En el marco de la fiesta universal de Santa Rosa de Lima (1586-1617), que se celebra cada 23 de agosto, recordamos el apoteósico funeral que recibió la santa y la conmoción que se vivió entre los fieles.
En el libro Rosa de Lima, Primera santa de América, escrito por el historiador peruano Rafael Sánchez-Concha, se cuenta que ella terminó sus días en la casa de la familia De la Maza, quienes la ayudaban y se habían convertido en sus protectores.
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Tal como lo predijo Santa Rosa, ella falleció un 24 de agosto, fiesta del Apóstol San Bartolomé. Tras esto, la capital del Virreinato del Perú vivió “las exequias de mayor esplendor” de su historia.
Una gran multitud de personas llegó a la casa donde murió, intentando verla por última vez. Más adelante, su cuerpo fue trasladado al oratorio del noviciado de Santo Domingo, donde había un altar fúnebre con imágenes de santos rodeando sus restos.
El arzobispo de Lima y diversas autoridades se arrodillaron ante ella y le besaron la mano.
Se dice que el funeral parecía el de un rey y que si el Papa hubiera estado presente, mirando la cantidad inmensa de personas, entonces de inmediato la hubiera canonizado. Es preciso recordar que antes la Iglesia tenía la costumbre de declarar santo a alguien por aclamación (vox populi, voz del pueblo).
Entre los asistentes, el deseo de quedarse con algún recuerdo de la santa llegó a tal extremo que las personas le arrancaban trozos de su hábito, a pesar de la guardia de vigilancia que había puesto el virrey. Tanto así que “hubo que vestirla hasta seis veces”.
En medio de este desbordado fervor, un devoto le arrancó uno de los dedos del pie. Algunos dicen que fue con un cuchillo, otros que lo hizo desesperadamente con los dientes.
Cuando la noticia de la santidad y muerte de Santa Rosa llegó a Potosí, en el Alto Perú —actual Bolivia—, las campanas de los templos repicaron.
Además, se encendieron candiles y luminarias en las casas y principales edificios, como símbolo de respeto a la primera santa de todo el continente americano.