El 6 de octubre es la fiesta de San Bruno, conocido por oponerse a la corrupción de lo sagrado que ejercía una parte del clero. En una columna del Vaticano, este santo aparece dando una impresionante “respuesta” a un ángel. ¿A qué se debe esto?
La tradición indica que el alemán San Bruno (1030-1101) fue profesor de Teología en Reims (Francia), donde vio con dolor cómo varios eclesiásticos caían en el pecado de simonía, que consiste en hacer negocio con los sacramentos y objetos sagrados.
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El Obispo de la zona le dio un alto cargo. A la muerte del Prelado, aunque muchos esperaban que San Bruno lo sucediera, el cargo recayó en un hombre de mala fama, llamado Manasés. Bruno no soportó sus conductas inmorales y lo denunció ante los obispos.
El Papa destituyó a Manasés. Se le ofreció a San Bruno la diócesis, pero no aceptó porque se consideraba indigno de tal honor. Manasés, en venganza, hizo que le quitaran sus bienes y quemaran sus posesiones.
San Bruno huyó y emprendió una especial búsqueda de la voluntad de Dios, apartado de todo poder y riqueza. Luego, con un grupo de compañeros, se instaló en una zona llamada Cartuja e iniciaron felices un nuevo estilo de vida vocacional entre el silencio, la oración y la soledad.
Uno de sus antiguos alumnos se convirtió en el Papa Urbano II y lo llamó a Roma para que sea su consejero. Con el dolor de su corazón el santo obedeció, pero sólo estuvo ahí unos meses y pidió luego ir a Calabria, al sur de Italia, donde siguió con su misión cartuja.
El Santo Padre quiso nombrar a San Bruno Obispo de Reggio, en el norte italiano, pero el santo humildemente renunció a este nombramiento.
El testimonio de desprendimiento y humildad de San Bruno ha quedado retratado en el Vaticano con una gran estatua, que se encuentra a la mano izquierda del altar mayor de la Basílica de San Pedro.
En ella, el artista francés Slodtz René-Michel representó al santo cartujo junto a un ángel. Este le ofrece a sus pies la mitra y el báculo, ornamentos sagrados propios de un obispo. Pero San Bruno, con el brazo izquierdo elevado y los ojos cerrados, permanece en una postura de rechazo a la propuesta angelical.
Además, con su brazo derecho abraza unos libros, símbolo de los Evangelios, la regla religiosa y sus escritos, mientras que con la mano toca la cabeza de una calavera, signo de lo efímera que es esta vida.