riesgo de vivir incluso el apostolado en la lógica de promocionarnos a nosotros mismos y de buscar el consenso, en lugar de gastar nuestra vida por el Evangelio y por el servicio gratuito a la Iglesia”, afirmó.
Además, aseguró que “incluso cuando sentimos el peso del cansancio y de alguna desilusión, permanecemos serenos y confiados, seguros de que Él no nos dejará con las manos vacías”, y les animó a recordar la llamada en momentos oscuros para recuperar la fuerza y resistir.
Más tarde, el Papa Francisco recordó que la audacia es un don que esta Iglesia conoce bien: “la audacia del testimonio y del anuncio, la alegría de una fe empeñada en la caridad, la inventiva de una Iglesia que sabe captar los signos de los tiempos y responder a las necesidades de los que más luchan”.
A continuación, afirmó que “todos debemos llevar la caricia de la misericordia de Dios” y se dirigió especialmente a los sacerdotes para pedirles que perdonen “todo” en el sacramento de la Reconciliación: “por favor, no torturen a los penitentes”, que este sacramento “no sea una silla de tortura”, le instó el Santo Padre.
En este sentido, le pidió perdonar sin hacer sufrir y aseguró que “la Iglesia tiene necesidad de perdón y vosotros sois los instrumentos”.
Más tarde, advirtió que “las tormentas no faltan en nuestros días; muchas de ellas tienen sus raíces en la avaricia, la codicia, la búsqueda desenfrenada de la autosatisfacción, y están alimentadas por una cultura individualista, indiferente y violenta”.
Por último, el Santo Padre les dio las gracias por entregar sus vidas al Señor y por su compromiso con el apostolado: “Seguid adelante con valentía”, les invitó.
Además, señaló que el “mal no es normal”, sólo en el infierno. “No hagamos del mal algo habitual”, les pidió, asegurando que así pueden convertirse en “cómplices”.
“Esto es lo que os deseo a vosotros y a vuestras comunidades: una ‘santidad capaz’, una fe viva que con caridad audaz siembre el Reino de Dios en cada situación de la vida cotidiana”, señaló.
Donde haya odio, “que yo sea capaz de sembrar amor”, que es más fuerte que la muerte, afirmó por último el Papa Francisco.