En el escenario teológico que rodea a la Iglesia, el reciente informe de síntesis de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, aprobado el 28 de octubre de 2023, ha generado algunas reflexiones y cuestionamientos.
Entre los destacados teólogos que se sumergen en el análisis del documento Una Iglesia sinodal en misión se encuentra el profesor de teología y director del Instituto McGrath para la Vida de la Iglesia en la Universidad de Notre Dame, John C. Cavadini.
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A continuación compartimos el comentario completo del Prof. John C. Cavadini, Ph.D.
La necesidad de una teología más profunda de la sinodalidad
El 28 de octubre, fiesta de los Apóstoles Simón y Judas, la primera sesión de la 16ª Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos publicó su informe de síntesis (resumen) Una Iglesia sinodal en misión.
El informe señala claramente que “no es un documento final, sino un instrumento al servicio del discernimiento que deberá continuar todavía”. Se pretende “orientar la reflexión” sobre puntos sobre los cuales se ha reconocido “la necesidad de continuar su profundización teológica, pastoral y canónica”. Es especialmente destacada la invitación a la profundización teológica. Espero aceptar esa invitación.
Me centraré en una afirmación sobre la sinodalidad y el camino sinodal en sí, a saber, que constituye “un verdadero acto de una ulterior recepción” del Vaticano II, poniendo en práctica lo que el Concilio nos enseñó acerca de la Iglesia como misterio y Pueblo de Dios, llamado a la santidad”. La referencia aquí es a los capítulos 1 “El misterio de la Iglesia”, 2 “El Pueblo de Dios” y 5 “El llamado universal a la santidad” de la Lumen gentium. La sinodalidad misma se describe como “un modo de ser Iglesia que articula comunión, misión y participación”.
En otras palabras, la “sinodalidad” es una eclesiología, al menos implícitamente, una teología particular de la Iglesia, que afirma ser un desarrollo de la Lumen gentium.
¿Cuáles son sus características básicas? “El Bautismo”, sobre todo, “que es el principio de la sinodalidad”. La sinodalidad pretende desarrollar una característica fundamental de la eclesiología de la Lumen gentium, a saber, su recuperación de la idea de que todos los bautizados, en virtud de su Bautismo, están llamados a contribuir a la misión de la Iglesia. “Lo que da valor a la aportación de todos los bautizados, desde la variedad de sus vocaciones”.
Además, un “fruto inestimable” del proceso sinodal “es la acrecentada conciencia de nuestra identidad de Pueblo fiel de Dios”, y que cada uno “está llamado a la corresponsabilidad en la común misión de evangelización”.
La sinodalidad valora el título “Pueblo de Dios” para la Iglesia, asociando correctamente este título con la idea de que el Bautismo llama a todos a contribuir a la misión de la Iglesia.
Sin embargo, no pude dejar de notar que el título “Pueblo de Dios” destaca de forma prominente a lo largo de todo el documento, mientras que la Iglesia como “misterio”, mencionada inicialmente arriba, rara vez, o nunca, se vuelve a mencionar, aunque es una característica igualmente destacada de la Lumen gentium. Aquí es donde podría ofrecer una sugerencia para un mayor enriquecimiento teológico.
La Iglesia es “misterio” porque nace principalmente del sacrificio de Cristo en la cruz. El signo de ello es la sangre y el agua, simbolizando la Eucaristía y el Bautismo, los dos sacramentos principales de la Iglesia, que brotaron del costado de Jesús crucificado (ver Lumen gentium, 3). La Iglesia es, por lo tanto, un misterio del amor sacrificado de Cristo.
Dado que la Eucaristía hace presente ese amor sacrificial, la Eucaristía “hace la Iglesia” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1396). El misterio de la Iglesia es, por lo tanto, un misterio derivado del sacerdocio de Cristo.
Su sacerdocio está mediado a la Iglesia de dos maneras. Una de las contribuciones más destacadas de la Lumen gentium fue recuperar uno de estos dos caminos, la idea bíblica del sacerdocio de los bautizados, que nos configura con el sacerdocio de Cristo y nos permite hacer sacrificios espirituales que edifican el único cuerpo, por ejemplo, en la evangelización y en el testimonio profético, y, en última instancia, en nuestra participación en la Eucaristía. La razón por la que el Bautismo confiere la dignidad y la misión que realiza es porque confiere una participación en el sacerdocio de Cristo a todos los bautizados.
Esta es una de las dos mediaciones del sacerdocio de Cristo.
La segunda mediación del sacerdocio de Cristo es otra participación, diferente, en el único sacerdocio de Cristo. Se trata de las órdenes sagradas, y la diferencia entre el sacerdocio de los bautizados y el sacerdocio ordenado no es simplemente una cuestión de grado. Esto es importante, porque si la diferencia entre estos dos sacerdocios fuera sólo una cuestión de grado, entonces el sacerdocio ordenado simplemente tendría “más” del sacerdocio bautismal, y ello significaría que los ordenados serían supercristianos, los superbaustizados. Los ordenados tendrían una dignidad cristiana superior a la de los bautizados.
Más bien, los dos sacerdocios difieren no [sólo] en grado, sino “en especie” (ver Lumen gentium, 10). El orden sagrado confiere la capacidad de actuar “en la persona de Cristo Cabeza”, y así celebrar la Eucaristía, haciendo presente a Cristo en su cuerpo como cabeza, configurando la Iglesia a su sacrificio y permitiendo que el sacerdocio de los bautizados cumpla su papel sacrificial al ofrecer la Eucaristía. Los dos sacerdocios están mutuamente ordenados entre sí en el ser y la misión de la Iglesia.
Y así, si un fruto inestimable del proceso sinodal es, como se cita anteriormente en el documento sinodal, la “acrecentada conciencia de nuestra identidad de Pueblo fiel de Dios” que está llamado a “una corresponsabilidad diferenciada”, entonces la expresión “corresponsabilidad” para la misión de la Iglesia está, por tanto, incompleta si no se refiere a la manera en que estos dos sacerdocios son diferentes y están ordenados el uno al otro en la edificación de un solo cuerpo.
El documento sinodal sí habla de la corresponsabilidad ejercida a través de una variedad “de carismas, de vocaciones, de ministerios”, pero no hay mención explícita del orden sagrado como constitutivo de una de estas vocaciones y ministerios, y no se alude en absoluto el sacerdocio bautismal. El propio orden sagrado ni siquiera se menciona en la sección sobre diáconos y sacerdotes.
Esta falta de precisión y claridad da la impresión de que el sacerdocio, entendido aquí como sacerdocio ordenado, es puramente funcional y no constitutivo (junto con el sacerdocio de los bautizados) del misterio de la Iglesia nacido del sacrificio de Cristo. La impresión que se da es que el “sacerdocio” parece demarcar sólo uno entre los muchos ministerios, carismas y vocaciones que tienen su origen en el llamado bautismal a la misión. Se distingue como una función y un rol, pero no esencialmente diferente en su naturaleza.
Sin una aclaración explícita, el documento parece tambalear sobre una comprensión protestante del ministerio, en la que todo ministerio fluye del Bautismo, y una correspondiente eclesiología protestante que es esencialmente bautismal y sólo secundariamente eucarística, si es que lo es.
Pero el Bautismo mismo está ordenado hacia la Eucaristía (ver Presbyterorum ordinis, 5), que completa la iniciación cristiana. Por lo tanto, es la Eucaristía la que en última instancia “hace la Iglesia” (Catecismo, 1396), no el Bautismo, porque es el sacrificio de Cristo el que hace la Iglesia, y la Eucaristía es la representación sacramental de ese sacrificio.
El sacerdocio ordenado, dotado por el orden sagrado con el poder de hacer presente el sacrificio de Cristo en la Eucaristía, no es, por tanto, sólo un ministerio entre otros cuya raíz es el Bautismo, sino que es constitutivo de la Iglesia (junto con el sacerdocio de los bautizados, aunque a su manera).
Esto significa, a su vez, que una teología adecuada de la corresponsabilidad no puede articularse simplemente como una función del Bautismo. En la medida en que “sinodalidad” sea sinónimo de “bautismal”, considerará que todos los ministerios de la Iglesia difieren, quizás, en grado, pero no esencialmente en especie.
Esto incluirá el gobierno, que Lumen gentium (21) enseñó que era intrínseco a la plenitud de las órdenes sagradas conferidas al obispo. Parecerá que el gobierno es simplemente un carisma, una vocación o un ministerio bautismal más.
Pero entonces la corresponsabilidad por la misión de la Iglesia, que proviene exclusivamente del Bautismo, puede empezar a identificarse con la corresponsabilidad por el gobierno. Si la corresponsabilidad y los diversos carismas y ministerios que deben ser corresponsables de la misión provienen del Bautismo, entonces se necesita una reforma completa de las “estructuras” de la Iglesia.
De hecho, el documento parece pedir algo así: “Todos los bautizados son responsables de la misión, cada uno según su vocación, con su experiencia y competencia. Por tanto, todos contribuyen a imaginar y decidir pasos de reforma de las comunidades cristianas y de la Iglesia toda, [y]... esta responsabilidad de todos en la misión debe ser el criterio base de la estructuración de las comunidades cristianas y de la entera Iglesia local”, de modo que cada miembro intervenga “en los procesos de discernimiento y decisión en favor de la misión de la Iglesia”.
La corresponsabilidad por la misión aquí parece casi indistinguible de la corresponsabilidad por el gobierno, y “sinodalidad” parece casi significar “corresponsabilidad por el gobierno”. Los laicos son verdaderamente corresponsables del ser y la misión de la Iglesia sólo en la medida en que son corresponsables de su gobierno, al menos en una eclesiología reformada que emana del Bautismo.
Pero a menos que la sinodalidad bautismal signifique la eliminación de la conexión intrínseca entre las órdenes sagradas y el gobierno —¡y seguramente el Sínodo no pretende llegar tan lejos!—, esto significa que cualquier liderazgo ejercido corresponsablemente por los laicos será ejercido principalmente como parte de un ministerio de liderazgo diferente al suyo, un ministerio clerical, más que uno verdaderamente propio.
Los laicos no necesitan una estructura o plan pastoral para validar u ordenar el liderazgo que viene con el ejercicio del sacerdocio bautismal en la evangelización. El Bautismo es en sí mismo el mandato.
La “sinodalidad” prevista por este documento, al borrar el lenguaje mismo del “sacerdocio” bautismal, podría parecer simplemente una forma renovada de clericalismo, en la que nunca hay un verdadero liderazgo que pertenezca únicamente al sacerdocio de los bautizados, ningún verdadero ámbito para el liderazgo laico en la Iglesia.
Equilibrando estas preocupaciones, el documento señala que es “necesario aclarar la relación entre sinodalidad y comunión, así como el de sinodalidad y colegialidad” y, más adelante, pregunta, como una cuestión de mayor clarificación, “¿cómo integramos en los diferentes organismos de participación en las tareas de aconsejar, discernir, decidir?”. También llama a un “diálogo” con Lumen gentium sobre el tema del gobierno.
Mi sugerencia es que, si estas preguntas han de ser respondidas de una manera que sea un verdadero desarrollo de la Lumen gentium, será necesario recuperar el lenguaje que la Lumen gentium utiliza para hablar de la Iglesia como un misterio que tiene su origen en el sacerdocio de Cristo. Esto requerirá recuperar el lenguaje de las dos participaciones sacramentales diferentes, aunque mutuamente relacionadas, de ese sacerdocio que juntas constituyen la Iglesia.
Pero ello debería ser fácil, ya que Lumen gentium está tan llena de este lenguaje, que cualquier afirmación verdadera para desarrollarla debe preservarlo si quiere ser creíble.
Traducido y adaptado por ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register.