Uno de los más emblemáticos museos de la ciudad de Roma, el Museo Nacional de Arte Moderno, acoge durante estos días una exposición sobre la vida del escritor J.R.R. Tolkien, autor de El Señor de los Anillos, que ejerció un papel decisivo en la conversión al cristianismo de su gran amigo, C.S Lewis.
Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy:
La exposición, titulada “Tolkien: Hombre, Profesor, Autor” y que se mantendrá hasta el próximo 11 de febrero, hace un recorrido por las diferentes etapas de la vida del escritor inglés John Ronald Reuel Tolkien, cuya producción literaria está impregnada de elementos católicos.
Según se detalla en la muestra, la actividad creativa de Tolkien, quien llegó a escribir que “la única cura la la fe desfalleciente es la Sagrada Comunión”, no se habría podido desarrollar sin su implicación con los llamados “Inklings”, un círculo informal donde se reunían escritores y académicos vinculados a la Universidad de Oxford durante las décadas de 1930 y 1940.
Este grupo contaba con algunos importantes intelectuales de la época como Owen Barfield o Charles Williams, pero con quien Tolkien entabló una íntima amistad fue con C. S. Lewis, autor de las Crónicas de Narnia que mantuvo un arraigado rechazo al cristianismo durante su juventud.
Tolkien y Lewis se encontraban a menudo en un pub para discutir acerca de profundos aspectos de sus preocupaciones profesionales y artísticas. También solían reunirse en el estudio de Lewis del Magdalen College, donde pasaban largas horas hablando de literatura y de fe.
Fue de hecho durante una de estas quedadas, tras una acalorada discusión con su amigo y coetáneo en el parque del Magdalen College, donde Lewis se convirtió al cristianismo.
En concreto, el tema de la discusión fue la naturaleza y función de las historias por las que ambos sentían una gran pasión. Por un lado, Lewis defendía que los mitos “no eran más que bellas mentiras”, mientras que Tolkien aseguraba que se trataba de “una forma, imperfecta pero noble y bella, con la que los hombres explican una verdad universal”.
Estas eran cuestiones centrales para Tolkien, la base de su trabajo literario y de su convicción de que la creatividad humana era un gran don de Dios, en el cual se refleja y se propaga su misma potencia creadora a través de la historia.
Durante su juventud, el autor de las Crónicas de Narnia se consideraba intelectualmente ateo y fue en 1929 cuando reconoció la existencia de Dios.
Dos años más tarde, gracias a la influencia de su coetáneo, se convirtió al cristianismo incorporándose al anglicanismo y no al catolicismo, algo que hubiera preferido su gran amigo Tolkien.