Este jueves 12 de octubre, los participantes en el Sínodo de la Sinodalidad recibieron el texto del Pacto de las catacumbas entre los materiales de meditación en su peregrinación al lugar donde fueron enterrados los mártires de los primeros siglos.
Este texto fue impulsado por más de 40 obispos participantes en el Concilio Vaticano II y toma su nombre del lugar donde fue firmado tras la celebración de una Misa en las catacumbas de Santa Domitila a las afueras de Roma el 16 de noviembre de 1965.
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Su título original fue Pacto por una Iglesia que sirve y es pobre y es considerado como un precedente de la Teología de la Liberación que sus impulsores justifican como una consecuencia de los postulados de la constitución pastoral Gaudium et spes y la carta encíclica de Pablo VI Populorum progressio.
En 1984, el Cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la congregación para la Doctrina de la Fe firmó la instrucción Libertatis nuntius en la que se abordan “las desviaciones y los riesgos de desviación, ruinosos para la fe y para la vida cristiana, que implican ciertas formas de teología de la liberación que recurren, de modo insuficientemente crítico, a conceptos tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista”.
Los obispos firmantes dicen ser “conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio”, rechazan “para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir” y tener posesiones.
También rechazan “nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor)” y expresan su deseo de evitar “todo aquello que pueda parecer concesión de privilegios, prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos”.
Además, se considera que “la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en estado de miseria física, cultural y moral”.
Entre los firmantes del documento se encontraban Mons. Helder Camara, Obispo de Recife (Brasil), el Beato Mons. Enrique Angelelli, entonces Obispo Auxiliar de Córdoba (Argentina), Mons. Tulio Botero Salazar, Arzobispo de Medellín (Colombia) y Mons. Sergio Méndez Arceo, Obispo de Cuernavaca (México).
Apoyaron además el documento otros 500 padres sinodales. De manera recurrente, ha sido reivindicado por reconocidos impulsores de la Teología de la Liberación, como el fallecido claretiano Mons. Pedro Casaldáliga, Obispo de la Prelatura de São Félix do Araguaia (Brasil).
La recuperación de este Pacto durante un sínodo tiene otro precedente. En el año 2019, en el transcurso del Sínodo sobre la Amazonía, el Cardenal Claudio Hummes, Relator general, presidió el 20 de octubre una Misa en las catacumbas, emulando el gesto de los firmantes originales.
Allí se firmó un documento inspirado en el primigenio, titulado Pacto de las catacumbas para la casa común. Por una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidor, profético y samaritano.
El primer compromiso que contiene es “asumir, ante la amenaza extrema del calentamiento global y del agotamiento de los recursos naturales, el compromiso de defender en nuestros territorios y con nuestras actitudes la selva amazónica en pie”.
Además, se asume que “no somos los dueños de la madre tierra, sino sus hijos e hijas” y se explicita el compromiso de ayudar a los pueblos originarios “a preservar sus tierras, culturas, lenguas, historias, identidades y espiritualidades” abandonando “todo tipo de mentalidad y postura colonialista”.
En este texto apuesta por “instaurar en nuestras Iglesias particulares un estilo de vida sinodal, donde representantes de los pueblos originarios, misioneros y misioneras, laicos y laicas, en razón de su bautismo y en comunión con sus pastores, tengan voz y voto” en todo lo referente al gobierno de las comunidades.