Este 24 de octubre la Iglesia celebra a San Antonio María Claret, fundador de los Claretianos. Este sacerdote español experimentó un milagro eucarístico poco común entre los santos: se convirtió en una especie de “sagrario viviente” por un designio del mismo Cristo.
De acuerdo a la Curia General de los Misioneros Claretianos, San Antonio María Claret dejó escrito en su autobiografía que un 26 de agosto de 1861, mientras estaba en oración, el Señor le “concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho”.
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“Por lo mismo, yo siempre debo estar muy recogido y devoto interiormente; y además debo orar y hacer frente a todos los males de España, como así me lo ha dicho el Señor”, añadió el santo.
Es preciso indicar que el milagro de la conservación de las especies sacramentales no se puede ni ver ni tocar. Es una experiencia mística que sólo se sabe si el santo lo comunica. Se podría decir que consiste en comulgar el Cuerpo de Cristo, el cual se conserva en el pecho sin descomponerse o degradarse.
Para el sacerdote claretiano P. Alberto Barrios CMF, quien escribió un extenso artículo de investigación sobre la posibilidad de que Santa Teresa de Lisieux también hubiera experimentado esta gracia, la conservación de las especies sacramentales sólo es percibida por “el alma”.
“Todo pasa en la intimidad. San Antonio María Claret, prototipo de cuantos han gozado este milagro, no advertirá en su cuerpo el más mínimo sentimiento de dolor o de gozo cuando le comunique el Señor la gracia que le ha concedido. Sólo advertirá en él un recogimiento inefable e inexplicable”, describió.
De esta manera el santo conservaba la Eucaristía cerca de su corazón hasta la siguiente Comunión, cuando se volvía a repetir el milagro en su interior. La tradición indica que esto lo vivió por nueve años de manera permanente, hasta que partió a la Casa del Padre.