Radiomensaje de S.S. Pablo VI por Navidad

El progreso de la civilización hace descubrir, como una exigencia, como una conquista, lo que Cristo, al hacerse hombre como nosotros y siendo Nuestro maestro, ya nos había enseñado en las páginas, nunca plenamente comprendidas, y todavía no aplicadas universalmente, de su Evangelio: Todos vosotros sois hermanos (1), es decir, iguales; es decir solidarios; es decir, obligados a reconocer en cada uno de vosotros la imagen reflejada del mismo Padre celestial y a promover mutuamente la consecución de los mismos destinos: la plenitud humana y filiación en esta vida y la felicidad eterna en la vida futura.

Hoy la fraternidad se impone: la amistad es el principio de toda convivencia humana. En vez de ver en nuestro semejante al extraño, al rival, al antipático, al adversario, al enemigo, debemos acostumbrarnos al ver al hombre, o sea, un ser igual al nuestro, digno de respeto, de estima, de asistencia y de amor como a nosotros mismos. Vuelven a resonar en nuestro espíritu las palabras admirables del Santo Doctor de Africa: Dilatentur spatia caritatis, que los límites de amor se ensanchen (2). Es necesario que caigan las barreras del egoísmo y que la afirmación de los legítimos intereses particulares no se convierta nunca en ofensa para los demás, ni en negación de una razonable sociabilidad.

Es necesario que la democracia, tan invocada hoy para la convivencia humana, se abra a una idea universal que supere los límites y los obstáculos para una efectiva fraternidad.

Nos sabemos que estas ideas tienen hoy amplia resonancia en el corazón de la humanidad. Nos pensamos que especialmente la juventud se da cuenta de que son las verdades del porvenir y que tienen su fundamento en el progreso irreversible de la civilización. Son ideales, pero son utópicas. Son difíciles, pero son dignas de estudio y de acción, de ser estudiadas y puestas en práctica. Nos estamos en su favor. Nos estamos con la juventud, que aspira a hacer del mundo una casa para todos, no un sistema de trincheras para una discordia implacable y una continuada lucha.

3. Pero sabemos también que estas hermosas ideas son fácilmente caducas. Alborean en determinadas horas de la historia, pero de repente se oscurecen al aparecer nubes contrarias. El camino del verdadero progreso es fatigoso e incierto. La resistencia humana en la búsqueda de lo mejor conoce por experiencia desalentadoras depresiones. El hombre es inestable. La conquista de la verdades ardua. El bien es difícil. El odio es más fácil que el amor.

Por eso Nos querríamos poner a disposición del mundo en inagotable y siempre actual patrimonio de doctrina divina y humana y de energía moral, propio del catolicismo, para sostener el esfuerzo de los hombres de buena voluntad hacia el bienestar común, hacia la paz universal, hacia la fraternidad de todos los hombres. Nuestro ofrecimiento es sincero. La Iglesia esta meditando en el Concilio Ecuménico.

Lo saca de su corazón lleno de nuevo amor que Cristo ha encendido en el mundo y lo presenta, con humilde y amistosa actitud, a la libre aceptación del mundo moderno, que no puede rechazarlo si desea verdaderamente su salvación.

Nos no ignoramos los obstáculos que continuamente se oponen a la fraternidad humana y advertimos con dolor que hoy se encuentran en una fase dialéctica, que los presenta con una evidencia más clara y a veces les comunica una fuerza mas peligrosa.

4. Ante la encantadora dulzura de la Navidad nos es posible discutir acerca de estos obstáculos, que muestran el aspecto dramático y temeroso de la realidad histórica contemporánea. Sin embargo, tampoco es lícito callar sobre su amenazadora presencia en un mensaje como éste, que ha de ser fundamentalmente sincero.

Séanos permitido indicar algunas formas concretas, entre las muchas existentes y posibles, en las cuales se manifiesta la oposición a la fraternidad entre los hombres. Breves alusiones, tan sólo a modo de ejemplo:

Primero: El nacionalismo, que divide a los pueblos, oponiendo los unos a los otros, alzando entre ellos barreras de contrapuestas ideologías, de psicologías cerradas, de intereses exclusivistas, de ambiciones autárquicas, cuando no de ávidos y prepotentes imperialismos. Este enemigo de la fraternidad humana recobra actualmente nuevo vigor.

Parecía superado, al menos virtualmente, después de la trágica experiencia de la última guerra mundial; y ahora resurge. Rogamos a gobernantes y pueblos que vigilen y regulen este fácil instinto de prestigio y emulación: nuevamente podría ser fatal. Hacemos votos para que todos sostengan y honren la función de los organismos creados para unir las Naciones en leal recíproca colaboración, para impedir las guerras y prevenir los conflictos, para resolver desavenencias mediante pacientes negociaciones y justos convenios para hace progresar la conciencia y la expresión del Derecho internacional, para dar, en una palabra, a la paz estable seguridad y su dinámico equilibrio. 5. Otro obstáculo esta también renaciendo, el racismo que separa y opone a las diferentes razas que componen la gran familia humana, creando orgullos, desconfianzas, exclusivismos, discriminaciones y, a veces, presiones, con daño del recíproco respeto y debida estima que deben hacer de las diversas denominaciones étnicas un pacífico concierto de pueblos hermanos.

Así, no podemos dejar de mirar sin espanto cierto militarismo, orientado no ya a la legítima defensa de los respectivos Países y al mantenimiento de la paz universal, sino dirigido más bien hacia armamentos cada vez más poderosos y mortíferos que absorben colosales energías de hombres y medios materiales, alimentan la psicología de poderío y de guerra e inducen a fundar la paz sobre la base insegura e inhumana del recíproco temor.

También sobre este punto nos atrevemos a desear que los dirigentes de los Pueblos sepan proseguir por el camino del desarme y quieran generosamente planear la aplicación, siquiera parcial y gradual, de los gastos militares para fines humanitarios y no sólo para ventaja de los propios Estados, sino también para beneficio de los Países que están en vía de desarrollo y en condiciones de necesidad: el hambre y la miseria, la enfermedad y la ignorancia imploran todavía socorro, y Nos vacilamos en hacer Nuestro nuevamente, en este día de bondad y de fraternidad, el llanto implorante de las muchedumbres, innumerables aun ahora, de pobres y enfermos, necesitados de un socorro solícito y sustancial. Hombres buenos y generosos, que podéis ayudar al que tiene hambre, al que sufre, al que está postrado en la miseria y en el abandono, escuchad en Nuestra voz la divina y humana voz de Cristo, nuestro hermano, que habla en cada hombre indigente.

6. Y ¿cómo podríamos olvidar, en esta triste enumeración de obstáculos a la fraternidad, el espíritu de clases, todavía tan áspero y tan fuerte en la sociedad contemporánea; y el espíritu de partido y de facción, que opone ideologías, métodos, intereses, organizaciones en toda la misma trama interna de las diversas comunidades? Por un lado, estos complejos y amplísimos fenómenos sociales unen entre sí a los hombres que tienen un interés común; pero, por otro, muchas veces abres abismos insuperables entre las varias categorías humanas y hacen de su oposición sistemática una razón de existencia, dando a nuestra sociedad, tan desarrollada en la perfección técnica y económica, el aspecto triste y amargo de la discordia y del odio.

La sociedad no es feliz porque no es fraternal. Conocemos las enormes dificultades que parecen hacer insolubles los problemas de la libre y amistosa convivencia social. Pero por lo que toca a Nos, no Nos cansaremos de predicar el amor al prójimo como principio básico de una sociedad verdaderamente humana y de esperar que la rectitud del pensamiento y la experiencia de la historia lleven a la revisión de los principios que dan origen a muchas de las divisiones sociales y a buscar en formulaciones más humanas y más verdaderas las normas de la vida colectiva. También para esta reconstrucción de la sociedad moderna, según las ineludibles exigencias de la pacífica convivencia, de la mutua colaboración entre las diversas clases sociales y entre las diversas naciones, y de la felicidad de vivir juntos, nuestro Evangelio, abierto hoy por la página de la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, tiene palabras nuevas y vivas que ofrecer a la fraternidad humana.

7. Oyendo este mensaje Nuestro, alguno acaso se preguntará: Y la religión ¿no es motivo de división entre los hombres? Especialmente la religión católica, tan dogmática, tan exigente, tan categórica ¿no impide una fácil conversación y un acuerdo espontáneo entre los hombres? ¡Oh, sí, la religión, y la católica no menos que cualquier otra, es un elemento de diferenciación entre los hombres, como lo es la lengua, la cultura, el arte y la profesión, pero no es por sí misma elemento de división!

Es cierto que el cristianismo, por la novedad de vida que introduce en el mundo, puede ser motivo de separaciones y de luchas que se derivan del bien que trae la humanidad la luz que brilla entre las tinieblas y, por ello diferencia las zonas del espacio humano. Pero su carácter no es el luchar contra los hombres: si acaso, en favor de los hombres, en la defensa de todo cuanto hay en ellos de sagrado y de ineludible, la aspiración fundamental hacia Dios y el derecho a manifestarla en lo exterior con las debidas formas del culto. Por esta razón, la Iglesia no puede dejar de expresar públicamente su dolor cuando ese incoercible anhelo es obstaculizado, impedido, limitado y hasta castigado con la fuerza del poder público, que en este caso pretende invadir un campo que está fuera de su competencia.

A este propósito, que exige una respuesta mucho más amplia y razonada, Nos podemos, en todo caso, repetir lo que la Iglesia va proclamando hoy: la justa y bien entendida libertad religiosa; la prohibición de sacar argumento de las creencias de los demás, cuando no sean contrarias al bien común, para imponer una fe no libremente aceptada o para proceder a discriminaciones odiosas o a vejaciones indebidas; el respeto a todo lo que hay de verdadero y honesto en toda religión y en toda opinión humana, especialmente con la intención de promover la concordia civil y la colaboración en toda clase de buenas actividades.

La verdad permanece firma, y la caridad irradia su benéfico esplendor.

Tal es, hoy más que nunca, Nuestro programa, convencidos como estamos de que el mundo tiene necesidad de amor, tiene necesidad de superar en sí mismo las ataduras del egoísmo, tiene necesidad de una sincera, progresiva y universal fraternidad.

8. Este es el deseo que hoy formulamos para vosotros, hombres rectos y buenos que Nos escucháis; y lo hacemos con alegría y con esperanza en el nombre de Aquel que es el primogénito entre muchos hermanos (3).

Con este deseo, Nuestro corazón se dilata en un abrazo universal de paterna caridad para todos los hombres, para cuya redención ha bajado a la tierra el Salvador Divino.

De modo particular Nos dirigimos a Nuestros venerables Hermanos e hijos amadísimos, especialmente a aquellos para quienes la fiesta de Navidad no puede revestir también la expresión externa de serenidad y alegría, a causa de las dolorosas limitaciones, a que todavía están sometidos. Nos dirigimos luego a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y, en primer lugar, a los amadísimos misioneros, cuyas ansias y dificultades Nos son bien conocidas.

Nos dirigimos también a todas las familias cristianas, a la juventud generosa y prometedora, a la inocencia de los niños, al ardor de los adolescentes. Incluimos en Nuestro abrazo a los trabajadores y oficinistas, con sus agotadoras y a veces monótonas actividades cotidianas; a los enfermos y a los que sufren, con su carga de penas, conocidas solamente por Dios, que todo lo comprende y todo lo premia, y, de un modo especialísimo, pensamos en los pobres de todo el mundo; sus ansias y sus desconsuelos suscitan un eco de profundo dolor en Nuestro espíritu.

Que el Niño recién nacido les lleve el consuelo de su amor y de la dulzura de una renovada confianza y que El también estimule a todos aquellos que tienen posibilidad y medios -en primer lugar, a los responsables del bien público- para unirme en un esfuerzo constructivo, en una concreta solidaridad, para acudir al remedio con medios nuevos, con medidas urgentes, con oportunos programas, a las necesidades inmensas de los pobres del mundo y a sus esperanzas, que no pueden continuar fallidas.


Diciembre de 1964


Notas

1. Mat. 23, 8.

2. Serm. 69, 1 PL 38, 440: De verbis Domini.

3. Rom. 8, 29.