En el día en que la Iglesia celebra a San Artémides Zatti, obispos de la Comisión de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Argentina se refirieron al “enfermero de los pobres”.
El Obispo de Catamarca y presidente de esa Comisión Episcopal, Mons. Luis Urbanc, compartió con los fieles la frase “tan difundida” del santo: “Creí, prometí y sané”.
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“Creer a Jesús, prometer a Jesús, eso lo hizo a él que se entregara totalmente a servir a los enfermos, y también quedar sanos, la sanación no es solamente corporal sino también espiritual”.
Mons. Luis Collazuol, Obispo Emérito de Concordia, expresó su deseo de “que Don Artémides Zatti nos enseñe también a nosotros que con las cosas cotidianas que nos toca vivir y en el lugar donde debamos estar, podemos ser santos cuando tenemos la gracia de Dios de responder fielmente a ese don de un alma grande y un corazón generoso como él lo tuvo”.
“El Señor cuando hay confianza, cuando hay entrega, siempre encuentra el lugar donde podemos seguir atendiéndole a Él en los más pobres y enfermos”, aseguró Mons. Joaquín Gimeno Lahoz, Obispo Emérito de Comodoro Rivadavia.
“Por eso, que San Artémides ruegue por nosotros para que en lo sencillo, en lo cotidiano, sepamos servir al prójimo para mostrar que lo amamos también a Dios”, rezó.
El Obispo Castrense de Argentina y Delegado para las Causas de los Santos, Mons. Santiago Olivera, también dejó un mensaje en este día especial: “Nuestro amigo Zatti —porque los santos son amigos nuestros— nos enseña la cercanía con el enfermo que es presencia de Jesús, sabiendo que Él ayuda y que el Señor siempre cura. Dejémonos sanar, por nuestro gran médico, Jesús”.
Artemides Zatti nació en Italia, pero emigró a Argentina con su familia a sus 16 años, en 1897, a causa de la extrema pobreza. Desde sus nueve años, Zatti ayudaba a sus padres trabajando como peón.
De joven asistió a una parroquia católica dirigida por los Salesianos de Don Bosco en la ciudad de Bahía Blanca. A los 20 años se unió a la candidatura para ser sacerdote salesiano.
Viviendo en la comunidad salesiana, Zatti contrajo tuberculosis al cuidar a un joven sacerdote con la enfermedad.
Uno de los sacerdotes salesianos, enfermero, sugirió a Zatti que rezara para pedir la intercesión de María Auxiliadora. Entonces, el italiano hizo la promesa de que si se curaba, dedicaría su vida a ayudar a los enfermos.
Zatti se curó de la tuberculosis y recordó lo ocurrido así: "Yo creí, prometí, fui sanado".
Al abandonar la idea del sacerdocio, se hizo salesiano coadjutor, un cargo laico, para poder dedicarse al servicio en el campo de la medicina.
A sus 35 años, Zatti fue nombrado director del hospital dirigido por los salesianos en Viedma. Dos años más tarde, también se convirtió en el gerente de la farmacia y recibió su licencia como enfermero profesional.
Además de su trabajo en el hospital, Zatti viajaba a las periferias de Viedma y a la vecina ciudad de Carmen de Patagones para atender a los necesitados, y su fama de santo enfermero se extendió por esa zona de Argentina.
En 1950, tras caer de una escalera, comenzó a mostrar signos de cáncer de hígado. Murió el 15 de marzo de 1951, a la edad de 70 años.
Artémides Zatti fue el primer salesiano coadjutor en ser declarado santo.