San Francisco de Sales, cuya fiesta es este 24 de enero, tenía un temperamento muy fuerte e irascible que poco a poco logró dominar. Por ello les contamos algunas acciones que él puso en práctica para controlar su cólera y llegar a ser el santo de la amabilidad.
El Boletín Salesiano Online de Italia (BSOL) describe que en una ocasión un malhumorado caballero se puso a insultar a San Francisco de Sales. El santo obispo, ante las amenazas, sólo permaneció de pie con el sombrero en la mano.
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Luego alguien le preguntó si había sido sentido cólera ante esto y el Doctor de la Iglesia le dijo: “No puedo ocultar que entonces y a menudo la cólera hierve en mi cerebro como el agua que hierve en una olla sobre el fuego, pero, por la gracia de Dios, aunque tenga que morir por resistirme violentamente a esta pasión, nunca diré una palabra en su favor”.
El BSOL indica también que cuando se estaba construyendo un monasterio se produjeron protestas contra la edificación por temas estructurales. Entonces el santo se apresuró a calmar los ánimos con amabilidad. Esto no agradó a Santa Juana de Chantal, quien le dijo: “Su dulzura no hará nada más que aumentar la insolencia de esta gente malvada”.
San Francisco le respondió: “Madre, ¿quiere que destruya en un cuarto de hora el edificio de paz interior que estoy construyendo desde hace más de dieciocho años?”.
Finalmente, el Boletín Salesiano de Argentina indica que se cuenta que debajo del escritorio donde el santo trabajaba se encontraron marcas de uñas que él hacía cuando “apretaba la mesa” para no reaccionar mal.
A continuación una oración escrita por este paciente obispo, quien según el área de catequesis de la Conferencia Episcopal de Francia, logró convencer a sus compatriotas y gente de la realeza con su calma y gentileza.
Oh Señor, con tu ayuda quiero practicar la gentileza
en los encuentros y molestias diarias.
Tan pronto como me dé cuenta de que la ira se enciende dentro de mí,
reuniré mis fuerzas,
no violentamente, sino suavemente,
y buscaré restaurar la Paz en mi corazón.
Sabiendo que nada puedo hacer solo,
me ocuparé de pedirte ayuda,
como lo hicieron los Apóstoles cuando fueron sacudidos por el mar embravecido.
Enséñame a ser amable con todos,
incluso con los que me ofenden o se oponen a mí,
y también conmigo mismo,
sin agobiarme con mis faltas.
Cuando caiga, a pesar de mis esfuerzos,
me levantaré suavemente y diré:
“Ven, pobre corazón mío,
levantémonos y dejemos este hoyo para siempre.
Recurramos a la Misericordia de Dios, Ella nos ayudará”.