Cada 23 de marzo la Iglesia Católica conmemora a Santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Lima (Perú) en la época virreinal. Quienes lo conocieron contaron algunos hechos sobrenaturales que sucedieron los Jueves Santos en torno al patrono del Episcopado Latinoamericano.
En el libro Santo Toribio de Mogrovejo, apóstol de los indios, el P. Ángel Peña, agustino recoleto español que sirvió muchos años en Perú, señala que algunos testigos en el proceso de beatificación y canonización indicaron que el santo conversaba con los ángeles y rezaba con ellos. Por otro lado, hay quienes afirman que su rostro se iluminaba.
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De acuerdo a la obra del P. Peña, en el Archivo Secreto del Vaticano —hoy Archivo Apostólico Vaticano— está el testimonio de un señor llamado Diego Morales, un colaborador cercano de Santo Toribio.
Morales confirma que la cara del santo resplandecía “como una estrella”. Además, el testigo precisa que un Jueves Santo, cuando el Arzobispo estaba en el lavatorio de los pies, vio algo espectacular:
Un compañero de nombre Francisco de Quiñones le preguntó si veía la estrella que el prelado tenía en la frente. “Y siento que no se engañó, porque tenía tanto resplandor en su rostro que lo parecía”, afirma Morales.
Por otro lado, cuenta que los Jueves Santos el Arzobispo daba de comer a los pobres en su casa y por la tarde les lavaba los pies en el templo, tal como hizo Cristo con sus discípulos. La gente lloraba al ver el amor con que lo hacía.
¿El demonio en el último Jueves Santo de Santo Toribio?
A Santo Toribio de Mogrovejo le gustaba evangelizar los diversos pueblos y comunidades indígenas de su inmensa Arquidiócesis. En esos viajes lo atacó una terrible enfermedad y se detuvo en Zaña, ciudad en la costa norte del Perú.
Morales describe que, antes de morir, un tal señor Ginés de Alarcón se acercó despacito a escuchar lo que el santo hablaba en su lecho de muerte y escuchó que decía: “No me conviene eso, eso que me dices no está bien”. Ginés entonces le preguntó qué le sucedía y el arzobispo dijo que nada, pero él infirió que era el demonio que lo estaba tentando.
Aquel día era el Jueves Santo de 1606. De acuerdo a las Actas del Congreso Académico Internacional sobre Santo Toribio de Mogrovejo, que se realizó en Lima 2006, algunas de sus últimas palabras fueron “qué bueno es morir en una parroquia de indios”. Y así, tras tomar una cruz y las estampas de San Pedro y San Pablo, murió dándoles un beso.
En las Actas también se indica que hay testigos que afirman que en el momento de su muerte apareció “una gran cruz luminosa en Zaña y en Lima”, se produjeron temblores en la capital peruana y hubo “una especie de eclipse lunar”.
Además, se divisó como una cometa encima de la casa arzobispal limeña y de la casa donde falleció.