A principios de este año, un reportaje del diario El País de España generó revuelo a nivel internacional. En Bolivia salió a la luz una historia de pederastia, abusos, encubrimientos y chantajes por parte de un clérigo. Uno que “era un sociópata” y “un muy mal sacerdote” según sus allegados: El Padre Pica, quien trabajó casi toda su vida en el país sudamericano.
“Diario de un cura pederasta” tiene como protagonista al jesuita español Alfonso “Pica” Pedrajas, fallecido en Cochabamba en 2009, a los 66 años de edad. El reportaje está basado en su diario personal, entregado a El País por su sobrino, 14 años después de la muerte del presbítero.
Recibe las principales noticias de ACI Prensa por WhatsApp y Telegram
Cada vez es más difícil ver noticias católicas en las redes sociales. Suscríbete a nuestros canales gratuitos hoy:
En las casi 400 páginas que escribió, el sacerdote narra con detalles cómo abusó sexualmente de más de 80 niños durante su vida.
La influencia ideológica del comunismo, el marxismo y la teología de la liberación en el Padre Pica
Pedrajas llegó a Sudamérica a comienzos de la década de los 60 como parte de su proceso de formación en la Compañía de Jesús. Durante 10 años vivió en Perú y Ecuador, donde cometió sus primeros abusos, aún como seminarista. En 1971 se radicó definitivamente en Bolivia.
Allí se le nombró subdirector del Instituto Juan XXIII, un internado cuya misión era formar a los alumnos más preparados del país, con una predilección especial por aquellos sumidos en realidades de gran pobreza. Tres años más tarde, el Padre Pica se convertiría en el director del colegio.
En aquella época, la revolución cubana, con Fidel Castro al frente, se buscaba exportar a los países sudamericanos tras demostrar que el comunismo podía imponerse mediante la violencia.
Precisamente uno de sus generales, el famoso Ernesto “Che” Guevara, llegaría a Bolivia en 1966 para empezar su “guerra de guerrillas”, aunque la aventura duraría poco tiempo. Alfonso Pedrajas arribaría pocos años después al país sudamericano, pero sin duda ya seguía muy de cerca lo que estaba sucediendo.
El altiplano boliviano fue el escenario de algunos de los más cruentos intentos de la izquierda latinoamericana por hacerse con el poder político. Los revolucionarios eran duramente perseguidos por el gobierno militar del país, que se mantendría casi 20 años en el poder.
El Padre Pica apoyaba la revolución. Simpatizaba abiertamente con la ideología comunista y sus variantes. Bajo este esquema de pensamiento él y sus compañeros jesuitas dirigían al internado Juan XXIII.
“Yo considero esa etapa como una especie de violación intelectual”, afirmó a ACI Prensa Germán Huanca, un economista boliviano que cursó toda la secundaria en el colegio, con Pedrajas como director.
Huanca, que ingresó en 1983, manifestó que el Juan XXIII no ofrecía las herramientas necesarias para que los estudiantes hicieran un análisis libre de las realidades políticas, económicas y sociales de su tiempo.
“El colegio usaba el marco de la Teología de la Liberación para cargar afectiva e ideológicamente en los estudiantes una inclinación por lograr una sociedad comunista”, indicó el exalumno. “Hubo incluso un esfuerzo exagerado por involucrar a los estudiantes en procesos guerrilleros”, añadió.
De hecho, una fuente reveló a ACI Prensa que los jesuitas acogieron en el centro educativo a varios guerrilleros prominentes que eran perseguidos por el Estado boliviano. La Policía militar llegó a rodear la institución un par de veces con todos los alumnos dentro, según esta misma fuente.
Jorge Velarde conoció al Padre Pica en 2003, a sus 18 años, cuando evaluaba ingresar a la vida religiosa con los jesuitas. El ahora politólogo recuerda vivamente la primera vez que ingresó a la oficina de Pedrajas en La Paz para entrevistarse con él:
“Asistí a la reunión en el edificio de la Curia de los Jesuitas. Allí, en su oficina personal, Pedrajas tenía toda una pared donde colgaba fotos de personajes que 'admiraba y le inspiraban', entre ellos Fidel Castro, Ernesto 'Che' Guevara, Rigoberta Menchú y Osama Bin Laden, incluso después de los atentados terroristas de 2001 en Nueva York”, afirmó Velarde.
Para el politólogo, esta es una muestra de “cuán ideologizado estaba Pedrajas por la izquierda”. En ese momento, el Padre Pica, con el que hablaba una vez a la semana durante su discernimiento vocacional, era maestro de novicios de los Jesuitas en Bolivia, lo que para Velarde era “un despropósito por parte de sus superiores, que conocían su historial”.
Alfonso Pedrajas, el sacerdote
Entre los entrevistados, es unánime la primera impresión que se llevaron del Padre Pica: un hombre amable, jovial e incluso divertido, que era diestro para conversar y para expresarse de tal manera que podía convencer y ganarse a cualquiera. Un sacerdote “de apariencia bonachona” que tocaba la guitarra y cantaba canciones de protesta social que atrapaban a todos.
Sin embargo, Velarde cuenta que esta fachada se diluyó rápidamente a medida que fue conociendo a Pedrajas: “No transmitía esa imagen de sacerdote santo con una vida espiritual intensa”, señaló. El politólogo afirma que en varias ocasiones Pedrajas le manifestó que se “debería cambiar el Credo” porque consideraba que tenía “errores históricos” que había que actualizar.
“Este tipo de cosas eran cada vez más notorias, sobre todo en temas de liturgia”, indicó Velarde, y recordó que el jesuita español no respetaba el ayuno eucarístico, despreciaba el rito latino preconciliar e incluso “llegó a desaconsejarle que rezara el Rosario”, porque los jesuitas “no acostumbraban” hacer esa importante oración mariana.
“Durante una convivencia de candidatos que hicimos en Cochabamba, en el internado Juan XXIII, en las Misas utilizaba pan que no era de materia válida para la consagración. Apenas se ponía una estola y nos sentábamos en el piso, en torno a una mesa, pero jamás en un altar. Pedrajas no permitía que siguiéramos las rúbricas regulares de la liturgia”, señaló.
Velarde considera que el caso del Padre Pica ha sido instrumentalizado por los políticos y los medios de comunicación que tienen “una clara agenda anticlerical”.
Por eso cree importante que se ponga de manifiesto que Alfonso Pedrajas “era un muy mal sacerdote”. Velarde repudia la manipulación y el chantaje a los que el jesuita sometía a los estudiantes, a quienes amenazaba con quitarles el cupo en el colegio si se atrevían a contradecirlo o a denunciar sus abusos.
“Eso sólo puede hacerlo una mala persona, alguien que ni siquiera debió seguir siendo sacerdote, porque no creía en las cosas básicas que debería creer todo fiel católico”, señaló.
Alfonso Pedrajas, el pederasta
“Pedro” —nombre ficticio para proteger la identidad del declarante— llegó al colegio Juan XXIII en 1979, a los 13 años de edad. “Éramos gente muy inteligente y muy estudiosa”, afirmó a ACI Prensa, añadiendo: “Veníamos de familias pobres, pero no éramos niños abandonados”. Para ese año, ya el colegio había iniciado el proceso de empezar a aceptar a niñas en los cursos.
En el Juan XXIII los estudiantes trabajaban: “Teníamos gallinero, vacas, cerdos, albañilería, carpintería y panadería. Además, vendíamos lo que hacíamos. Existía una moneda propia del colegio”, señaló Pedro. Se hacían llamar “La pequeña nueva Bolivia”, una especie de utopía comunista donde recibían una educación basada “en el poema pedagógico de Makarenko”, una crónica novelada soviética para la reeducación de muchachos inadaptados.
“Yo no tenía ningún tipo de educación a nivel sexual. Absolutamente nada, era inocente”, indicó, y contó que las habitaciones estudiantiles quedaban en el primer piso, las de varones y las de niñas, separadas en medio por la habitación del Padre Pica. Los estudiantes de los cursos superiores dormían organizados en habitaciones de 4 personas a las que llamaban “células”, que a su vez formaban parte de una “comuna”.
Cuando ingresó al colegio, Pedro llegó a escuchar que algunos chicos “se quejaban de lo que pasaba con Alfonso Pedrajas”. El sacerdote entraba a las habitaciones, se sentaba en la cama de los alumnos y, mientras conversaba con ellos, los tocaba inapropiadamente. “A mí me sucedió algo parecido”, afirmó.
Al día siguiente, Pedro encaró a Pedrajas y la situación no se repitió, pero señaló “que otros chicos no tenían la mínima idea” de la gravedad de lo que les ocurría ni de cómo detenerlo. “Pedrajas tenía un gran poder de manipulación. Era un sociópata, sabía exactamente dónde aferrarse, a quién afectar y cómo controlar absolutamente todo lo relacionado con el poder”, indicó.
El Padre Pica ponía música todas las noches en el primer piso. Apagaba las luces y entraba a la habitación común. “En una ocasión se cortó la música y escuché cómo ‘Pica’ llevaba a un chico a su cuarto. Fui hasta allá y a través de la ventana vi cómo lo estaba violando”, narró Pedro, y agregó: “En ese momento no entendí lo que estaba pasando. No sabía que un hombre pudiera abusar de un niño de esa forma”.
“Él sabía que nos estaba haciendo daño, buscaba hacernos daño. Había un proceso planificado para burlarse y aprovecharse de nosotros, y de sus superiores, que sabían lo que estaba pasando. Algunas veces nos llamaba a la dirección y se burlaba diciendo que 'él podía hacer esto' y nosotros no podíamos hacer nada”, manifestó.
Pedrajas impartía las clases de Psicología en el internado, que utilizaba para manipular a los estudiantes. Pedro recuerda que les hacían creer que “como eran gente tan capaz, abandonar un proyecto de ese tipo era un fracaso”. Por eso “nadie decía absolutamente nada”, nadie quería volver a la pobreza “con la etiqueta de ser un fracasado que no había hecho nada bueno”, concluyó.
Junto a Alfonso Pedrajas, varios otros jesuitas que trabajaron en Bolivia han sido señalados como presuntos abusadores sexuales.
El colegio Juan XXIII, las denuncias y las investigaciones
La mayoría de los exalumnos del colegio, incluso entre las víctimas de abuso, recuerdan con gratitud su tiempo en la institución. Para ellos, el Juan XXIII ha beneficiado mucho al país. Varios egresados han ocupado cargos muy importantes en Bolivia y en el exterior.
Héctor Córdova, ingeniero y exalumno del centro educativo, afirmó que “todo lo malo que ha pasado no puede anular ni opacar lo extraordinario que fue todo el proceso de fundación y constitución del colegio, y los resultados que ha dado”.
Córdova resaltó la labor de los misioneros belgas, fundadores del instituto, en las zonas más pobres del país, de donde provienen la mayoría de los egresados del Juan XXIII. Señaló que fue un esfuerzo de gran importancia para la vida de muchos jóvenes, sobre todo en una época de tanta violencia política en Bolivia.
“El efecto de la educación fue muchísimo más profundo e intenso que el de los intentos violentos”, señaló. También destacó el trabajo de los jesuitas en suelo boliviano, afirmando que “no se puede generalizar” ni condenar a todos por los delitos de unos pocos.
Sin embargo, dentro del grupo de egresados del Juan XXIII hay diversas posturas sobre cómo abordar la crisis desatada por el caso Pedrajas. Algunos consideran que los Jesuitas y la Iglesia deberían pagar una indemnización a las víctimas, y otros, como Córdova, consideran que “no hay que fanatizarse, no hay que manchar el nombre del colegio ni culpar a sacerdotes inocentes”.
Un grupo numeroso de exalumnos del internado se organizó para presentar una denuncia colectiva ante la Fiscalía de Cochabamba, que ya está en proceso de manera paralela a la investigación que lleva la Fiscalía de Bolivia.
Poco tiempo después de que se publicara el reportaje del diario El País, la Compañía de Jesús en Bolivia anunció que investigarían la actuación de los jesuitas que se desempeñaban como provinciales en el momento en que ocurrieron los delitos.
La Congregación determinó la suspensión de estos superiores y de otros jesuitas que ejercieron como provinciales en los años siguientes al fallecimiento de Pedrajas, "para investigar sobre si hubo denuncias públicas no atendidas en su momento".
Sin embargo, esta semana el grupo de víctimas del colegio Juan XXIII emitió un comunicado en rechazo de la presentación de los nuevos protocolos de prevención, identificación y denuncias de abuso sexual de los jesuitas en Bolivia.
En el documento, los exalumnos lamentan que la Congregación ya no se encuentre horrorizada por los abusos ni pida perdón, sino que en sus declaraciones hayan primado “la soberbia y la mentira sofisticada”.
Para las víctimas, los nuevos protocolos de la Compañía de Jesús en el país del altiplano pretenden “invisibilizar los abusos y dar lugar al reino de la impunidad”.
Asimismo, manifiestan que los Jesuitas en Bolivia deberían “aceptar un proceso [penal] en contra de su institución”, para “conocer la verdad material de los hechos en el marco del debido proceso” y “asumir responsabilidades si corresponden”.
Si no, “'la escucha' tendrá un carácter morboso y el acompañamiento judicial trazará el camino a la impunidad”, concluyen las víctimas.