En la Misa que presidió en la Basílica de San Pedro este 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor y 28° Jornada Mundial de la Vida Consagrada, el Papa Francisco alentó a todos los consagrados a no descuidar la vida interior y a no adaptarse al estilo del mundo.
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La Misa en la basílica vaticana comenzó con el encendido de velas para los asistentes y una larga procesión. La primera lectura del libro de Hebreos se leyó en español, el salmo 23 se entonó en italiano; y el Evangelio de Lucas 2, 22-40, sobre la Presentación del Señor en el templo, se salmodió en italiano.
En su homilía, el Santo Padre puso a los ancianos Simeón y Ana como ejemplo de espera, pues a pesar que experimentaron “dificultades y decepciones”, “no se rindieron al derrotismo: no ‘jubilaron’ la esperanza” y pudieron ver en el templo al Mesías prometido.
Por ello, el Pontífice advirtió ante el peligro de dejar de esperar o dejar “adormecer el corazón, anestesiar el alma, almacenar la esperanza en los rincones oscuros de la decepción y la resignación”.
Tras alertar ante los peligros del activismo y el “cálculo de las posibilidades de éxito, en lugar de cultivar con alegría y humildad la pequeña semilla que se nos confía”, el Papa Francisco señaló que la esperanza se puede perder por varios obstáculos, entre los que destacó dos.
1. El descuido de la vida interior
“El primero es el descuido de la vida interior. Es lo que ocurre cuando el cansancio prevalece sobre el asombro, cuando la costumbre sustituye al entusiasmo, cuando perdemos la perseverancia en el camino espiritual, cuando las experiencias negativas, los conflictos o los frutos, que parecen retrasarse, nos convierten en personas amargadas y resentidas”, explicó el Pontífice.
“No es bueno masticar amargura, porque en una familia religiosa —como en cualquier comunidad y familia— las personas amargadas y con ‘cara sombría’ hacen pesado el ambiente. Es necesario entonces recuperar la gracia perdida, es decir, volver, mediante una intensa vida interior, al espíritu de humildad gozosa y de gratitud silenciosa”.
Y esto, continuó el Papa Francisco, “se alimenta con la adoración, con el empeño de las rodillas y del corazón, con la oración concreta que combate e intercede, que es capaz de avivar el deseo de Dios, el amor de antaño, el asombro del primer día, el sabor de la espera”.
2. La adaptación al estilo del mundo
El Santo Padre dijo que este obstáculo hace que el mundo termine “ocupando el lugar del Evangelio. Y el nuestro es un mundo que a menudo corre a gran velocidad, que exalta el ‘todo y ahora’, que se consume en el activismo y en el buscar exorcizar los miedos y las ansiedades de la vida en los templos paganos del consumismo o en la búsqueda de diversión a toda costa”.
“En un contexto así, en el que se destierra y se pierde el silencio, esperar no es fácil, porque requiere una actitud de sana pasividad, la valentía de bajar el ritmo, de no dejarnos abrumar por las actividades, de dejar espacio en nuestro interior a la acción de Dios, como enseña la mística cristiana”, prosiguió.
En ese sentido, el Papa Francisco animó a cuidar que “el espíritu del mundo no entre en nuestras comunidades religiosas, en la vida de la Iglesia y en el camino de cada uno de nosotros, pues de lo contrario no daremos fruto”.
La oración y la fidelidad
El Pontífice resaltó asimismo que “la vida cristiana y la misión apostólica necesitan de la espera, madurada en la oración y en la fidelidad cotidiana, para liberarnos del mito de la eficiencia, de la obsesión por la productividad y, sobre todo, de la pretensión de encerrar a Dios en nuestras categorías, porque Él viene siempre de manera imprevisible, en tiempos que no son los nuestros y de formas que no son las que esperamos”.
Por ello, exhortó a cultivar “en la oración la espera del Señor y aprendamos la buena ‘pasividad del Espíritu’: así podremos abrirnos a la novedad de Dios”.
“Como Simeón, también nosotros carguemos en brazos al Niño, al Dios de la novedad y de las sorpresas. Cuando acogemos al Señor, el pasado se abre al futuro, lo viejo en nosotros se abre a lo nuevo que Él hace nacer”.
Tras reconocer que esto “no es fácil”, el Papa Francisco alentó finalmente a dejarse “interpelar, dejémonos mover por el Espíritu, como Simeón y Ana. Si como ellos sabremos vivir la espera en el cuidado de la vida interior y en coherencia con el estilo del Evangelio, entonces abrazaremos a Jesús, luz y esperanza de la vida”.