San Isidro Labrador, cuya fiesta la Iglesia Católica celebra cada 15 de mayo, no se salvó del chisme y la envidia del mundo. Algunas personas que le tenían cólera y envidia fueron con ciertos chismes a su jefe, quien enfureció y fue a confrontar al santo, sin saber lo que milagrosamente encontraría.
En el libro Año Cristiano del P. Juan Croisset SJ, se narra que San Isidro, buscando sostener a su familia, se puso a trabajar para un señor llamado Juan de Vargas. A pesar de las exigencias laborales en el campo, el santo no quiso descuidar su prácticas de fe y por eso se levantaba de madrugada para ir a la iglesia, estar en Misa y rezar.
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Muchos no estaban de acuerdo con sus prácticas de piedad y por eso algunos fueron a ver al jefe del santo para decirle que Isidro no iba temprano a labrar su campo, sino que prefería irse a las iglesias y descuidar el cultivo de su tierra, por lo que estaba dando trabajo a un mentiroso y vago.
El señor Vargas se dio cuenta que efectivamente Isidro se iba a la iglesia en las mañanas y pensó que por eso sus tierras podían estar descuidadas. Es así que cierta mañana fue al campo para desenmascararlo.
Cuando estaba a lo lejos, observó que dos pares de bueyes muy blancos, unidos a dos arados, estaban arando la tierra junto a Isidro. El jefe avanzó más rápido para averiguar lo que sucedía, pero cuando estuvo más cerca, los bueyes y arados desaparecieron.
Llegó muy molesto y tratando de controlar su cólera le preguntó a San Isidro quiénes eran los que estaban arando con él y que desaparecieron cuando él se acercó.
San Iisdro le respondió que no sabía de otra ayuda más que la de Dios, a quien invocaba cuando se ponía a trabajar, teniéndolo presente todo el día.
El señor Vargas, que sabía de la fama de santidad de su trabajador, entonces comprendió lo que vio y lo animó a que siguiese con sus devociones.
Al final, las tierras labradas por San Isidro terminaron siendo las mejor trabajadas y con espera de una gran cosecha.
Es preciso indicar que en algunas pinturas de la iconografía cristiana se suele representar a San Isidro con dos pares de bueyes con arados, guiados por dos ángeles.