El Papa Francisco ha visitado la cárcel de mujeres en la Isla de Giudecca (Venecia, Italia) con motivo de la celebración de la Bienal de Arte de la Ciudad, en la que el Vaticano participa con un pabellón instalado en el centro penitenciario.
A continuación, el texto completo de su intervención en el encuentro con las presidiarias:
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Queridos hermanos y hermana. Todos somos hermanos, todos. Y nadie puede negar al otro. ¡Buenos días!
Saludo a todos con afecto, y especialmente a vosotras, hermanas, internas de la Casa de Detención de la Giudecca. He querido encontrarme con vosotras al inicio de mi visita a Venecia para deciros que ocupáis un lugar especial en mi corazón.
Por eso, quisiera que viviéramos este momento no tanto como una "visita oficial" del Papa, sino como un encuentro en el que, por la gracia de Dios, nos regalamos tiempo, oración, cercanía y afecto fraterno. Hoy todos saldremos de este patio más enriquecidos, tal vez el más enriquecido seré yo, y el bien que intercambiaremos será precioso.
Es el Señor quien nos quiere juntos en este momento, habiendo llegado por caminos diferentes, algunos muy dolorosos, también a causa de errores por los que, de diversas maneras, cada uno lleva heridas y cicatrices. Cada persona lleva heridas y cicatrices. Y Dios quiere juntos porque sabe que cada uno de nosotros, hoy aquí, tiene algo único que dar y recibir, y que todos lo necesitamos. Cada uno de nosotros tiene su propia singularidad única. Esto es para compartirlo.
La cárcel es una dura realidad, y problemas como el hacinamiento, la falta de instalaciones y recursos y los episodios de violencia generan mucho sufrimiento en ella. Sin embargo, también puede convertirse en un lugar de renacimiento, tanto moral como material, en el que la dignidad de mujeres y hombres no se "incomunique", sino que se promueva a través del respeto mutuo y el fomento de talentos y capacidades, quizá dormidos o aprisionados por las vicisitudes de la vida, pero que pueden resurgir para el bien de todos y que merecen atención y confianza.Nadie quita la dignidad de las personas, ¡nadie!
Entonces, paradójicamente, la estancia en una cárcel puede marcar el comienzo de algo nuevo, a través del redescubrimiento de una belleza insospechada en nosotros mismos y en los demás, como simboliza el acontecimiento artístico que acogen y a cuyo proyecto contribuyen activamente; puede llegar a ser como una obra de reconstrucción, en la que mirar y evaluar con valentía la propia vida, eliminar lo que no se necesita, lo que estorba, perjudica o es peligroso, trazar un plan y volver a empezar cavando cimientos y volviendo, a la luz de la experiencia, a poner ladrillo tras ladrillo, juntos, con determinación. Por eso es fundamental que el sistema penitenciario también ofrezca a los presos y reclusos herramientas y espacios de crecimiento humano, espiritual, cultural y profesional, creando las condiciones para su sana reinserción. Por favor, no "aislar la dignidad". No "aislar la dignidad", ¡sino ofrecer nuevas posibilidades!
No olvidemos que todos tenemos errores que perdonar y heridas que curar, yo también, y que todos podemos llegar a ser sanados que llevan sanación, perdonados que llevan perdón, renacidos que llevan renacimiento.
Queridos amigos, amigas, renovemos hoy, tú y yo, juntos, nuestra confianza en el futuro. No cierren esa ventana para ver el horizonte. Es muy importante ver el futuro, la esperanza. A mí me gusta pensar en la esperanza como un ancla fija en el futuro y cuya cuerda nosotros sostenemos en nuestra manos y nos va llevando hacia adelante, hacia el futuro. Decidámonos a comenzar cada día diciendo: "hoy es el momento oportuno", "hoy es el día justo" (cf. 2 Co 6,2), "hoy empiezo de nuevo", siempre, ¡para toda la vida!
Le agradezco este encuentro y le aseguro para cada una de ustedes mis oraciones. Recen ustedes también por mí. A favor, no en contra, por favor.