El Papa Francisco continuó en la Audiencia General de hoy con su ciclo de catequesis sobre los vicios y las virtudes. Este miércoles centró su discurso en  la tristeza.

A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

En nuestro recorrido de catequesis sobre los vicios y las virtudes, hoy nos detenemos sobre un vicio, la tristeza, entendida como un abatimiento del alma, una aflicción constante que impide al ser  humano experimentar la alegría en su existencia. 

Ante todo, hay que señalar que, respecto a la tristeza, los Padres hacían una distinción importante. Hay en efecto una tristeza que es propia de la vida cristiana y que con la gracia de  Dios se transforma en alegría: ésta, por supuesto, no debe rechazarse y forma parte del camino de  conversión. Pero hay también un segundo tipo de tristeza, que se insinúa en el alma y que la hace  caer en un estado de abatimiento: esta debe ser combatida. 

Hay, entonces, una tristeza amiga, que nos lleva a la salvación. Pensemos en el hijo pródigo de la parábola: cuando toca el fondo de su degeneración, experimenta una gran amargura,  y esto le impulsa a recapacitar y a decidir volver a la casa paterna (cf. Lc 15, 11-20).  Es una  gracia gemir por los propios pecados, recordar el estado de gracia del que hemos caído, llorar  porque hemos perdido la pureza en la que Dios nos soñó. 

Pero hay una segunda tristeza, que es una enfermedad del alma. Surge en el corazón  humano cuando se desvanece un deseo o una esperanza. Aquí podemos referirnos al relato de los  discípulos de Emaús. Aquellos dos discípulos salen de Jerusalén con el  corazón desilusionado, y se confían al forastero, que en cierto momento los acompaña: “Nosotros  esperábamos que fuera él – o sea Jesús - quien librara a Israel”. (Lc 24,21). La dinámica de la  tristeza está ligada a la experiencia de la pérdida, experiencia de la pérdida.  

En el corazón del ser humano nacen esperanzas  que a veces se ven defraudadas. Puede tratarse del deseo de poseer algo que no se puede  conseguir; pero también de algo importante, como la pérdida de un afecto. Cuando esto sucede,  es como si el corazón del ser humano cayera en un precipicio, y los sentimientos que experimenta  son desánimo, debilidad de espíritu, depresión, angustia. 

Todos pasamos por pruebas que nos  generan tristeza, porque la vida nos hace concebir sueños que luego se hacen añicos. En esta  situación, algunos, tras un tiempo de agitación, se apoyan en la esperanza; pero otros se revuelcan  en la melancolía, dejando que ésta se infeste gangreándose en sus corazones. Se siente placer en esto. Mirad esto, la tristeza es como el  placer del no-placer, estar contentos de que algo no haya sucedido. Como timar un caramelo amargo, amargo, amargo, sin azúcar, feo. Y es chupar ese caramelo. La tristeza es un placer del no-placer. 

Ciertas  tristezas prolongadas, en las que una persona sigue engrandeciendo el vacío de quien ya no está,  no son propias de la vida en el Espíritu. Ciertas amarguras resentidas, en las que una persona  tiene siempre en mente una reivindicación que le hace adoptar el disfraz de víctima, no producen  en nosotros una vida sana, y menos aún cristiana. Hay algo en el pasado de todos que necesita ser  sanado. La tristeza, de ser una emoción natural, puede convertirse en un estado de ánimo maligno. 

Es un demonio astuto, el de la tristeza. Los padres del desierto la describían como un  gusano del corazón, que erosiona y vacía a quien la alberga. Esta imagen es bella, nos hace entender. Un gusano en el corazón, que erosiona y vacía a quien la alberga.

Debemos estar atentos a esta tristeza y pensar que Jesús nos trae la alegría de la resurrección. ¿Qué cosa debo hacer cuando estoy triste? Detenerte, y ver si es una tristeza buena o una que no es buena. Y reaccionar según la naturaleza de la tristeza. No os olvidéis que la tristeza puede ser una cosa muy fea que nos lleva al pesimismo, nos lleva a un egoísmo que difícilmente sana. Gracias.