El 2 de octubre se festeja a los Ángeles de la Guarda, quienes tienen la misión de protegernos. Don Bosco, gran devoto de ellos, solía dar un especial consejo a sus jóvenes y conocidos, con el que logró incluso que algunos de ellos se libraran milagrosamente de la muerte.
En las Memorias Biográficas (MB), conjunto de 19 tomos sobre la vida de Don Bosco, se relata que el santo “estaba tan persuadido de tenerlo a su lado que parecía lo viese con sus ojos”. Además, acostumbraba saludar al ángel de la guarda de las personas con las que se encontraba y le pedía a los ángeles custodios de sus muchachos que los ayuden.
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En este sentido, les inculcaba a sus muchachos un profundo respeto y amor por su propio ángel, diciéndoles que él era un amigo. “Invoca a tu Ángel en las tentaciones. Tiene él más ganas de ayudarte que tú de que te ayuden... No prestes oído al demonio y no le temas; él tiembla y huye ante la presencia de tu Ángel”, les decía.
Asimismo, una vez les prometió que “si os encontráis en algún peligro grave para el alma o para el cuerpo, invocadlo: yo os aseguro que él os asistirá y os librará”.
Uno de los jóvenes que seguía a Don Bosco trabajaba como albañil. Cierto día, estando en el andamio, se rompieron unos soportes. Él y dos compañeros más empezaron a caer de un cuarto piso en medio de tablas, piedras y ladrillos. El muchacho se acordó del consejo del santo y exclamó: “Ángel mío, ayúdame”.
Los tres cayeron al suelo. Uno murió en el acto, otro falleció en el hospital, pero el joven que invocó a su ángel custodio se levantó ileso y sin ningún rasguño, ante el asombro de todos los presentes. Las MB indican que el muchacho incluso siguió trabajando ese día y luego daba fe de la promesa de Don Bosco.
El Ángel y los caballos
Las MB también narran lo que vivió la esposa de un embajador de Portugal que se confesó con Don Bosco. El santo le dio como penitencia dar una limosna en ciertas circunstancias de aquel día, pero ella aseguró que no podría porque debía salir de viaje.
Entonces, el sacerdote le indicó que rezara tres veces a su ángel de la guarda la oración Ángel de Dios, para que le ayude y así no se asuste con lo que le iba a suceder. La mujer se quedó impresionada y en su casa rezó la oración junto a sus empleados.
Partió de viaje en un carruaje junto a su hija y una camarera. Cuando iban de camino, los caballos se espantaron y emprendieron una veloz carrera. El cochero no pudo detenerlos y el carruaje se volcó, mientras los caballos continuaban jalando.
Las mujeres gritaban y parecía que morirían aplastadas. La señora reaccionó y empezó a suplicar con todas sus fuerzas: “Ángel de Dios, que eres mi custodio…”. De pronto, los caballos se fueron deteniendo y nadie murió. Por ello la madre e hija exclamaron: “¡Viva Dios y viva el Ángel Custodio que nos ha salvado!”.
Tiempo después, la señora se convirtió en una gran bienhechora de Don Bosco en favor de los jóvenes más necesitados.