En los alrededores del municipio madrileño de Cubas de la Sagra, se encuentra el Monasterio y Santuario de Santa María de la Cruz y Santa Juana, un lugar cargado de historia en el que se documentan apariciones de la Virgen María y donde además vivió una monja extraordinaria en proceso de canonización.
El camino de tierra cercado por altos árboles que desemboca a los pies del lugar exacto donde la Virgen María clavó una cruz en el suelo durante la última de sus apariciones, es el mismo que hace más de quinientos años recorrieron reyes, nobles, autoridades de la Iglesia Católica y miles de peregrinos.
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Fernando Prieto, quien en los últimos años se ha dedicado a recuperar gran parte del monasterio enterrado bajo los escombros, recibe a ACI Prensa en este remanso de paz que a pesar de su deterioro y olvido tras la Guerra Civil Española, aún se mantiene en pie gracias a la protección de la Virgen María, quien prometió no abandonar nunca este lugar.
Aparición de la Virgen María a Inés: así comenzó todo
Era el 1 de marzo de 1449. Inés Martínez, una niña muy sencilla de entre 12 y 13 años aseguró que se le había acercado una mujer andando mientras cuidaba de los cerdos en el campo de Cubas.
“En declaraciones posteriores, Inés contó que la mujer era muy hermosa, con la tez blanca, sin corona, sin niño, con zapatos y un vestido blanco reluciente envuelta en paños de oro. Aquella niña analfabeta había descrito, sin saberlo, a la Virgen que venía en Gloria”, precisa Prieto.
Al dirigirse a ella por primera vez, la mujer le hizo esta petición: “Te mando que digas a todas las gentes que se confiesen y aderecen su alma”. Al octavo día, el cura de Cubas instó a la joven a que preguntara a aquella mujer por su nombre. “¿Quién sois Señora?”, preguntó Inés. “Yo soy la Virgen María”, respondió ella.
La Virgen, de rodillas, clavó una cruz
El último día, como prueba de su real presencia, la Virgen le tomó el brazo a Inés “y le dejó cuatro dedos pegados y el pulgar en forma de cruz, diciéndole que aquella era la señal que le había pedido el sacerdote”. Al ver aquel fenómeno, los habitantes del pueblo organizaron una procesión e improvisaron una cruz con dos palos de telar.
Entonces, la pequeña fue andando hasta donde estaba la Virgen, quien más tarde se puso de rodillas y clavó la cruz en el suelo diciendo: “Han de hacerme aquí una iglesia que llamen Santa María”.
Tras lo ocurrido, los vecinos construyeron un altar de yeso en el lugar exacto en el que la Virgen clavó la cruz. Al año siguiente, comenzaron a llegar numerosos peregrinos. Los vecinos de Cubas de la Sagra avisaron al Arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, quien ordenó estudiar meticulosamente el caso.
Con las pruebas de más de 20 testigos, el arzobispo se convenció. “De aquellos días hay 72 milagros demostrados con actas notariales y se conserva una copia del manuscrito original de las apariciones”, cuenta Prieto.
Al ver la cantidad de personas que llegaban, un grupo de mujeres beatas se agruparon para cuidar del santuario e hicieron unas casas alrededor para atender a los peregrinos.
Crearon así un “beaterío”, en el que Inés ingresó e incluso llegó a ser abadesa, aunque más tarde salió y terminó casándose. Con el paso del tiempo, muchas de aquellas mujeres abandonaron el lugar.
La llegada de “Santa Juana”
Con los años, el santuario quedó dividido, descontrolado, y perdió fama. “Había que redimirlo, ¿y cómo se redimió un lugar así? —pregunta Prieto—, con una niña: Juana Vázquez Gutierrez, quien nace en Azaña (actual Numancia de la Sagra), el 3 de mayo, el día de la Cruz, en el seno de una familia pobre”.
Según mostraron sus biografías, con tan sólo 3 años Juana ya hablaba con la Virgen María y los santos, “pero ella creía que era algo normal”.
En 1496, a pesar de la oposición de su familia y después de haberse escapado de casa vestida con ropa de hombre, llegó a este convento franciscano y pronto fue aceptada. Ingresó oficialmente el día 3 de mayo con el nombre de Juana de la Cruz.
Según recuerda Fernando Prieto, durante los primeros años pasó mucho tiempo en la enfermería, “curaba las heridas de los enfermos con un paño y agua bendita y pronto empezó a experimentar los primeros éxtasis y también la aparición de los estigmas”.
Los dones y carismas de Juana de la Cruz, la mujer “párroco”
Durante los éxtasis, a Juana le cambiaba la voz y aseguraban que era el Espíritu Santo quien hablaba por ella. Empezó a predicar y esto llamó la atención de muchos, especialmente del Cardenal Jiménez de Cisneros, primado de España y regente de Castilla, “que tanto le gustó cómo predicaba que le nombró su consejera y también párroco”.
“También el Emperador Carlos V vino cuatro veces a visitarla, y eso que era una mujer sin estudios. También le nombró consejera del imperio y medio convento se pudo construir gracias a sus donativos. Era admirada además por Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido como ‘el Gran Capitán’, quien consultaba a Juana todos sus combates”.
A la religiosa, a la que se le conocía como “Santa Juana” ya en vida, pronto se le atribuyeron asombrosos milagros. Además, contaba con abundantes dones y carismas.
Entre ellos destaca el don de lenguas: a pesar de que era analfabeta, Santa Juana sabía hablar árabe, francés, “y también decían que tenía un latín exquisito”, remarca Prieto.
También tenía el don de inspiración y de bilocación. Fernando Prieto señala que mucha gente venía al convento a pedir oraciones y a hablar con ella. “Los documentos muestran que siempre estaba en el lecho de esa persona, junto a ella en la hora de su muerte para ayudarle en el tránsito. Y Santa Juana nunca salió del convento”, afirma.
Además, Juana era “lectora de conciencias” y tenía el don de la profecía: “describió perfectamente la destrucción que el convento padecería 500 años después”. También tenía el don de la sanación, llegando a realizar milagros que incluso llegaron a ser estudiados en el Vaticano.
El ángel de Santa Juana
Muy conocido era el ángel que acompañaba a Santa Juana, del que incluso se sabe su nombre: San Laurel Aureo.
“Cuando el ángel venía a ver a Juana, las monjas ya sabían que estaba por el olor que desprendía. Decían: ‘ya ha estado aquí el señor duque’. También tuvo desposorios místicos con Jesucristo y la Virgen se le aparecía”, señala Prieto.
“A la habitación de Juana la llamaban la cámara de los ángeles y decían que se debía de hacer desde ella una escalera hasta el cielo por la cantidad de santos que subían y bajaban a visitarla”.
La “cuentas benditas” de Santa Juana
“Las cuentas benditas de Santa Juana es el capítulo más importante de su vida”, afirma Fernando Prieto.
Eran los tiempos de Erasmo de Rotterdam y casi no había cuentas benditas del Vaticano. Por ello, Juana mandó a sus monjas que reunieran las cuentas de sus sartas y rosarios y que también se las pidieran a sus familiares y vecinos.
“Les pidió llenar una arqueta de madera que tenía preparada. Tras cerrar y echar la llave, Juana se la entregó a la monja más anciana y posteriormente entró en un éxtasis que duró tres días”.
Las religiosas, con curiosidad, abrieron la arqueta y vieron que no había nada: las cuentas habían desaparecido. “Hay varios cuadros donde se representa esta escena”, expresa Prieto.
“Una vez Juana vuelve en sí y da orden de abrir la caja, las monjas vieron que estaban las cuentas y los rosarios. Del mueble comenzó a salir un perfume que inundó el convento durante varios días”.
Entonces, Juana dijo: “Mi ángel, en su bondad, ha tenido a bien llevar los rosarios al cielo, los ha depositado en las sacratísimas manos de nuestro Señor Jesucristo, quien los ha bendecido y les ha concedido infinidad de dones y virtudes, y este olor que estáis oliendo es el olor de las santísimas manos de nuestro Señor Jesucristo”.
“Las religiosas comenzaron a separar los rosarios y a repartir las cuentas. Pronto se demostró que tienen dones contra el demonio, las enfermedades, la tristeza o la depresión. Hay numerosos libros que documentan estos milagros. De hecho, desde el Vaticano pidieron un estudio de las cuentas y también en la Universidad de Alcalá de Henares. Incluso dos pontífices llegaron a pedir cuentas de Santa Juana”.
¿Cómo se representa a Santa Juana?
En los cuadros e imágenese representa a Santa Juana con una cruz y la filacteria con el texto: “Que se me da a mi de mi, si no de vos mi Dios”. También suele aparecer con un tiesto o jarrón con flores del cual salen varias ánimas del purgatorio y un ángel con rosarios.
Encuentran su cuerpo incorrupto
Juana de la Cruz murió con fama de santidad, casualmente, el 3 de mayo de 1534 y fue enterrada en la puerta del comulgatorio. “Tras su muerte, había más de 60 monjas, tenían casas y tierras en su posesión”, destaca Prieto.
Años más tarde, una niña llamada Marina, hija de los condes de la Puebla, jugaba con la tierra cerca del monasterio porque, aseguraba, “olía muy bien”.
Fue entonces cuando la desenterraron y encontraron su cuerpo incorrupto y flexible, con el hábito en perfectas condiciones. Al ver este fenómeno, la sacaron de su tumba y la metieron en una caja de madera que fue depositada en el coro alto de las monjas. “En algunas ocasiones la sacaban en un trono y la ponían saludando a toda la gente durante las procesiones”.
Llega el deterioro: el saqueo de los franceses y el incendio de la Guerra Civil
En 1810, los franceses llegaron al monasterio y robaron todo lo que se encontraron a su paso, incluida la cruz original que la Virgen clavó en el suelo junto a Santa Juana, que estaba forrada de plata. Después, el convento empezó a perder fama”, lamenta Fernando Prieto en declaraciones a ACI Prensa.
20 años más tarde, llegó la desamortización de Mendizabal y Madoz. Las pocas religiosas que quedaban perdieron las tierras que poseían y sobrevivieron vendiendo leche y dando clases a los niños del pueblo.
“Pero lo peor viene con la Guerra Civil. Con la llegada de los milicianos, cuatro monjas se quedaron en Cubas y ocho en una casa de una mujer en el barrio de Salamanca, en Madrid, donde la portera les denunció y se las llevaron a la pradera de San Isidro, donde fueron violadas y asesinadas”.
“Estas mujeres son mártires”, remarca. Tras el saqueo del convento, le prendieron fuego y estuvo más de 30 días ardiendo.
Al acabar la guerra, las cuatro monjas que quedaban llegaron a rezar sobre los restos del convento y la mayoría de ellas perdió la ilusión, abatidas por la desesperanza.
Sin embargo, una de ellas les recordó que la Virgen María prometió que el santuario estaría “hasta el fin de los tiempos” y que, según los documentos, la misma Madre de Dios le dijo a Santa Juana: “Esta casa es mía y no la tengo de olvidar, mío es este lugar, yo no lo entiendo olvidar y no quiero dejarle de visitar”.
El 3 de mayo de 1994 se encontró el cuerpo de Juana, que ya no estaba incorrupto. Tras el paso de los franceses, su cabeza estaba dividida en 68 piezas. Actualmente está enterrada en el arco donde siempre estuvo con algunas de sus reliquias, entre ellas una cruz bizantina que le regaló el Cardenal Cisneros y con el que Juana llegó a obrar milagros de sanación.
Proceso de canonización de Santa Juana
El primero de ellos no se aprobó debido a que el Papa Urbano VIII cambió las normas de canonización e instauró las actuales, terminando con el culto inmemorial. “Esta decía que si a los 100 años de muerta el pueblo le aclamaba como santa, le canonizaban directamente. Sin embargo, los cambios llegaron cuando habían pasado 96 años de la muerte de Juana”.
En cuanto al segundo proceso, cabe destacar que Juana de la Cruz “predicaba mucho, pero todo se perdía”. Por ello, un Obispo mandó que se escribiera todo y para ello Juana eligió a dos monjas, “que no sabían ni leer ni escribir”. Una de ellas fue Sor María Evangelista, que llegó a ser abadesa del convento.
“Oían el sermón de Juana y a pesar de que no tenían estudios, escribían todo con una letra preciosa”. Al cabo de dos años crearon un libro bajo el título de “conhorte” (conforte), para confortar la fe de los sencillos. “Son 72 sermones que forman un ciclo litúrgico completo, en el que además Santa Juana hace una bellísima recreación teatralizada del cielo”.
Sin embargo, Felipe II se llevó el libro al Escorial, sin que las monjas lo supieran. El segundo proceso de canonización, conocido como el proceso de Toledo, se vio interrumpido debido a que el Vaticano solicitó el libro original.
El 18 de marzo de 2015, el Papa Francisco firmó de nuevo el decreto de virtudes heroicas de Santa Juana y actualmente se encuentra en su tercer proceso de canonización.
La reconstrucción del santuario y su estado actual
Poco a poco, tras haber perdido todo, el monasterio se fue reconstruyendo gracias a la generosidad de muchos. En el año 1998, Fernando Prieto llegó al santuario invitado por un amigo.
“Yo que soy muy curioso, vi una copia del proceso de Toledo, en el que hay documentos con muchos testigos contando historias muy interesantes”, relata a ACI Prensa.
Durante los últimos años, gracias a esta sana curiosidad, ha encontrado, entre muchas otras cosas, la tumba de Fray Pedro de Santiago, el vicario y confesor de Santa Juana.
Además, gracias a los escritos, dio en 2002 con el altar de mármol construido en el lugar exacto donde la Virgen María clavó la cruz y la iglesia primitiva.
“Decidimos que había que arreglarla, y así lo hicimos con el permiso de la Madre superiora. Donde ha estado la Virgen, siempre está su presencia mística. La Virgen siempre está aquí y por eso hay que conservarlo”.
Además de todo lo mencionado, Fernando Prieto buscaba también una “piedra blanca” por la que las monjas sentían un cariño especial: “Los documentos cuentan que Juana estaba confesándose tras una pared mientras se celebraba Misa y, al notar que llegaba el momento de la consagración, se arrodilló detrás de la pared. En ese momento, el muro se abrió en canal y luego volvió a cerrarse”.
“La pared estaba formada de piedras negras y, como prueba del milagro, una de esas piedras se quedó de color blanco y dividida en tres partes con forma de cruz”, relata.
El oratorio de Santa Juana
Algo parecido ocurrió con el que llamaban el oratorio de Santa Juana. Gracias a las fuentes, en 2022 Fernando Prieto devolvió la vida a esta pequeña capilla.
“Aquí solamente pasan las personas que están enfermas, es un lugar muy especial. Hace unos días vino a verme un hombre que había visitado la capilla hace poco. Él estaba muy enfermo, iba a morirse. Me contó que tras rezar ante este altar, los médicos le dijeron que estaba completamente curado”.
Asimismo, las monjas clarisas, que actualmente viven en el convento, aseguran que muchas personas han quedado completamente curadas tras beber el agua de la fuente que se encuentra en la entrada finalmente.
“No os imagináis la de cosas que ocurren todavía aquí. Y lo mejor es que aún hay mucho que descubrir”, asegura Prieto.