«Hoy nos ha nacido un Salvador» (Salmo resp.).
Al hoy del gran misterio de la Encarnación corresponde de modo particular esta hora, en que celebramos la santa misa llamada de medianoche. Según la tradición, el Hijo de Dios vino al mundo en Belén, en medio de la noche.
Leemos en el texto del profeta Isaías:
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9, 1). A este pueblo pertenecían los pastores de Belén, que velaban de noche su rebaño y a los que, en primer lugar, llegó la noticia: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11). Ellos fueron también los primeros que, siguiendo la invitación del ángel, se acercaron al establo donde había nacido Jesús.
«¡Hoy ha nacido Cristo, el Señor, el Salvador!». Esta alegre noticia invita a toda la creación a cantar al Señor «un cántico nuevo»: «Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque» (Sal 95, 11-12).
Por eso en la noche de Navidad resuenan en el mundo entero cantos de alegría, en todas las lenguas de la tierra. Son cantos que tienen un atractivo singular y contribuyen a crear el clima inconfundible de este periodo del año litúrgico. Verdaderamente, como dice el profeta Isaías, «acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9, 2).
«Hoy ha nacido» (cf Lc 2, 11).
Junto al término «ha nacido», natus est, encontramos en los textos litúrgicos otra expresión: «apparuit», «apareció», «se ha manifestado». Cuando nace un niño, aparece en el mundo una nueva persona. Refiriéndose al nacimiento en Belén del Hijo de María, la liturgia habla de «manifestación», como se señala especialmente en la carta de san Pablo apóstol a Tito: «Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación» (Tt 2,11).
«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado», está escrito en el texto de Isaías (Is 9, 5). En este Niño ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres. Esta gracia es ante todo él mismo, el Hijo unigénito del Padre eterno, que en esta hora se hace hombre naciendo de una mujer. Su nacimiento en Belén constituye el primer momento de la gran revelación de Dios en Cristo. Los pastores llegan al establo y encuentran «al Salvador del mundo, que es Cristo el Señor» (cf. Lc 2, 11). Y aunque sus ojos ven a un recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre, en aquel signo reconocen, gracias a la luz interior de la fe, al Hijo del Padre eterno. En él se manifiesta el amor de Dios por el hombre, por toda la humanidad. Aquel que nace en la noche de Belén viene al mundo para «entregarse por nosotros, para rescatarnos de toda impiedad, y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras» (Tt 2, 14).
« Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2. l4).
Este himno , que ha entrado definitivamente en la tradición litúrgica de la Iglesia, resuena por vez primera en la noche de Belén y habla de un acercamiento singular y extraordinario entre Dios y el hombre. En realidad, Dios nunca se ha acercado tanto al hombre como en aquella noche, cuando el Hijo unigénito del Padre se hizo hombre. Y, aunque su nacimiento tuvo lugar en condiciones modestas y pobres -Jesús nació en la pobreza de un establo, como los que no tienen casa-, estuvo rodeado de gloria divina. En efecto, gloria no significa sólo esplendor externo; significa ante todo santidad.
La hora del nacimiento del Hijo de Dios en el establo de Belén es la hora en que la santidad de Dios irrumpe en la historia del mundo. «Noche santa», como anuncia un conocido villancico. Noche que señala, al mismo tiempo, el Inicio de la santificación del hombre por obra del único que es «el Santo de Dios». El himno angélico que acompaña la Navidad del Señor anuncia precisamente esto.
Al mismo tiempo, proclama la paz en la tierra. Pensamos ante todo en la paz en sentido histórico. Así, en la noche de la Navidad del Señor, se renueva en nosotros la esperanza de paz para todos los hombres y para todos los pueblos afectados por la guerra: los Balcanes, Africa y cualquier otro lugar donde falta la paz.
Sin embargo, en la liturgia navideña la palabra paz tiene también otro significado más profundo. Se refiere a la nueva alianza de Dios con los hombres, a su renovación y cumplimiento definitivo. Si la alianza de Dios con los hombres es una realidad que abarca toda la historia de la salvación, no es posible hallar una expresión más plena que esta: Dios ha acogido en sí mismo a la humanidad asumiéndola en la Persona única del Hijo. De este modo Cristo ha unido en sí lo divino y lo humano, como fundamento perenne y estable de la paz y de la eterna alianza. Por esto la Iglesia entera entona en esta noche un cántico nuevo:
«¡Gloria a ti, Dios hecho hombre, y paz a los hombres salvados por tu amor!
S.S. Juan Pablo II
24 de diciembre de 1995