En su mensaje pascual de este Domingo 31 de marzo, el Papa Francisco expresó su anhelo de paz y el fin de las guerras en todo el mundo, especialmente en Tierra Santa, Ucrania y Siria.
El Santo Padre destacó que hoy, Domingo de Pascua, la Iglesia “revive el asombro de las mujeres que fueron al sepulcro al amanecer del primer día de la semana”.
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“El descubrimiento de la mañana de Pascua”
Tomando como referencia la piedra con la que se cerró el sepulcro de Jesús, el Santo Padre remarcó que también hoy “hay rocas pesadas, demasiado pesadas, que cierran las esperanzas de la humanidad: la roca de la guerra, la roca de las crisis humanitarias, la roca de las violaciones de los derechos humanos, la roca del tráfico de personas, y otras más”.
A continuación, afirmó que “el gran descubrimiento” de la mañana de Pascua es que “aquella piedra tan grande, ya había sido corrida”.
“La tumba de Jesús está abierta y vacía, a partir de ahí comienza todo”, subrayó el Papa Francisco ante los miles de fieles que le escuchaban desde la Plaza de San Pedro del Vaticano.
“A través de ese sepulcro vacío pasa el camino nuevo, aquel que ninguno de nosotros sino sólo Dios pudo abrir: el camino de la vida en medio de la muerte, el camino de la paz en medio de la guerra, el camino de la reconciliación en medio del odio, el camino de la fraternidad en medio de la enemistad”.
En esta línea, reiteró que tan sólo Dios es capaz “de quitar las piedras que cierran el camino hacia la vida” y recordó que Él mismo es el Camino de vida, de paz, de reconciliación y de fraternidad.
“Él nos abre un pasaje que humanamente es imposible, porque sólo Él quita el pecado del mundo y perdona nuestros pecados. Y sin el perdón de Dios esa piedra no puede ser removida”, advirtió.
“Sólo Cristo resucitado, — señaló — dándonos el perdón de los pecados, nos abre el camino a un mundo renovado”.
El llamado a la paz en todo el mundo
A continuación, el Santo Padre dirigió su mirada “a la Ciudad Santa de Jerusalén, testigo del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y a todas las comunidades cristianas de Tierra Santa”.
El Papa Francisco pidió especialmente por las víctimas de Israel, Palestina y Ucrania, al tiempo que pidió que “Cristo resucitado abra un camino de paz para las martirizadas poblaciones de esas regiones”.
Asimismo, instó a que se respeten “los principios del derecho internacional” y pidió “por un intercambio general de todos los prisioneros entre Rusia y Ucrania: ¡todos por todos!”.
Además, reiteró el llamamiento “para que se garantice la posibilidad del acceso de ayudas humanitarias a Gaza, exhortando nuevamente a la rápida liberación de los rehenes secuestrados el pasado 7 de octubre y a un inmediato alto el fuego en la Franja”.
“No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños. Cuánto sufrimiento vemos en sus ojos”, lamentó el Santo Padre.
También invitó a impedir “que los vientos de la guerra soplen cada vez más fuertes sobre Europa y sobre el Mediterráneo. Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme. La paz no se construye nunca con las armas, sino tendiendo la mano y abriendo el corazón”.
En este sentido, pidió no olvidarse de Siria y los conflictos en el Líbano, al tiempo que puso como ejemplo a la Región de los Balcanes Occidentales, “donde se están dando pasos significativos hacia la integración en el proyecto europeo”.
“Que las diferencias étnicas, culturales y confesionales no sean causa de división, sino fuente de riqueza para toda Europa y para el mundo entero”, instó el Pontífice.
También instó a que se favorezcan la conversaciones entre Armenia y Azerbaiyán “para que, con el apoyo de la Comunidad internacional, puedan proseguir el diálogo, ayudar a las personas desplazadas, respetar los lugares de culto de las diversas confesiones religiosas y llegar cuanto antes a un acuerdo de paz definitivo”.
El Santo Padre también pidió que Cristo Resucitado “dé consuelo a las víctimas de cualquier forma de terrorismo” y rezó por “los que han perdido la vida” e imploró el “arrepentimiento y la conversión de los autores de estos crímenes”.
A continuación, dirigió su atención a otras zonas de conflicto como Haití y Myanmar, “país golpeado desde hace años por conflictos internos, para que se abandone definitivamente toda lógica de violencia”.
En su llamado a la paz no faltó tampoco el continente africano, “especialmente las poblaciones exhaustas en Sudán y en toda la región del Sahel, en el Cuerno de África, en la región de Kivu en la República Democrática del Congo y en la provincia de Cabo Delgado en Mozambique, y ponga fin a la prolongada situación de sequía que afecta a amplias zonas y provoca carestía y hambre”.
“Que el Resucitado haga resplandecer su luz sobre los migrantes y sobre todos aquellos que están atravesando un período de dificultad económica, brindándoles consuelo y esperanza en los momentos de necesidad”, pidió el Santo Padre.
Asimismo, pidió que “Cristo guíe a todas las personas de buena voluntad a unirse en la solidaridad, para afrontar juntos los numerosos desafíos que conciernen a las familias más pobres en su búsqueda de una vida mejor y de la felicidad”.
El don precioso de la vida
Al término de su discurso, el Santo Padre recordó que en este día celebramos “la vida que se nos da en la resurrección del Hijo y el amor infinito de Dios por cada uno de nosotros, un amor que supera todo límite y toda debilidad”.
“Y, sin embargo, con cuánta frecuencia se desprecia el don precioso de la vida. ¿Cuántos niños ni siquiera pueden ver la luz? ¿Cuántos mueren de hambre o carecen de cuidados esenciales o son víctimas de abusos y violencia? ¿Cuántas vidas se compran y se venden por el creciente comercio de seres humanos?”, preguntó el Papa Francisco.
“En el día en que Cristo nos ha liberado de la esclavitud de la muerte, exhorto a cuantos tienen responsabilidades políticas para que no escatimen esfuerzos en combatir el flagelo de la trata de seres humanos, trabajando incansablemente para desmantelar sus redes de explotación y conducir a la libertad a quienes son sus víctimas”, expresó a continuación.
Por último, oró para “que el Señor consuele a sus familias, sobre todo a las que esperan ansiosamente noticias de sus seres queridos, asegurándoles conforto y esperanza”.
“Que la luz de la resurrección ilumine nuestras mentes y convierta nuestros corazones, haciéndonos conscientes del valor de toda vida humana, que debe ser acogida, protegida y amada”, concluyó el Santo Padre.