Este viernes 3 de noviembre, a las 11:00 horas (hora de Roma) en la Basílica de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco celebró la tradicional Misa en memoria de los obispos y cardenales fallecidos en el último año. Esta vez, lo ha hecho especialmente en memoria de Benedicto XVI, fallecido el 31 de diciembre de 2022.
Ante la presencia de algunos obispos y fieles, el Santo Padre leyó su homilía tras escuchar las lecturas en francés, inglés e italiano. Reflexionó sobre el Evangelio de San Lucas (Lc 7,11), que narra la escena en la que Jesús se conmueve ante el dolor de una madre viuda cuyo hijo acaba de fallecer y más tarde los devuelve a la vida.
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Para el Santo Padre, “este es nuestro Dios, cuya divinidad resplandece al tocar nuestras miserias, porque su corazón es compasivo”.
El Papa Francisco remarcó que la vuelta a la vida del hijo en el Evangelio brota “de la compasión del Señor que se conmueve ante nuestro mal extremo, la muerte”.
“Qué importante —precisó— es comunicar esta mirada de compasión a quien vive el dolor de la muerte de sus seres queridos”.
En esta línea, el Pontífice recordó a Benedicto XVI, quien enseñó “que la fe no es en primer lugar una idea que debamos entender o una moral que debamos asumir, sino una Persona que debemos encontrar, Jesucristo. Su corazón late con fuerza por nosotros, su mirada se apiada de nuestro sufrimiento”.
Como en ocasiones anteriores, el Papa Francisco destacó que el “estilo de Dios” se basa en “la cercanía, compasión y ternura” y señaló que “su compasión elimina las distancias y lo lleva a hacerse cercano”.
Asimismo, puntualizó que “Cristo no da sermones sobre la muerte, sólo le dice a esa madre una cosa: ‘No llores’”.
“¿Por qué? ¿Está mal llorar? No, Jesús mismo llora en los Evangelios. Le dice: No llores, porque con el Señor las lágrimas no duran para siempre, se terminan”. Además, explicó que Jesús “se ha apropiado de nuestras lágrimas para apartarlas de nosotros”.
Más tarde, recalcó que el Señor devuelve a la vida al hijo, “a diferencia de otros milagros, sin siquiera pedirle a la madre que tenga fe”.
El Santo Padre recordó que el huérfano, la viuda y el forastero, son “los más solos y abandonados, que no pueden poner su confianza en nadie más que en Dios”.
“Son por tanto las personas más íntimas y queridas para el Señor. No se puede ser íntimos y queridos para el Señor ignorándolos, pues gozan de su protección y de su predilección, y nos acogerán en el cielo”.
En este sentido, destacó que “el huérfano y la viuda son de hecho los humildes por excelencia, aquellos que, depositando toda su esperanza en el Señor y no en sí mismos, han situado el centro de la vida en Dios”.
“No ponen su confianza en sus propias fuerzas, sino en Él, que se hace cargo de ellos. Los que rechazan toda presunción de autosuficiencia, se reconocen necesitados de Dios y se abandonan en Él, son los últimos. Y son estos pobres en espíritu los que nos revelan la pequeñez que al Señor agrada, el camino que conduce al Cielo”, afirmó el Santo Padre.
Reiteró que “Dios ama la humildad porque le permite interactuar con nosotros. Más aún, Dios ama la humildad porque Él mismo es humilde. Él desciende hasta nosotros, se abaja, no se impone, deja espacio. Dios no sólo es humilde, sino que es humildad”.
Por ello, advirtió que “el cristiano, sobre todo el Papa, los cardenales, los obispos, están llamados a ser humildes trabajadores: a servir, no a ser servidos; a pensar, antes que en sus propios beneficios, en los de la viña del Señor. Y qué hermoso es renunciar a sí mismos por la Iglesia de Jesús”.
Por último, invitó a los fieles a pedir a Dios “una mirada compasiva y un corazón humilde” y animó a no cansarnos de pedirlo, “porque es en el camino de la compasión y de la humildad que el Señor nos da su vida, que vence a la muerte”.