“Carmen, ¿por qué no buscas a un grupo para elaborar ajuar litúrgico para las misiones?”. Así fue la improvisada llamada que el P. Miguel León realizó en plena calle hace 20 años a una parroquiana de San Bartolomé y San Jaime en la localidad de Nules (Diócesis de Segorbe-Castellón, España).
A sus 83 años, esta bordadora recuerda el momento como si fuera ayer. “Al día siguiente, ya tenía cuatro voluntarias”, explica en una animada conversación telefónica con ACI Prensa. “Luego se unieron más. Fuimos hasta 15”, añade.
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Pasadas dos décadas, siguen acudiendo dos horas por semana al taller unas cuatro o cinco voluntarias, donde hacen parte del trabajo, pero no todo: “La vainica —bordado en el borde de los dobladillos que se realiza extrayendo hebras de los tejidos— se hace en casa”.
Al principio, no tenían “ni un céntimo” para comprar el material necesario, así que usaban “trozos de tela de hilo guardados y sábanas viejas”. Carmen pronto se decidió a remediar la situación, así que se dispuso a pedir a familiares y amigos una pequeña contribución mensual.
Así, unos 30 benefactores aportan 3 o 5 euros al mes. “Lo cobro de casa en casa cada dos meses. El que está, paga. Y si no, tengo que volver”, explica Carmen, que sigue llamando a las puertas a fin de pedir ayuda para procurar la mayor dignidad posible a las celebraciones litúrgicas en lugares de misión.
Su pasión por colaborar con las misiones viene de lejos. Muchos años antes de ser bordadora voluntaria ya recaudaba dinero: “Formé un grupo de chicas y pedí permiso al obispo para pedir dinero para las misiones. Aún existía la peseta y lográbamos juntar 7.000 al mes”, rememora.
En un año, las voluntarias son capaces de elaborar 2 casullas, un alba, 5 manteles de altar, y más de 50 juegos de purificadores y corporales que luego entrega a la Delegación de Misiones del Obispado de Segorbe-Castellón.
Antes de ponerse a coser y bordar y al terminar la labor, Carmen y sus compañeras rezan, conscientes de la trascendencia espiritual de su aportación a los tres sacerdotes misioneros con los que cuenta la diócesis.
A Carmen cada día le cuesta más bordar, pues las manos no responden como antaño. Además, tiene otros problemas de salud y es consciente de que “no hay mucho relevo”. Pero a entusiasmo no la gana nadie: “Por lo menos, a cobrar [las aportaciones] sí que voy. Y cada vez que puedo, apunto a otra persona para que pague”.
Antes de concluir la conversación, insiste al otro lado del teléfono: “Esto es algo muy sencillo que pueden hacer en todas las parroquias. Es muy importante que lo sepan todos los sacerdotes y obispos”.