El 6 de noviembre de 1983 un hombre descalzo con las manos atadas a la espalda fue visto huyendo por una calle cercana al centro de la Ciudad de Guatemala. Esquivando el tráfico en dirección contraria en la avenida Santa Elena de la capital del país centroamericano gritó: "¡Socorro! ¡Socorro! Me quieren matar".
Detrás suyo venía un coche con sus asesinos: probables miembros de las fuerzas de seguridad guatemaltecas. Fue abatido en cuestión de segundos con ocho disparos y aún respiraba mientras agonizaba en el pavimento. Finalmente le dispararon en la cabeza.
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A continuación, los asesinos siguieron el procedimiento oficial como si fueran policías comunes y corrientes y colocaron cinta amarilla alrededor del perímetro, a la espera de la llegada de una ambulancia y de un juez de paz.
Un chofer de ambulancia hizo constar que "quien le disparó sigue siendo desconocido", mientras que el juez de paz escribiría más tarde que el sacerdote "murió en circunstancias aún desconocidas".
Esos son los hechos escuetos del martirio del sacerdote franciscano Augusto Ramírez Monasterio, uno de los muchos que se produjeron en una guerra civil que duró décadas en Guatemala y que enfrentó a las fuerzas de seguridad oficiales con el clero católico, la guerrilla marxista, los disidentes políticos y los pobres.
No fue el único miembro del clero y religioso asesinado durante el conflicto: la lista incluye al sacerdote misionero estadounidense Stanley Rother, Beato.
En el momento de la muerte del franciscano, 13 sacerdotes ya habían sido asesinados desde 1978, presumiblemente por las fuerzas de seguridad de Guatemala. Ese mes, la Conferencia Episcopal de Guatemala publicaba una carta pastoral titulada Confirmados en la fe, en la que denunciaba la "persecución" y el "acoso" a la Iglesia por parte del gobierno.
En su primera Misa en 1967, el P. Ramírez leyó un pasaje del Evangelio de San Mateo que dice: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10,28).
En una entrevista con el Register, el sacerdote franciscano Edwin Alvarado dijo que esto revela que la vida de Fray Augusto fue una preparación para su muerte. “Debería figurar entre otros guatemaltecos notables, como poetas y artistas", comentó el P. Alvarado, además de "mártir de la caridad y santo del sacramento de la confesión. Mientras se desarrolla su proceso de canonización, es un gran ejemplo para confesores, sacerdotes y laicos".
En 1983 fue el superior de los franciscanos y párroco de la iglesia de San Francisco el Grande, en Antigua, ciudad conocida por sus iglesias coloniales a pocos kilómetros de la capital.
Conocido por su programa de radio y su trabajo por los pobres, el P. Ramírez animó a los jóvenes a aprender a tocar música. Nunca se relacionó con grupos marxistas, pero defendió a adolescentes de las redadas que salían en busca de reclutas para el ejército.
Custodiar el sacramento
Después de que el presidente de facto Efraín Ríos Montt ofreciera amnistía a los guerrilleros marxistas, Fidel Coroy, miembro del pueblo maya kaqchikel, acudió a San Francisco El Grande el 2 de junio de 1983, para confesarse y solicitar amnistía.
Coroy ya había intentado entregarse, pero más tarde dijo que las autoridades guatemaltecas sólo querían llevarlo a la tumba. Tras confesarlo, Fray Augusto lo llevó a la alcaldía local para obtener los documentos de identidad necesarios para la amnistía. Las autoridades les dijeron que fueran al pueblo cercano de Parramos para obtenerlos, y entonces Fray Augusto condujo a Coroy a la comisaría del pueblo, llevando consigo a los monaguillos Luís Quino, de 11 años, y Antonio Molina, de 18.
Cuando llegaron a la comisaría de Parramos, el sacerdote pidió a los chicos que se quedaran en el auto y no dieran sus verdaderos nombres a la policía. Coroy y el fraile entraron en la comisaría, donde un agente se negó a expedir una identificación a Coroy y le acusó de ser un líder guerrillero. Los soldados detuvieron al fraile, a Coroy y a los monaguillos.
Coroy fue separado de sus compañeros, que estuvieron en una oficina durante horas, esperando su destino durante toda la tarde. No tenían noticias del estado de Coroy, pero hacia las 8 de la noche lo escucharon gritar desde otra habitación: "¡Adelante, mátenme, pero déjenlos en paz!".
Los soldados sujetaron a Fray Augusto y a los dos chicos, les vendaron los ojos y les ataron las manos a la espalda. En entrevista concedida al Register, Quino recordó: "Los soldados nos amenazaron. Sentí que me ponían una pistola en la cabeza y esperaba la muerte". Separados del fraile, fueron conducidos a otro lugar, donde los arrojaron a una trinchera. Expuestos a la lluvia invernal, pasaron la noche con otros prisioneros, sin saber qué había sucedido con el fraile.
Por la mañana, los muchachos fueron liberados y encontraron a Fray Augusto esperándolos en el auto con el que habían llegado al pueblo. Tras firmar un documento en el que aseguraba que no había sufrido ningún daño, le permitieron regresar a casa. No les contó lo que había sufrido esa noche.
Los relatos posteriores demostraron que Fray Augusto había sido torturado por sus captores militares, que lo desnudaron y lo colgaron de las muñecas, sometiéndolo a palizas y quemaduras. Le rompieron varias costillas. A pesar de todo, se negó a revelar lo que Coroy le había dicho en la confesión.
Así empezaron cinco meses de pesadilla para el fraile que, junto su familia, recibieron amenazas de muerte y eran vigilados, pero él guardó silencio públicamente sobre su tortura y la confesión del guerrillero. Incluso ocultó las heridas de sus muñecas y manos.
En cuanto a Coroy, también fue golpeado por los soldados durante horas y dado por muerto en una carretera cerca de Parramos. Sin embargo, sobrevivió y ahora es testigo del heroísmo del fraile.
La historiadora Ana Ramírez, sobrina de Fray Augusto, recordó lo ocurrido más tarde. En una entrevista, dijo que su familia le ofreció tickets de avión internacionales. "Él se negó a irse", dijo, y les contestó: "Dios lo quiere. Él sabe cómo protegerme. Acepto lo que me mande".
Como toda la familia estaba atemorizada por la vigilancia y las amenazas de muerte, Ramírez dijo que su madre acabó escribiendo una carta a las autoridades guatemaltecas en la que juraba que ya no seguiría exigiendo el esclarecimiento del crimen.
El 5 de noviembre de 1983, Fray Augusto celebraba su cumpleaños 46 y se encontraba en el aeropuerto de Ciudad de Guatemala para recibir a un compañero franciscano. No se ha revelado cómo se produjo su secuestro, pero a la noche siguiente, su cuerpo torturado fue encontrado en una carretera de la capital. La Policía Nacional prometió encontrar a los culpables, pero su investigación no concluyó.
El 8 de noviembre, la Arquidiócesis de Guatemala emitió un comunicado en el que decía: "Con gran dolor, la Curia Diocesana y la Orden Franciscana anuncian que el padre Augusto Ramírez Monasterio fue asesinado. Este crimen incalificable se cometió contra un sacerdote ejemplar y se suma a los ataques contra la Iglesia Católica que han sido denunciados reiteradamente por sus pastores. La Arquidiócesis de Guatemala declara excomulgado a todo aquel que atente contra una persona consagrada".
Un portavoz presidencial afirmó que el asesinato había sido cometido por guerrilleros que buscaban la división entre el gobierno y la Iglesia Católica y negó cualquier implicancia gubernamental en la muerte del sacerdote. Sin embargo, años más tarde se reveló el alcance de la vigilancia y las amenazas del gobierno.
"Los autores del crimen nunca fueron llevados ante la justicia", explicó la historiadora Ramírez, quien dijo que en una camioneta se encontraron los lentes de su tío y las cuerdas con las que lo habían atado, manchadas de sangre.
Luto y homenaje
Fray Augusto Ramírez Monasterio fue considerado mártir por muchos guatemaltecos, sobre todo los mayas pobres. En 2006, el Cardenal Rodolfo Quezada Toruño, entonces Arzobispo de Guatemala, inició su proceso de beatificación por martirio.
En una entrevista concedida al Register, Fray Edwin comentó que tiene la seguridad de que la causa de Fray Augusto avanza en el Vaticano después de que la Iglesia local conmemorara recientemente el 40 aniversario de su muerte.
“El espíritu del padre Augusto sigue vivo", dijo Fray Edwin, "y cuando este año me preguntaron en el Vaticano: '¿Para qué sirve su beatificación?', los franciscanos respondimos que así el secreto de confesión sigue vivo".
El sacerdote añadió que la iglesia de San Francisco El Grande, donde sirvió Fray Augusto, se conoce ahora como "el santuario de la misericordia": allí los sacerdotes confiesan, antes de las Misas, desde las 6:30 de la mañana hasta las 4 de la tarde todos los días.
Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register.