Cada 2 de noviembre la Iglesia Católica celebra la fiesta de los fieles difuntos, en la que se reza por las personas fallecidas, en especial por las que se encuentran en el purgatorio a la espera de alcanzar la gloria eterna.
El P. Diego Molina, delegado de Pastoral de la Salud del Arzobispado de Granada (España), es además responsable del Centro de Acompañamiento al Duelo que se acaba de inaugurar en esa diócesis con el objetivo de acompañar y ayudar a las personas que atraviesan un duelo.
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En conversación con ACI Prensa, el P. Molina asegura que “es normal que tengamos miedo a la muerte” y, en muchas ocasiones, más “al sufrimiento que nos puede provocar”. Sin embargo, entiende que “asumir la muerte es aprender a vivir”, algo necesario en nuestra sociedad, donde “parece que la muerte no existe” mientras “se endiosa la belleza y la juventud”.
A su entender, “la vida consiste en aprender a manejar pérdidas y duelos” y no sólo por la pérdida de un ser querido, sino como consecuencia de otras circunstancias como una separación o la jubilación laboral.
“El duelo —explica— es una respuesta emocional y un proceso que puede durar mucho tiempo. Es normal en las personas y hay que normalizarlo, porque cumple una función adaptativa a la nueva realidad”.
El proceso además afecta al ser humano en todas su dimensiones. También a la espiritual, que “es propia de todos los seres humanos” y que las personas religiosas afrontamos “a través de las respuestas que nos da la religión, en concreto Jesús de Nazaret”.
Tareas para afrontar el duelo
Durante el duelo se superponen diferentes fases, que van variando en intensidad según el momento: crisis, negación, enojo, rabia, depresión y aceptación. Mientras dura el proceso, el P. Molina detalla algunas tareas que se deben afrontar.
En primer lugar, “aceptar la realidad de la pérdida”, esto es, que “nacimos para morir o para nacer a la vida eterna”.
Una segunda tarea es “dar expresión a los sentimientos”, para lo que se crearon los centros de escucha y de duelo como el inaugurado en la Archidiócesis de Granada. El P. Molina subraya que “la escucha es el drenaje del dolor de una persona”.
Además, es necesario “adaptarse al ambiente en el que estaba el difunto y a las tareas que hacía” al tiempo que se busca “invertir energía emotiva en otras relaciones”.
Otra tarea es “dar cabida a la esperanza”. Sobre esta cuestión, detalla: “La esperanza y la fe no nos quitan el dolor, pero nos acompañan para darle un sentido más pleno a la vida y al fallecimiento de un ser querido, porque hemos nacido para Dios, vivimos para Él y nuestra vida está en dejarnos abrazar con la misericordia de Dios cuando ya no estemos físicamente aquí”.
La mejor palabra es el silencio
Preguntado sobre cómo afrontar el momento de dar el pésame al familiar de un fallecido, el P. Molina destaca que “muchas veces la mejor palabra es el silencio, la presencia, la cercanía, el abrazo”, porque quizá esa persona no necesita que se le diga nada.
“No hay una palabra adecuada”, insiste, porque la persona que está iniciando el proceso del duelo “tiene roto el corazón”.