La Navidad de los dos mil años de Cristo
1. "Llave de David, que abres las puertas del reino eterno, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas".
La liturgia pone hoy en nuestros labios esta invocación, invitándonos a dirigir nuestra mirada a Cristo que nace para redimir a la humanidad. Ya nos encontramos a las puertas de la Navidad y se hace más intensa la imploración del pueblo que espera: "¡Ven, Señor Jesús!", ¡ven a liberar a "los cautivos que viven en las tinieblas"!
Nos disponemos a conmemorar el acontecimiento que ocupa el centro de la historia de la salvación: el nacimiento del Hijo de Dios, que vino a habitar entre nosotros para redimir a toda criatura humana con su muerte en cruz. En el misterio de la Navidad ya se halla presente el misterio pascual; en la noche de Belén vislumbramos ya la vigilia de Pascua. La luz que ilumina la cueva nos remite al resplandor de Cristo resucitado, que vence las tinieblas del sepulcro.
Este año, además, es una Navidad especial, la Navidad de los dos mil años de Cristo: un "cumpleaños" importante, que hemos celebrado con el Año jubilar, meditando en el acontecimiento extraordinario del Verbo eterno hecho hombre por nuestra salvación. Nos disponemos a revivir con fe renovada las inminentes festividades navideñas, para acoger en plenitud su mensaje espiritual.
2. En Navidad nuestro pensamiento vuelve naturalmente a Belén: "Pero tú -dice el profeta Miqueas-, Belén de Efratá, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel" (Mi 5, 1). Las palabras del evangelista san Mateo son un eco de las de Miqueas. A los Magos, que quieren saber del rey Herodes "dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer" (Mt 2, 2), los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo les informan de lo que había escrito el antiguo profeta sobre Belén: "de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo, Israel" (Mt 2, 6).
La Iglesia de Oriente ora así en el oficio del órthros en la solemnidad de la Navidad: "Belén, prepárate; canta, ciudad de Sion; exulta, desierto que has atraído la alegría: la estrella avanza para señalar a Cristo que en Belén está a punto de nacer; una cueva acoge a Aquel a quien nada puede contener, y está preparado un pesebre para recibir a la vida eterna" (Stichirá idiómela, Anthologion).
3. Hacia Belén, en estos días, se vuelven los ojos de todos los creyentes. La representación del belén, que la tradición popular ha difundido por todos los rincones de la tierra, nos ayuda a reflexionar mejor en el mensaje que sigue irradiándose desde Belén para la humanidad entera. En una cueva miserable contemplamos a un Dios que por amor se hace niño. A quienes lo acogen les da la alegría, y a los pueblos la reconciliación y la paz. El gran jubileo, que estamos celebrando, nos invita a abrir el corazón a Aquel que nos abre "las puertas del reino eterno".
Prepararnos para recibirlo implica ante todo una actitud de oración intensa y confiada. Hacerle espacio en nuestro corazón exige un compromiso serio de convertirnos a su amor.
Es él quien libra de las tinieblas del mal, y nos pide que demos nuestra contribución concreta para que se realice su designio de salvación. El profeta Isaías lo describe con imágenes sugestivas: "Se hará la estepa un vergel, y el vergel será considerado como selva. Reposará en la estepa la equidad, y la justicia morará en el vergel; el producto de la justicia será la paz; el fruto de la equidad, una seguridad perpetua" (Is 32, 15-17).
Este es el don que debemos implorar con confianza en nuestra oración; este es el proyecto que estamos llamados a hacer nuestro con constante solicitud. En el mensaje que envié a los creyentes y a los hombres de buena voluntad para la próxima Jornada mundial de la paz, afirmé que "en el camino hacia un mejor acuerdo entre los pueblos son aún numerosos los desafíos que debe afrontar el mundo" (n. 18: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2000, p. 11) y por eso recordé que "todos tienen que sentir el deber moral de adoptar medidas concretas y apropiadas para promover la causa de la paz y la comprensión entre los hombres" (ib.).
Quiera Dios que la Navidad reavive en cada uno la voluntad de hacerse activo y valiente constructor de la civilización del amor. Sólo gracias a la aportación de todos la profecía de Miqueas y el anuncio que resonó en la noche de Belén producirán sus frutos y será posible vivir en plenitud la Navidad cristiana.
Catequesis del Papa Juan Pablo II
Audiencia General, Miércoles 20 de diciembre de 2000