En la historia de San Benito, cuya fiesta se celebra este 11 de julio, se habla de dos monjas que fueron amenazadas por el Abad de ser excomulgadas si no corregían una falta. Cuando murieron, no podían descansar en paz en sus tumbas, hasta que el santo envió algo al templo donde estaban enterradas.
En una ocasión, San Benito puso a uno de sus religiosos a cargo de dos monjas que vivían cerca del monasterio, pero las mujeres eran tan parlanchinas y conversadoras que incomodaban constantemente a su formador.
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El monje a cargo avisó al santo de lo que sucedía y San Benito les mandó el siguiente mensaje: "Si no detienen sus lenguas, las excomulgaré". Sin embargo, las monjas no obedecieron y, aunque el abad nunca las excomulgó, tras un tiempo fallecieron.
La anciana nodriza de las religiosas, que ofrecía constantemente oblaciones por ellas, cierto día vio algo que la impresionó.
En el templo donde estaban enterradas, se celebró una Misa solemne y el diácono pronunció unas palabras de la liturgia que decían: "Salgan quienes no pertenecen a la comunión de los fieles".
De inmediato la nodriza vio que las religiosas fallecidas salían de sus tumbas y abandonaban el templo.
La anciana fue a contarle a San Benito lo que había pasado. Tras escucharla, el monje le entregó una ofrenda y le indicó: "Ten esto y ofrécelo por ellas en la próxima Misa. Verás cómo ya no se sentirán excomulgadas".
En la siguiente Eucaristía, la nodriza hizo lo que el santo le había pedido, y cuando el diácono pronunció las palabras para que salieran los excomulgados, los cuerpos de las monjas desobedientes ya no abandonaron el templo.
Se dice que desde aquel día nadie más vio a los restos de las monjas salir de sus tumbas y retirarse de la Iglesia.