Hermanos e Hijos que Nos escucháis: (1)
¡Felices Navidades a todos! Bien podemos dirigir esta felicitación puesto que la Navidad es una fiesta religiosa y cristiana, y conocemos bien la relación que tiene con los destinos de la vida amada.
2. Mas ved lo que sucede. En Nuestro deseo de extender a todos nuestra felicitación fraterna y paterna. Nuestra mirada trata de descubrir, desde la altura en que Nos coloca Nuestra Misión, como desde un observatorio universal, el panorama del mundo. Y entonces Nos damos cuenta de que nuestros deseos no puedan ser iguales a los deseos comunes y modestos de la fiesta alegre y popular que es hoy, ordinariamente, la Navidad, sino que deben dirigirse, sobre todo, a las verdaderas y grandes necesidades de los hombres. Nuestro amor no puede ignorar los grandes sufrimientos, las profundas aspiraciones, las dolorosas deficiencias que afectan a amplios sectores de la sociedad o que se refieren a pueblos enteros. En tal propósito de observar, en tosa su realidad, el panorama humano Nuestro animo pasa de la alegría a la preocupación, al preguntarse concretamente cuáles son hoy las grandes necesidades del mundo, a las que deben ajustarse Nuestros votos, para que sean verdaderamente sabios y previsores.
¡Las necesidades del mundo! La pregunta da vértigo, puesto que tan vastas, múltiples e inconmensurables son las necesidades. Pero algunas, entre ellas, son tan claras y apremiantes, que todos nosotros, siquiera de algún modo, las conocemos.
3. La primera es el hambre. Algo se sabía sobre su existencia; pero hoy se ha descubierto. Es un descubrimiento científico, ya que nos advierte que más de la mitad del género humano no tiene pan suficiente. Generaciones enteras de niños mueren y languidecen, aun hoy, por defecto de una indescriptible indigencia. El hambre produce enfermedad y miseria; y éstas, a su vez, aumentan el hambre. No es tan sólo la prosperidad lo que falta a pueblos inmensos; es que carecen aun de lo necesario.
Y se prevé que este triste fenómeno, si no se acude con oportunos remedios, no disminuirá, antes bien aumentará. El crecimiento demográfico de las regiones hambrientas no está todavía compensado por el crecimiento económico de los medios de subsistencia, mientras va acompañado por la difusión de los medios de información y de cultura que dan a tal estado de sufrimiento una conciencia inquieta y rebelde. El hambre puede convertirse en una fuerza subversiva de incalculables consecuencias.
4. Los que estudian este impresionante y amenazador problema se ven a veces tentados a recurrir a remedios, que se han de considerar peores que la enfermedad, si consisten en atentar a la fecundidad misma de la vida, con medios que la ética humana y cristiana ha de calificar de ilícitos. En vez de aumentar el pan de la humanidad hambrienta, como lo puede lograr hoy el desarrollo de la producción, piensan algunos en disminuir, por medios de procedimientos contrarios a la honradez, el número de comensales. Esto no es digno de la civilización. Sabemos que el problema del aumento de los pueblos desprovistos de los medios suficientes de subsistencia es muy grave y complejo; pero no se puede admitir que su solución consista en el uso de medios contrarios a la ley de Dios y al respeto sagrado que se debe al matrimonio y a la vida en sus primeros momentos.
Es éste un nuevo motivo por el que miramos con inmensa compasión a la multitud humana que sufre el hambre, y observamos con temblorosa atención la forma con que se han estudiado y tratado los enormes problemas anejos a tal estado de cosas. Si no nos es dado, como a Cristo, el poder milagroso de multiplicar materialmente el pan para el hambre del mundo, Nos es dado, sin embargo, acoger en Nuestro corazón la súplica que sube de las multitudes todavía extenuadas y oprimidas por la miseria, y sentirla vibrar en nosotros con la misma piedad del divino y humanísimo corazón de Cristo: Misereor super turbam... "Tengo compasión de este pueblo... que no tiene qué comer" (2). ¡El sufrimiento de los pobres es Nuestro! y nos inclinamos a creer que Nuestra compasión será capaz de suscitar por sí misma un nuevo amor que multiplique mediante una economía providente y nueva, a su servicio, los panes necesarios para eliminar el hambre del mundo.
5. Somos por esto abiertamente favorables a todo cuanto ahora se hace para socorrer a la población, privada de los bienes imprescindibles para las necesidades elementales de la vida. Admiramos las grandes obras de socorro internacional, que han surgido en estos años para testimoniar, después de las ruinas de la guerra, una renaciente nobleza del corazón humano, y para ofrecer generosamente a masas enteras de poblaciones desconocidas el don espontáneo y organizado del pan indispensable.
Queremos, pues, alentar y bendecir tan magnífico esfuerzo, múltiple y providencial; y Nos gozamos al ver que los principios cristianos suscitan, penetran y promueven iniciativas tan laudables y benéficas.
Nos place igualmente advertir que algunas de éstas parten del campo católico, gracias a personas dotadas de espíritu cristiano, a dignos Pastores que sostienen esas nobles empresas, a numerosos fieles que les dan su corazón y su dinero, a eficaces dirigentes que las organizan y a denodados ejecutores que les prestan admirable servicio: ¡ Nuestro saludo a todos estos valientes!
Y ved el porqué de Nuestra primera felicitación navideña: ¡Que la caridad reine en el mundo! ¡Que el amor que trajo Cristo, hecho niño sobre nuestra tierra, que El encendió en los hombres, se inflame cada vez más hasta que sea capaz de quitar de nuestro mundo civilizado el deshonor de la miseria que pesa sobre hombres semejantes nuestros, y hermanos nuestros en Cristo!
Este deseo trae consigo otro, parecido al anterior a los propósitos humanitarios, pero distinto en los métodos con que se ha de realizar. Es el saludo a los pueblos que están en vía de desarrollo.
Nuestra misión universal de Pastor de las gentes nos hace mirar con inmensa simpatía y con amoroso interés a las nuevas Naciones que surgen en estos años a la conciencia, a la dignidad y a la función de Estados libres y civilizados. Nuestra atención se fija especialmente en los de Africa y de Asia, y Nos place saludar, en el día del nacimiento de Cristo, su nacimiento a la independencia y al concierto de la vida internacional. Nos quisiéramos invitarles a buscar el origen más alto de su vocación a la libertad y a la madurez humana en el mensaje cristiano, y quisiéramos desearles que siempre sepan descubrir en él la fuente del verdadero humanismo, que siempre sepan encontrar en él las reservas de energías morales con las que un pueblo adquiere el exacto concepto de la vida humana y encuentra la sabiduría y la fuerza para expresar en sus leyes y en sus costumbres ya sea los principios de la civilización, ya las formas peculiares de su índole nativa.
Nos sabemos que estas nuevas Naciones están justamente orgullosas de su libertad soberana, y que ya no pueden admitir el dominio de otro Estado sobre ellos; pero también sabemos que no han alcanzado todavía la capacidad necesaria para gozar de todos los beneficios culturales y económicos de una civilización moderna y completa. Por eso, al hacer el recorrido de las grandes necesidades del mundo, con la caridad propia de la Navidad, descubrimos en estos jóvenes estados la necesidad no ya de una mortificante e interesada beneficencia, sino la de una asistencia científica y técnica y de la solidaridad amistosa en el mundo internacional: que la fraternidad reemplace al paternalismo. Tales son los votos que formulamos para estos nuevos pueblos: que entren como hermanos en la familia de las Naciones civilizadas; que entren aportando la contribución de sus ancestrales civilizaciones y de su reciente formulación cultural y social con espíritu de solidaridad, de concordia y de paz; y que en esta familia internacional encuentren el respeto que les es debido y la ayuda de que todavía tienen necesidad.
No podemos olvidar cómo la Iglesia Católica misma, mediante sus Misiones entre estos Pueblos nuevos, ha trabajado siempre, sin ningún objetivo de propio interés temporal, por despertar en ellos sus mejores capacidades, honrando siempre cada una de sus humanas y dignas expresiones; pregonando siempre su vocación a los verdaderos y supremos destinos del hombre redimido, y procurando siempre, con amor puro y sacrificio, ofrecerles los beneficios de la instrucción, de la asistencia sanitaria, de la formación social; y todo ello, no como una relación entre superior e inferior, o como de extranjero a extranjero, sino como educación para la fraternidad cristiana y para la autonomía civilizada. Queremos, por esto, formular votos para que las Misiones católicas encuentren siempre una benévola acogida en las Nuevas naciones, y que sepan siempre ofrecerles devota y leal colaboración para su mejor progreso espiritual, moral y material.
7. Nuestra mirada, que se ha extendido sobre el panorama de los pueblos, no puede menos de detenerse todavía sobre otro supremo anhelo de la humanidad: la paz.
Este es un recuerdo que nos trae la fiesta misma de Navidad, que, como todos sabemos, se nos presenta como un mensaje de paz, enviando del cielo a la tierra, y dirigido a todos los hombres de buena voluntad.
Así nos lo sugiere la gran Encíclica de Nuestro venerado y llorado predecesor Juan XXIII, que tomó como tema la cuestión fundamental de la paz en este nuestro mundo moderno, cuyas transformaciones y controversias obligan continuamente a meditar sobre su naturaleza, sus formas, sus debilidades, sus necesidades, su desenvolvimiento.
Esta encíclica nos ha enseñado, si podemos hablar así, la nueva problemática de la paz tiene que provenir. La tranquilidad en el orden, de la clásica definición agustiniana, se nos muestra hoy resultar, más bien que de un fixismo estático, del ordenado movimiento de la paz: el equilibrio en el movimiento.
Pero Nos sentimos más obligados todavía a hacer de la paz el objeto de Nuestros votos navideños por el doble hecho de que, en primer lugar, advertimos actualmente como irrefrenable la necesidad de ella en la conciencia de las generaciones jóvenes: ¡Los jóvenes quieren la paz! Y en segundo lugar, por el hecho de que vemos cómo la paz es todavía débil, la paz es todavía frágil, la paz se halla todavía amenazada y, en no pocos puntos de la tierra, por fortuna limitados, está violada.
Nuestra observación tiembla ante otras consideraciones obvias. La paz, actualmente, se funda más en el miedo que en la amistad; es defendida más por el terror de armas mortíferas que por la mutua alianza y confianza entre los pueblos; y si la paz, Dios no quiera, fuese mañana interrumpida, seria posible la ruina de la Humanidad entera.
¿Cómo podemos celebrar una Navidad serena con esa amenaza suspendida sobre los destinos del mundo? Por eso Nuestra felicitación navideña se hace apremiante súplica a todos los hombres de buena voluntad, si, a todos los hombres responsables en el campo de la cultura y de la política, para que se planteen como fundamental este problema de la paz. De la paz verdadera, no de la exaltada por una hipócrita propaganda para adormecer al adversario y esconder la propia preparación bélica; no de la cobarde y retórica, que rehuye las negociaciones indispensables, pacientes, extenuantes, pero únicamente eficaces; no de la fundada exclusivamente en el precario equilibrio de interés económico encontrados o en el sueño de orgullosas hegemonías. De la paz verdadera, decimos, que fundamente su seguridad en la sabia supresión, o en la moderación, por lo menos, de las causas que puedan comprometerla, como son el orgullo nacionalista o ideológico, la carrera de armamentos, la desconfianza en los métodos y organismos instituidos para hacer ordenada y fraterna la convivencia entre los pueblos. ¡Paz, paz en la verdad, en la justicia, en la libertad! Es lo que Nos deseamos.
8. En este momento Nuestros votos navideños reparan en otra necesidad vinculada con la de la paz, y que inmediatamente se identifica con la respuesta a esta elemental pregunta: ¿Por qué los hombres no están en paz entre sí? Porque sus espíritus no están unidos.
La unión de los espíritus es la gran necesidad humana contemporánea. La cultura, que suscita y en gran parte está al servicio de esta necesidad no la satisface en definitiva; la exaspera más bien por el indiscriminado pluralismo de las ideas que va propagando. Les falta a los hombres unidad en los principios, en las ideas, en las concepciones de la vida y del mundo. Y mientras están divididos se ignoran, se odian, se combaten. Se ve por esto la importancia del factor doctrinal en los destinos de la humanidad. Se ve, por ello, nuestra dicha por la venida de Jesucristo al mundo. Ha venido para establecer un vínculo único y universal de los hombres con Dios, el Padre celestial. Este vínculo religioso es el fundamento más sólido y fecundo de la unidad entre los hombres, dentro del respeto, más aún, del despertar de la de la respectiva personalidad de cada uno. La verdadera sociología de la paz humana nace de la unidad religiosa cristiana. Y querríamos que esta unidad, instaurada por Cristo en el pensamiento y en la historia, fuese Nuestro supremo auspicio para la paz, para la concordia, para el amor, para la comprensión para la felicidad de los hombres de buena voluntad.
Nos lo lanzamos al mundo con las campanas de la santa Navidad.
Lo dirigimos especialmente a aquellos que, así lo hemos de creer, se hallan mejor dispuestos que nadie para acogerlo: los cristianos todavía separados de Nos, y los católicos felizmente unidos a Nos: ut unum sint, que todos estén unidos; fue el sublime y último deseo de Cristo antes de su Pasión. Que lo sea para nosotros el día en que celebramos su venida al mundo. (3)
Diciembre de 1963
Notas
1. Deseos del Papa para los que sufren, para todos y cada uno: niños, jóvenes, familias, exiliados, refugiados, cristianos privados de libertad, pueblos y naciones; todos.
2. Mat. 8, 2.
3. Deseo [y proyecto] del Papa: viaje a Palestina - Viaje de "Testimonio" [de Pedro] - "ofrenda" - "esperanza" - [las otras "ovejas"] - pueblos todos: paz - para "todos" - Viaje sobre todo, de oración; humildad y amor - perdón y misericordia - paz y salvación.