El Obispo de Córdoba (España), Mons. Demetrio Fernández, ha dedicado su última carta semanal a destacar dos elementos que caracterizan el mes de octubre para la Iglesia Católica: las misiones y el Rosario.
El Obispo toma como referencia a Santa Teresa del Niño Jesús y San Francisco Javier, patrones universales de los misioneros que encarnan los dos modos en que se expresa la vida misionera de la Iglesia.
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“Por un lado, la vida contemplativa, que sostiene toda la actividad de la Iglesia; y, por otro, la vida apostólica y misionera que lleva la predicación del evangelio a todas las gentes, hasta los confines de la Tierra”, especifica Mons. Fernández.
Dicho de otro modo, “oración y actividad son los pilares del cristiano misionero para que el Evangelio llegue a todos”, enfatiza el Prelado.
El Obispo de Córdoba recuerda además que el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND) tiene este año como lema “corazones fervientes, pies en camino”, en referencia a los discípulos de Emaús.
En este sentido, Mons. Fernández reflexiona que “quien se encuentra con Jesús, no puede quedarse quieto, sino que se pone en camino para darlo a conocer a los demás. El Evangelio se ha transmitido siempre por contagio, por testimonio”.
En la segunda parte de la carta, el Prelado recuerda que octubre es también el mes del Rosario, “la oración de los sencillos y los pobres”, de aquellos que “no saben orar y adoptan este formulario como camino contemplativo de la vida de Jesús desde el Corazón Inmaculado de María”.
El Obispo de Córdoba anima a que los niños lo recen “porque es muy fácil de aprender”. A que se sumen a esta tarea los jóvenes “que encuentran en esta oración un remanso de paz, de alegría de encuentro con Cristo y de relación filial con nuestra Madre”. En tercer lugar, a que sea recitado en familia, “porque familia que reza unida, permanece unida”.
Por último, Mons. Fernández subraya que “lo rezan, quizá más que nadie, las personas mayores, que recorren los años serenos de la ancianidad desgranando las cuentas del Rosario”.
“El Rosario sostiene y alimenta en nosotros una actitud de oración permanente, que ahuyenta muchos peligros y trae a nuestro corazón abundantes gracias de Dios”, concluye.