En el marco del escándalo suscitado por un grupo de clarisas que han desconocido la autoridad del Papa para así unirse a un “obispo” excomulgado, compartimos lo que hizo Santa Clara de Asís, fundadora de las clarisas, para demostrar su obediencia al Santo Padre y a las disposiciones de la Iglesia Católica, hasta la muerte.
Un milagro por obedecer al Papa
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De acuerdo al Directorio Franciscano de Santos, en una ocasión el Papa fue a visitar a Santa Clara. Ella se arrodilló y le pidió que bendijera el pan que estaba en la mesa. El Papa le dijo: “Hermana Clara fidelísima, quiero que seas tú quien bendiga este pan y que hagas sobre él esa señal de la cruz de Cristo, a quien tú te has entregado enteramente”.
La humilde santa le pidió que la perdonara, dando a entender que no era digna de hacerlo teniendo delante al Vicario de Cristo. Entonces, el Santo Padre le insistió, bajo el voto de obediencia.
La santa obedeció y en los panes apareció milagrosamente una marca de cruz. El Pontífice se fue contento, dando su bendición a la santa.
Obediencia a las reglas de la Iglesia
Corazones.org, sitio web sobre la vida de los santos, describe que San Francisco puso al frente de las clarisas a Santa Clara (1193-1253). Ella no sólo se volvió ejemplo para sus hermanas, sino que empezó a preparar el futuro de la comunidad a través de las Reglas.
Las Reglas, en términos generales, son el conjunto de normas de cómo las órdenes religiosas viven su espiritualidad. Ejemplo de ello son la regla de San Benito, de San Agustín, de los Jesuitas y de San Francisco de Asís.
Éstas necesitaban la aprobación del Papa para su reconocimiento universal, pero Santa Clara de Asís no la tuvo fácil.
Según el Directorio Franciscano de Santos, en 1215 el Concilio Lateranense IV prohibió que se constituyeran nuevas comunidades que no tuvieran como guía alguna regla religiosa antigua.
Por esa razón Santa Clara y sus hermanas tuvieron que aceptar por obediencia la regla benedictina (San Benito), la cual no expresaba el estilo de vida pobre que ellas buscaban.
Santa Clara no quedó tranquila y con el tiempo obtuvo del Papa Inocencio III una gracia especial llamada “Privilegio de la pobreza”, lo que les permitía “vivir sin privilegios, sin rentas ni posesiones, siguiendo las huellas de Cristo pobre”, precisa el Directorio.
En esta circunstancias, apareció el Cardenal Ugolino de Segni, quien puso a las clarisas bajo unas Constituciones que elaboró y que regían al lado de la regla benedictina con el fin de que puedan vivir mejor su carisma. Pero no era suficiente.
Tras la muerte de San Francisco de Asís (1226) el Cardenal Ugolino de Segni se convirtió en el Papa Gregorio IX y canonizó al santo en Asís (1228). El Pontífice visitó la comunidad de Santa Clara y le insistió que acepte propiedades para asegurar su monasterio. La santa no aceptó y más bien obtuvo del Papa la confirmación del “Privilegio de la pobreza”.
Más adelante, el Papa Inocencio IV concedió que la regla benedictina fuera reemplazada por la de San Francisco en la fórmula para la profesión religiosa de las clarisas.
Además, ciertas regulaciones relacionadas a las Constituciones del Cardenal Hugolino pasaron a ser normas legales para ellas. Pero esto tampoco cumplió las expectativas.
Después, a nombre del Pontífice, el Cardenal Rainaldo de Conti di Segni, entonces protector de la familia franciscana, aprobó la Regla hecha por la propia Santa Clara solamente para el monasterio de San Damián, pero aún faltaba que la regla fuera para todas las comunidades clarisas.
Su testamento de obediencia
Días antes de morir, Santa Clara recibió la visita del Papa Inocencio IV y le pidió la aprobación papal de su regla para toda su orden. El Papa, a través de una bula, la aprobó el 9 de agosto de 1253. La santa recibió el documento y lo besó con cariño.
De esta manera, la primera mujer que escribió una regla para religiosas, partió al cielo el 11 de agosto de aquel año. Tenía la Regla, que tanto sacrificio le costó, en su manos.
El capítulo primero de la Regla de la santa dice algo significativo y que quedó como un testamento para todas sus religiosas: “Clara, indigna sierva de Cristo y plantita del muy bienaventurado padre Francisco, promete obediencia y reverencia al señor Papa Inocencio y a sus sucesores canónicamente elegidos y a la Iglesia Romana”.