Ahora que el Sínodo de la Sinodalidad ha llegado a su fin, todos los ojos están puestos en el informe de síntesis emanado del encuentro de un mes de duración.
Es notable la ausencia del acrónimo LGBTQ (lesbianas, gays, bisexuales, trans y queer), el asunto del diaconado femenino recibió la votación más baja, e incluso el amplio párrafo sobre asuntos controvertidos que equipara la identidad sexual y la eutanasia carece de un consenso sustancial. Aunque todos los párrafos de la síntesis de esta primera sesión del Sínodo fueron aprobados con una mayoría de dos tercios, es evidente que destacan los puntos que carecen de consenso.
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El Cardenal Jean-Claude Hollerich, relator general del Sínodo, resaltó en una conferencia de prensa el 28 de octubre que “se esperaba que algunos temas encontraran más oposición. Lo sorprendente es que muchos votaron a favor, indicando que la resistencia no era tan significativa como parecía”. Las palabras del purpurado revelan un debate robusto e inflexible, que deja entrever un deseo de cambio, especialmente cuando la narrativa durante el Sínodo giró en torno a “buscar la comunión”.
Esas palabras también resuenan con los temores del Cardenal Joseph Zen, Obispo Emérito de Hong Kong, quien, luego de haber firmado la carta con los dubia (dudas) enviados al Papa Francisco, remitió asimismo una misiva a los padres sinodales subrayando el riesgo de la presión por un cambio en la doctrina y, sobre todo, denunciando a la secretaría general del Sínodo como “muy efectiva en el arte de la manipulación”.
La carta de Zen y la publicación de los dubia de los cinco cardenales cayeron en tierra fértil. De la síntesis final, llamada en última instancia a balancear todas las posiciones, emerge que las preocupaciones planteadas son las de muchos obispos. Un gran número votó “sí” con la idea de poder arreglar las cosas en el texto final, para evitar el debate. Quienes votaron no lo hicieron con la conciencia de afrontar una dura batalla cultural en los próximos meses.
La noticia, sin embargo, es que esta vez no habrá etapa continental, como se pensaba antes. La hoja de ruta que va apareciendo no prevé más reuniones por continentes ni documentos, y esto tal vez ayude a la secretaría general del Sínodo, que se arriesga a encontrar nuevos documentos con nuevos dubia dada la siguiente fase del Sínodo, que promete ser acalorada.
Detectar las diferencias
Las 1.251 enmiendas propuestas al texto de 40 páginas mostraban esencialmente un llamado de los padres sinodales a reescribirlo por completo. Desde el primer hasta el último borrador se revisaron muchos términos. La referencia a LGBTQ desapareció, aunque fue reemplazada por “identidad sexual” y eventualmente por “identidad de género” como un compromiso.
También se descartó la sugerencia de que los representantes pontificios (nuncios) rindieran cuentas ante los obispos locales, lo que podría haber alterado significativamente los roles, colocando al Santo Padre bajo la supervisión de los obispos. En su lugar, el texto menciona la renovación de los procedimientos para la selección de obispos con una mayor participación y escucha, un procedimiento ya existente, aunque con énfasis variable, dependiendo de los nuncios y sus operaciones.
También desapareció la sugerencia de un consejo sinodal que ayude al Papa en el gobierno de la Iglesia, reemplazada por la propuesta de reformar sinodalmente el Consejo de Cardenales. Es probable que alguien llamara la atención sobre la redundancia de agregar estructuras sobre las ya existentes.
Ecumenismo y misión
El énfasis en el diálogo ecuménico se mantiene invariable, aunque no sin opiniones divergentes. La idea de una nueva forma de ejercer el ministerio petrino, ya abordada por San Juan Pablo II, aún tiene lugar en el discurso.
La homilía del Arzobispo Gintaras Grušas el 18 de octubre, en la conmemoración de San Lucas, fue bien recibida durante el Sínodo.
Mons. Grušas, presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, resaltó: “Mientras se continúa hablando de qué procesos, estructuras e instituciones son necesarios en una Iglesia sinodal misionera, tenemos que asegurarnos de que, de hecho, ayudan a la misión de llevar la Buena Nueva a los que necesitan la salvación. La sinodalidad, incluidas sus estructuras y reuniones, debe estar al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia y no convertirse en un fin en sí misma”.
Este sentimiento de no hacer de la sinodalidad un fin en sí mismo fue algo recurrente en la discusión dentro y fuera del aula sinodal. ¿Cómo armonizamos la autoridad de los obispos con la sinodalidad? ¿Cómo encontramos un balance entre escuchar y enseñar, entre misericordia y doctrina?
Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en CNA.