En un emotivo testimonio dirigido al Papa Francisco, una mujer laica de Mongolia, que carece de brazos y piernas, aseguró que la experiencia de comprender el sacrificio de Jesús en la cruz como un acto de amor la llevó a una profunda aceptación de su propia discapacidad.
“Comprendí que Él fue crucificado por mí, me conmoví mucho y percibí que ésta también es mi cruz, y entonces acepté felizmente mi cruz como persona discapacitada”, compartió Lucia Otgongerel este 4 de septiembre a las 9:30 a.m. (hora de Mongolia) durante la visita del Santo Padre para la inauguración de la Casa de la Misericordia en Ulán Bator, Mongolia.
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“Me faltan dos brazos y dos piernas, pero quiero decir que soy la persona más afortunada del mundo, porque tomé la decisión de aceptar plenamente el amor de Dios, el amor de Jesús”, expresó la laica que pertenece a la parroquia de Santa María en Ulán Bator.
Lucia, quien es la séptima de una familia de ocho hijos, relató cómo su vida tomó un rumbo inspirador después de un encuentro con la Iglesia Católica y los Misioneros de la Consolata en 2002.
Comenzó su relato recordando su infancia y la valiosa ayuda de sus padres y hermanos: “Pasé mi infancia en compañía de mis padres. Aunque vi nacer con una discapacidad, crecí como un niño normal y feliz con la ayuda de mis queridos padres y mis hermanos”.
Fue en 2002 cuando recibió una invitación para unirse a la Iglesia Católica, un momento que marcó el comienzo de su viaje espiritual: “Mi primer camino de fe comenzó con la ayuda de los Misioneros de la Consolata. Estoy muy agradecida, porque gracias a ellos comencé esta hermosa experiencia en la fe cristiana”.
Lucia compartió un momento revelador en su testimonio, cuando dos años después de acercarse a la Iglesia, reflexionó sobre su vida y su fe: “Cuando vi la cruz, vi a Jesús con clavos en sus manos y pies: ¿por qué una persona es clavada así? Tan pronto como encontré en mí la respuesta a esta pregunta, me di cuenta de que Jesús había sido clavado en la cruz por mí, por amor, por mis pecados, y sentí que esta es una cruz que debía llevar y llevar con gusto”.
Lucia también transmitió un mensaje de esperanza y agradecimiento a otras personas con discapacidad, afirmando “que Dios lo da todo, le da una oportunidad a cada persona y, dependiendo de cómo veas y aceptes esta oportunidad, tu vida se llena del amor de Dios”.
Al final de su mensaje, compartió su alegría recitando el Salmo 23:
El Señor es mi pastor: nada me falta; en verdes pastos él me hace reposar. A las aguas de descanso me conduce, y reconforta mi alma. Por el camino del bueno me dirige, por amor de su nombre.
Aunque pase por quebradas oscuras, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo con tu vara y tu bastón, y al verlas voy sin miedo. La mesa has preparado para mí frente a mis adversarios, con aceites perfumas mi cabeza y rellenas mi copa.
Irán conmigo la dicha y tu favor mientras dura mi vida, mi mansión será la casa del Señor a por largos, largos días.