Este domingo 28 de abril, el Papa Francisco llegó a Venecia para participar en la Bienal de Arte. Tras aterrizar, se dirigió a una cárcel de mujeres, donde recordó que nadie les puede quitar la dignidad a pesar de su situación.
En la plaza de la cárcel femenina Venecia - Giudecca, el Santo Padre fue recibido por el Patriarca de Venecia, Mons. Francesco Moraglia, el Ministro de Justicia Carlo Nordio, la proveedora Rosella Santoro, la Directora del establecimiento, Mariagrazia Felicita Bregoli y la Comandante de la Policía Penitenciaria, Lara Boco.
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Tras saludar con afecto a las mujeres de la prisión, el Papa Francisco se trasladó hasta el patio interior, donde dirigió un discurso a las mujeres, a los voluntarios y agentes de la policía penitenciaria.
Al inicio de su discurso, el Santo Padre aseguró a las mujeres que ocupan “un lugar especial” en su corazón.
El Pontífice se refirió a este encuentro no como “una visita oficial”, sino como en el que, “por la gracia de Dios, nos regalamos tiempo, oración, cercanía y afecto fraterno”.
“Hoy todos saldremos de este patio más enriquecidos, quizá el que más rico salga seré yo, el bien que intercambiaremos será precioso”.
En este sentido, remarcó que “es el Señor quien nos quiere juntos en este momento, habiendo llegado por caminos diferentes, algunos muy dolorosos, también a causa de errores por los que, de diversas maneras, cada uno lleva heridas y cicatrices”.
“Y Dios nos quiere juntos porque sabe que cada uno de nosotros, hoy aquí, tiene algo único que dar y recibir, y que todos lo necesitamos”, señaló.
Más tarde, resaltó que “la cárcel es una dura realidad” y lamentó que “la falta de instalaciones y recursos y los episodios de violencia generan mucho sufrimiento en ella”.
Sin embargo, subrayó que también “puede convertirse en un lugar de renacimiento, tanto moral como material”.
Pidió en este sentido que “la dignidad de mujeres y hombres no se ‘incomunique’, sino que se promueva a través del respeto mutuo y el fomento de talentos y capacidades, quizá dormidos o aprisionados por las vicisitudes de la vida, pero que pueden resurgir para el bien de todos y que merecen atención y confianza”.
El Santo Padre aseguró que “ninguno quita la dignidad del otro” y afirmó que, paradójicamente, “la estancia en una cárcel puede marcar el comienzo de algo nuevo, a través del redescubrimiento de una belleza insospechada en nosotros mismos y en los demás”.
El Papa Francisco aseguró también que “puede llegar a ser como una obra de reconstrucción, en la que mirar y evaluar con valentía la propia vida, eliminar lo que no se necesita, lo que estorba, perjudica o es peligroso, trazar un plan y volver a empezar cavando cimientos y volviendo, a la luz de la experiencia, a poner ladrillo tras ladrillo, juntos, con determinación”.
Por eso, afirmó que “es fundamental que el sistema penitenciario también ofrezca a los presos y reclusos herramientas y espacios de crecimiento humano, espiritual, cultural y profesional, creando las condiciones para su sana reinserción”.
Instó así a no “aislar la dignidad”, sino ofrecer nuevas posibilidades. “No olvidemos que todos tenemos errores que perdonar y heridas que curar, yo también, y que todos podemos llegar a ser sanados que traen sanación, perdonados que traen perdón, renacidos que traen renacimiento”, aseguró el Santo Padre.
“Decidámonos a comenzar cada día diciendo: hoy es el momento oportuno, hoy es el día justo, hoy empiezo de nuevo, siempre, para toda la vida”, concluyó el Papa Francisco.
A modo de conclusión, el Papa Francisco les invitó a no “cerrar la ventana” y a mirar al horizonte.
Una vez terminado su discurso, el Santo Padre les hizo entrega de un cuadro de la Virgen María y recordó que es “la Madre de la ternura”.
Más tarde, algunas mujeres le hicieron entrega de regalos y 3 de ellas dirigieron unas breves palabras al Papa Francisco, las que escuchó con una sonrisa.