Instrucción General del Misal Romano

Capítulo IV

DIVERSAS FORMAS DE CELEBRAR LA MISA

112. En la Iglesia Local atribúyase ciertamente el primer lugar, por su significado, a la Misa que preside el Obispo, rodeado por su presbiterio, sus diáconos y sus ministros laicos,[91] y en la que el pueblo santo de Dios participa plena y activamente, pues allí se tiene la principal manifestación de la Iglesia.

En la Misa que celebra el Obispo, o en la que está presente sin que celebre la Eucaristía, obsérvense las normas que se encuentran en el Ceremonial de los Obispos.[92]

113. Dése también mucha importancia la Misa que se celebra con una determinada comunidad, sobre todo con la parroquial, ya que representa a la Iglesia universal en un tiempo y en un lugar determinados, y en especial a la celebración comunitaria del domingo.[93]

114. Pero entre las Misas celebradas por algunas comunidades, ocupa un lugar especial la Misa conventual, que es parte del Oficio cotidiano, o la Misa que se llama “de comunidad”. Y aunque estas Misas no conlleven ninguna forma peculiar de celebración, sin embargo, es muy conveniente que se hagan con canto, y sobre todo con la plena participación de todos los miembros de la comunidad, sean religiosos o sean canónigos. Por lo cual, en ellas ejerza cada uno su ministerio, según el Orden o el ministerio recibido. Conviene, pues, que todos los sacerdotes que no están obligados a celebrar en forma individual por utilidad pastoral de los fieles, a ser posible, concelebren en ellas. Además, todos los sacerdotes pertenecientes a una comunidad, que tengan el deber de celebrar en forma individual para el bien pastoral de los fieles, pueden también concelebrar el mismo día en la Misa conventual o “de comunidad”.[94] Es preferible, pues, que los presbíteros que están presentes en la celebración eucarística, a no ser que estén excusados por una justa causa, ejerzan como de costumbre el ministerio propio de su Orden y, por esto, participen como concelebrantes, revestidos con las vestiduras sagradas. De lo contrario llevan el hábito coral propio o la sobrepelliz sobre la sotana.

I. MISA CON EL PUEBLO

115. Se entiende por “Misa con el pueblo” aquella que se celebra con participación de los fieles. Conviene, pues, en cuanto sea posible, que la celebración se realice con canto y con el número adecuado de ministros, especialmente los domingos y las fiestas de precepto;[95] no obstante, también puede celebrarse sin canto y con un solo ministro.

116. En cualquier celebración de la Misa, si está presente un diácono, éste debe ejercer su ministerio. Es conveniente, de todas formas, que al sacerdote celebrante ordinariamente lo asistan un acólito, un lector y un cantor. Pero, el rito que se describirá más abajo prevé también la posibilidad de un mayor número de ministros.

Lo que debe prepararse

117. Cúbrase el altar al menos con un mantel de color blanco. Sobre el altar, o cerca de él, colóquese en todas las celebraciones por lo menos dos candeleros, o también cuatro o seis, especialmente si se trata de una Misa dominical o festiva de precepto y, si celebra el Obispo diocesano, siete, con sus velas encendidas. Igualmente sobre el altar, o cerca del mismo, debe haber una cruz adornada con la efigie de Cristo crucificado. Los candeleros y la cruz adornada con la efigie de Cristo crucificado pueden llevarse en la procesión de entrada. Sobre el mismo altar puede ponerse el Evangeliario, libro diverso al de las otras lecturas, a no ser se lleve en la procesión de entrada.

118. Prepárense también:

a) Junto a la sede del sacerdote: el misal y, según las circunstancias, el folleto de cantos.

b) En el ambón: el leccionario.

c) En la credencia: el cáliz, el corporal, el purificador, y según las circunstancias, la palia; la patena y los copones, si son necesarios; a no ser que sean presentados por los fieles en la procesión del ofertorio: el pan para la Comunión del sacerdote que preside, del diácono, de los ministros y del pueblo y las vinajeras con el vino y el agua; una caldereta con agua para ser bendecida, si se hace aspersión; la patena para la Comunión de los fieles; y todo lo necesario para la ablución de las manos.

Es loable que se cubra el cáliz con un velo, que puede ser del color del día o de color blanco.

119. En la sacristía, para las diversas formas de celebración, prepárense las vestiduras sagradas (cfr. núms. 337 - 341) del sacerdote, del diácono y de los otros ministros:

a) Para el sacerdote: el alba, la estola y la casulla o planeta.

b) Para el diácono: el alba, la estola y la dalmática, la cual, sin embargo, puede omitirse por necesidad o por menor grado de solemnidad.

c) Para los otros ministros: albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.[96]

Todos los que se revisten con alba, usarán cíngulo y amito, a no ser que por la forma del alba no se requieran.

Cuando se tiene procesión de entrada prepárese también el Evangeliario; los domingos y festivos, si se emplea incienso, el incensario y la naveta con el incienso; la cruz que se llevará en la procesión y los candeleros con cirios encendidos.

A) Misa sin diácono

Ritos iniciales

120. Reunido el pueblo, el sacerdote y los ministros, revestidos con sus vestiduras sagradas, proceden hacia el altar en este orden:

a) El turiferario con el incensario humeante, cuando se emplea incienso.

b) Los ministros que llevan los cirios encendidos y, en medio de ellos, el acólito u otro ministro con la cruz.

c) Los acólitos y los demás ministros.

d) El lector, que puede llevar el Evangeliario, mas no el leccionario, un poco elevado.

e) El sacerdote que va a celebrar la Misa.

Si se emplea incienso, el sacerdote antes de iniciar la procesión, pone incienso en el incensario y lo bendice con el signo de la cruz, sin decir nada.

121. Mientras se hace la procesión hacia el altar se ejecuta el canto de entrada (cfr. núms. 47-48).

122. Al llegar al altar, el sacerdote y los ministros hacen inclinación profunda.

La cruz adornada con la imagen de Cristo crucificado y tal vez llevada en la procesión, puede erigirse cerca del altar para que se convierta en cruz del altar, la cual debe ser una sola; de lo contrario, déjese en un lugar digno. Los candeleros se colocan sobre el altar o cerca de él; es laudable poner el Evangeliario sobre el altar.

123. El sacerdote se acerca al altar y lo venera con un beso. En seguida, según corresponda, inciensa la cruz y el altar rodeándolo.

124. Terminado esto, el sacerdote se dirige a la sede. Terminado el canto de entrada, estando todos de pie, el sacerdote y los fieles se signan con la señal de la cruz. El sacerdote dice: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El pueblo responde: Amén.

En seguida, vuelto hacia el pueblo y extendiendo las manos, el sacerdote lo saluda usando una de las fórmulas propuestas. El mismo sacerdote, u otro ministro, puede también, con brevísimas palabras, introducir a los fieles en el sentido de la Misa del día.

125. Sigue el acto penitencial. Después se canta ose dice el Señor, ten piedad, según lo establecido por las rúbricas (cfr. n. 52).

126. En las celebraciones que lo requieren, se canta o se dice el Gloria (cfr. n. 53).

127. En seguida el sacerdote, con las manos juntas, invita al pueblo a orar, diciendo: Oremos. Y todos, juntamente con el sacerdote, oran en silencio durante un tiempo breve. Luego el sacerdote, con las manos extendidas, dice la colecta. Concluida ésta, el pueblo aclama: Amén.

Liturgia de la palabra

128. Concluida la colecta, todos se sientan. El sacerdote puede presentar a los fieles, con una brevísima intervención, la Liturgia de la Palabra. El lector se dirige al ambón y, del leccionario colocado allí antes de la Misa, proclama la primera lectura, que todos escuchan. Al final el lector dice: Palabra de Dios, y todos responden: Te alabamos, Señor.

Entonces, según las circunstancias, se pueden guardar unos momentos de silencio, para que todos mediten brevemente lo que escucharon.

129. Después, el salmista, o el mismo lector, recita o canta los versos del salmo y el pueblo, como de costumbre, va respondiendo.

130. Si está prescrita una segunda lectura antes del Evangelio, el lector la proclama desde el ambón, mientras todos escuchan, y al final responden a la aclamación, como se dijo antes (n. 128). En seguida, según las circunstancias, se pueden guardar unos momentos de silencio.

131. En seguida, todos se levantan y se canta Aleluya u otro canto, según corresponda al tiempo litúrgico (cfr. núms. 62-64).

132. Mientras se canta el Aleluya u otro canto, si se emplea el incienso, el sacerdote lo pone y lo bendice. Después, con las manos juntas, y profundamente inclinado ante el altar, dice en secreto: Purifica mi corazón.

133. Entonces si el Evangeliario está en el altar, lo toma y, precedido por los ministros laicos que pueden llevar el incensario y los cirios, se dirige al ambón, llevando el Evangeliario un poco elevado. Los presentes se vuelven hacia el ambón para manifestar especial reverencia hacia el Evangelio de Cristo.

134. Ya en el ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice: El Señor esté con ustedes; y el pueblo responde: Y con tu espíritu; y en seguida: Lectura del Santo Evangelio, signando con el pulgar el libro y a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho, lo cual hacen también todos los demás. El pueblo aclama diciendo: Gloria a Ti, Señor. Si se usa incienso, el sacerdote inciensa el libro (cfr. núms. 276-277). En seguida proclama el Evangelio y al final dice la aclamación Palabra del Señor, y todos responden: Gloria a Ti, Señor Jesús. El sacerdote besa el libro, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio.

135. Si no hay un lector, el mismo sacerdote proclama todas las lecturas y el salmo, de pie desde el ambón. Allí mismo, si se emplea, pone y bendice el incienso, y profundamente inclinado, dice Purifica mi corazón.

136. El sacerdote, de pie en la sede o en el ambón mismo, o según las circunstancias, en otro lugar idóneo pronuncia la homilía; terminada ésta se puede guardar unos momentos de silencio.

137. El Símbolo se canta o se dice por el sacerdote juntamente con el pueblo (cfr. n 68) estando todos de pie. A las palabras: y por la obra del Espíritu Santo, etc.,o que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, todos se inclinan profundamente; y en la solemnidades de la Anunciación y de Navidad del Señor, se arrodillan.

138. Dicho el Símbolo, en la sede, el sacerdote de pie y con las manos juntas, invita a los fieles a la oración universal con una breve monición. Después el cantor o el lector u otro, desde el ambón o desde otro sitio conveniente, vuelto hacia el pueblo, propone las intenciones; el pueblo, por su parte, responde suplicante. Finalmente, el sacerdote con las manos extendidas, concluye la súplica con la oración.

Liturgia Eucarística

139. Terminada la oración universal, todos se sientan y comienza el canto del ofertorio (cfr. n.74).

El acólito u otro ministro laico coloca sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz, la palia y el misal.

140. Es conveniente que la participación de los fieles se manifieste por la presentación del pan y el vino para la celebración de la Eucaristía, o de otros dones con los que se ayude a las necesidades de la iglesia o de los pobres.

El sacerdote ayudado por el acólito o por otro ministro recibe las ofrendas de los fieles. Al celebrante llevan el pan y el vino para la Eucaristía; y él los pone sobre el altar; pero los demás dones se colocan en otro lugar adecuado (cfr. n. 73).

141. El sacerdote, en el altar, recibe o toma la patena con el pan, y con ambas manos la tiene un poco elevada sobre el altar, diciendo en secreto: Bendito seas, Señor, Dios. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.

142. En seguida, el sacerdote de pie a un lado del altar, ayudado por el ministro que le presenta las vinajeras, vierte en el cáliz vino y un poco de agua, diciendo en secreto: Por el misterio de esta agua. Vuelto al medio del altar, toma el cáliz con ambas manos, lo tiene un poco elevado, diciendo en secreto: Bendito seas, Señor, Dios; y después coloca el cáliz sobre el corporal y, según las circunstancias, lo cubre con la palia.

Pero cuando no hay canto al ofertorio ni se toca el órgano, en la presentación del pan y del vino, está permitido al sacerdote decir en voz alta las fórmulas de bendición a las que el pueblo aclama: Bendito seas por siempre, Señor.

143. Habiendo dejado el cáliz sobre el altar, el sacerdote profundamente inclinado, dice en secreto: Humilde y sinceramente arrepentidos.

144. En seguida, si se usa incienso, el sacerdote lo echa en el incensario, lo bendice sin decir nada, e inciensa las ofrendas, la cruz y el altar. El ministro de pie, a un lado del altar, inciensa al sacerdote y después al pueblo.

145. Después de la oración Humilde y sinceramente arrepentidos, o después de la incensación, el sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto: Lava del todo mi delito, Señor, mientras el ministro vierte el agua.

146. Después, vuelto al centro del altar, el sacerdote, de pie, de cara al pueblo, extendiendo y juntando las manos, invita al pueblo a orar, diciendo: Oren, hermanos, etc. El pueblo se levanta y responde: El Señor reciba. En seguida, el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración sobre las ofrendas. Al final el pueblo aclama: Amén.

147. Entonces el sacerdote inicia la Plegaria Eucarística. Según las rúbricas (cfr. n. 365), elige una de las que se encuentran en el Misal Romano, o que están aprobadas por la Sede Apostólica. La Plegaria Eucarística por su naturaleza exige que sólo el sacerdote, en virtud de su ordenación, la profiera. Sin embargo, el pueblo se asocia al sacerdote en la fe y por medio del silencio, con las intervenciones determinadas en el curso de la Plegaria Eucarística, que son las respuestas en el diálogo del Prefacio, el Santo, la aclamación después de la consagración y la aclamación Amén después de la doxología final, y también con otras aclamaciones aprobadas, tanto por la Conferencia de Obispos, como por la Sede Apostólica.

Es muy conveniente que el sacerdote cante las partes de la Plegaria Eucarística, enriquecidas con notación musical.

148. Al iniciar la Plegaria Eucarística, el sacerdote extiende las manos y canta o dice: El Señor esté con ustedes; el pueblo responde: Y con tu espíritu. Cuando prosigue: Levantemos el corazón, eleva las manos. El pueblo responde: Lo tenemos levantado hacia el Señor. En seguida el sacerdote, con las manos extendidas, agrega: Demos gracias al Señor, nuestro Dios, y el pueblo responde: Es justo y necesario. A continuación el sacerdote, con las manos extendidas, continúa con el Prefacio; y una vez terminado éste, con las manos juntas, en unión con todos los presentes, canta o dice en voz alta: Santo (cfr. n. 79b).

149. El sacerdote prosigue la Plegaria Eucarística según las rúbricas que se encuentran en cada una de ellas.

Si el sacerdote celebrante es un Obispo, en las Plegarias, después de las palabras: con tu servidor el Papa N., agrega conmigo, indigno siervo tuyo, o después de las palabras: de nuestro Papa N., agrega: de mí, indigno siervo tuyo. Pero si el Obispo celebra fuera de su diócesis, después de las palabras: con nuestro Papa N., agrega: conmigo, indigno siervo tuyo, con mi hermano N., Obispo de esta Iglesia de N.

El Obispo diocesano, o el que en el derecho se le equipare, se debe nombrar con esta fórmula: juntamente con tu servidor el Papa N. y con nuestro Obispo (o: Vicario, Prelado, Prefecto, Abad) N.

En la Plegaria Eucarística pueden nombrarse los Obispos Coadjutores y Auxiliares, pero no los otros Obispos, casualmente presentes. Cuando hay que nombrar a varios, se emplea la fórmula general: y nuestro Obispo N. y sus Obispos auxiliares.

En cada Plegaria Eucarística hay que adaptar las fórmulas ante dichas a las reglas gramaticales.

150. Un poco antes de la consagración, el ministro, si se cree conveniente, advierte a los fieles con un toque de campanilla. Puede también, según las costumbres de cada lugar, tocar la campanilla en cada elevación.

Si se usa incienso, el ministro inciensa la Hostia y el cáliz, cuando son presentados al pueblo después de la consagración.

151. Después de la consagración, habiendo dicho el sacerdote: Este es el Sacramento de nuestra fe, el pueblo dice la aclamación, empleando una de las fórmulas determinadas.

Al final de la Plegaria Eucarística, el sacerdote, toma la patena con la Hostia y el cáliz, los eleva simultáneamente y pronuncia la doxología él solo: Por Cristo, con Él y en Él. Al fin el pueblo aclama: Amén. En seguida, el sacerdote coloca la patena y el cáliz sobre el corporal.

152. Terminada Plegaria Eucarística, el sacerdote con las manos juntas, dice la monición antes de la Oración del Señor; luego, con las manos extendidas, dice la Oración del Señor juntamente con el pueblo.

153. Concluida la Oración del Señor, el sacerdote solo, con las manos extendidas, dice el embolismo Líbranos de todos los males, terminado el cual, el pueblo aclama: Tuyo es el reino.

154. A continuación el sacerdote solo, con las manos extendidas, dice en voz alta la oración: Señor Jesucristo, que dijiste; y terminada ésta, extendiendo y juntando las manos, vuelto hacia el pueblo, anuncia la paz, diciendo: La paz del Señor esté siempre con ustedes. El pueblo responde: Y con tu espíritu. Luego, según las circunstancias, el sacerdote añade: Dense fraternalmente la paz.

El sacerdote puede dar la paz a los ministros, pero permaneciendo siempre dentro del presbiterio para que la celebración no se perturbe. Haga del mismo modo si por alguna causa razonable desea dar la paz a unos pocos fieles. Todos, empero, según lo determinado por la Conferencia de Obispos, se expresan unos a otros la paz, la comunión y la caridad. Mientras se da la paz, se puede decir: La paz del Señor esté siempre contigo, a lo cual se responde: Amén.

155. En seguida el sacerdote toma la Hostia, la parte sobre la patena, y deja caer una partícula en el cáliz, diciendo en secreto: El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo unidos en este cáliz. Mientras tanto, se canta o se dice por el coro el Cordero de Dios (cfr. n.83).

156. Entonces, el sacerdote dice en secreto y con las manos juntas la oración para la Comunión Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, o Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre.

157. Concluida la oración, el sacerdote hace genuflexión, toma la Hostia consagrada en la misma Misa y, teniéndola un poco elevada sobre la patena o sobre el cáliz, vuelto hacia el pueblo, dice: Éste es el Cordero de Dios, y juntamente con el pueblo, agrega: Señor, no soy digno.

158. Después, de pie vuelto hacia el altar, el sacerdote dice en secreto: El cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna, y come reverentemente el Cuerpo de Cristo. Después, toma el cáliz, dice en secreto: La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna, y bebe reverentemente la Sangre de Cristo.

159. Mientras el sacerdote sume el Sacramento, se comienza el canto de Comunión (cfr. n. 86).

160. Después el sacerdote toma la patena o el copón y se acerca a quienes van a comulgar, los cuales de ordinario, se acercan procesionalmente.

No está permitido a los fieles tomar por sí mismos el pan consagrado ni el cáliz sagrado, ni mucho menos pasarlo de mano en mano entre ellos. Los fieles comulgan estando de rodillas o de pie, según lo haya determinado la Conferencia de Obispos. Cuando comulgan estando de pie, se recomienda que antes de recibir el Sacramento, hagan la debida reverencia, la cual debe ser determinada por las mismas normas.

161. Si la Comunión se recibe sólo bajo la especie de pan, el sacerdote, teniendo la Hostia un poco elevada, la muestra a cada uno, diciendo: El Cuerpo de Cristo. El que comulga responde: Amén, y recibe el Sacramento, en la boca, o donde haya sido concedido, en la mano, según su deseo. Quien comulga, inmediatamente recibe la sagrada Hostia, la consume íntegramente.

Pero si la Comunión se hace bajo las dos especies, obsérvese el rito descrito en su lugar (cfr. núms.284 -287).

162. En la distribución de la Comunión, pueden ayudar al sacerdote otros presbíteros que casualmente estén presentes. Si éstos no están dispuestos y el número de comulgantes es muy grande, el sacerdote puede llamar en su ayuda a ministros extraordinarios, es decir, acólitos ritualmente instituidos o también otros fieles que hayan sido ritualmente delegados para esto. [97] En caso de necesidad, el sacerdote puede designar fieles idóneos “ad actum” (sólo para esta ocasión).[98]

Estos ministros no se acerquen al altar antes de que el sacerdote haya comulgado, y siempre reciban de la mano del sacerdote celebrante el vaso que contiene las especies de la Santísima Eucaristía que van a ser distribuidas a los fieles.

163. Terminada la distribución de la Comunión, antes de cualquier otro detalle, el sacerdote bebe íntegramente él mismo, en el altar, el vino consagrado que quizás haya quedado; pero las hostias consagradas que quedaron, o las consume en el altar o las lleva al lugar destinado para conservar la Eucaristía.

El sacerdote regresa al altar y recoge las partículas, si las hay; luego de pie, en el altar o en la credencia, purifica la patena o el copón sobre el cáliz; después purifica el cáliz diciendo en secreto: Haz, Señor, que recibamos, y seca el cáliz con el purificador. Si los vasos son purificados en el altar, un ministro los lleva a la credencia. Sin embargo, se permite dejar los vasos que deben purificarse, sobre todo si son muchos, en el altar o en la credencia sobre el corporal, convenientemente cubiertos y purificarlos en seguida después de la Misa, una vez despedido al pueblo.

164. Después el sacerdote puede regresar a la sede. Se puede, además, observar un intervalo de sagrado silencio o cantar un salmo, o un cántico de alabanza, o un himno (cfr. n. 88).

165. Luego, de pie en la sede o desde el altar, el sacerdote, de cara al pueblo, con las manos juntas, dice: Oremos; y con las manos extendidas dice la oración después de la Comunión, a la que puede preceder un breve intervalo de silencio, a no ser que ya lo haya precedido inmediatamente después de la Comunión. Al final de la oración, el pueblo aclama: Amen.

Rito de conclusión

166. Terminada la oración después de la Comunión, si los hay, háganse breves avisos al pueblo.

167. Después, el sacerdote, extiende las manos y saluda al pueblo, diciendo: El Señor esté con ustedes, a lo que el pueblo responde: Y con tu espíritu. Y el sacerdote, une de nuevo las manos, e inmediatamente pone la mano izquierda sobre el pecho y elevando la mano derecha, agrega: La bendición de Dios todopoderoso y, mientras traza el signo de la cruz sobre el pueblo, prosigue: Padre, Hijo, y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes. Todos responden: Amén.

En algunos días y ocasiones, según las rúbricas, esta bendición se enriqueces y se expresa con la oración sobre el pueblo o con otra fórmula más solemne.

El Obispo bendice al pueblo con la fórmula correspondiente, haciendo sobre el pueblo tres veces el signo de la cruz.[99]

168. En seguida, después de la bendición, con las manos juntas, el sacerdote agrega: Pueden ir en paz, y todos responden: Demos gracias a Dios.

169. Entonces el sacerdote venera como de costumbre el altar con un beso y, hecha al altar inclinación profunda con los ministros laicos, se retira con ellos.

170. Pero si a la Misa sigue alguna otra acción litúrgica, se omite el rito de conclusión, es decir, el saludo, la bendición y la despedida.

B) Misa con diácono

171. Cuando en la celebración eucarística está presente un diácono, desempeña su ministerio vestido con las vestiduras sagradas. El Diácono, en general:

a) Asiste al sacerdote y está a su lado.

b) En el altar sirve, en lo referente al cáliz y al libro.

c) Proclama el Evangelio y puede, por mandato del sacerdote que celebra, hacer la homilía (cfr. n. 66).

d) Dirige al pueblo fiel mediante oportunas moniciones y enuncia las intenciones de la oración universal.

e) Ayuda al sacerdote celebrante en la distribución de la Comunión, y purifica y arregla los vasos sagrados.

f) Desempeña los oficios de otros ministros, él mismo, si no está presente alguno de ellos, según sea necesario.

Ritos iniciales

172. Cuando el diácono lleva el Evangeliario, lo tiene un poco elevado y precede al sacerdote mientras se acercan al altar, de lo contrario, irá a su lado.

173. Cuando llega al altar, si lleva el Evangeliario, omitida la reverencia, se acerca al altar. Luego, una vez depositado el Evangeliario sobre el altar, lo cual es recomendable, juntamente con el sacerdote venera el altar con un beso.

Pero si no lleva el Evangeliario, hace inclinación profunda al altar del modo acostumbrado, juntamente con el sacerdote, y con él venera el altar con un beso.

Por último, si se usa incienso, asiste al sacerdote en la imposición del incienso y en la incensación de la Cruz y del altar.

174. Incensado el altar, se dirige juntamente con el sacerdote a la sede y allí permanece a su lado y le ayuda, según sea necesario.

Liturgia de la palabra

175. Mientras se dice el Aleluya u otro canto, si se usa incienso, asiste al sacerdote en la imposición del incienso; luego, profundamente inclinado ante el sacerdote, le pide la bendición, diciendo en voz baja: Padre, dame tu bendición. El sacerdote lo bendice, diciendo: El Señor esté en tu corazón. El diácono se signa con el signo de la cruz y responde: Amén. Luego, hecha la inclinación al altar, toma el Evangeliario que había sido colocado sobre el altar, y se dirige al ambón, llevando el libro un poco elevado, precedido por el turiferario con el incensario humeante y por los ministros con cirios encendidos. Allí saluda al pueblo, diciendo con las manos juntas: El Señor esté con ustedes, después a las palabras Lectura del santo Evangelio, signa con el pulgar el libro y después a sí mismo en la frente, en la boca y en el pecho, inciensa el libro y proclama el Evangelio. Terminado éste, aclama: Palabra del Señor, y todos responden: Gloria a ti, Señor Jesús. En seguida venera el libro con un beso, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio, y vuelve al lado del sacerdote.

Cuando el diácono asiste al Obispo, le lleva el libro para que lo bese, o él mismo lo besa, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio. En las celebraciones más solemnes el Obispo, según las circunstancias, imparte la bendición al pueblo con el Evangeliario.

Por último, el Evangeliario puede llevarse a la credencia o a otro lugar conveniente y digno.

176. Si no está presente otro lector idóneo, el diácono proclamará también las otras lecturas.

177. Las intenciones de la oración de los fieles, después de la introducción del sacerdote, de ordinario las dice el diácono desde el ambón.

Liturgia Eucarística

178. Terminada la Oración Universal, el sacerdote permanece en la sede y el diácono, con la ayuda del acólito, prepara el altar; pero es a él a quien le concierne el cuidado de los vasos sagrados. Asiste también al sacerdote en la recepción de los dones del pueblo. Luego entrega al sacerdote la patena con el pan que será consagrado; vierte vino y un poco de agua en el cáliz, diciendo en secreto: El agua unida al vino; y luego presenta el cáliz al sacerdote. Esta preparación del cáliz puede también hacerse en la credencia. Si se usa incienso, asiste al sacerdote en la incensación de las ofrendas, de la cruz y del altar, y después, él mismo o el acólito, inciensa al sacerdote y al pueblo.

179. Durante la Plegaria Eucarística, el diácono está junto al sacerdote, pero un poco detrás de él, para cuando sea necesario servir en lo que se refiera al cáliz o al misal.

Desde la epíclesis hasta la elevación del cáliz el diácono, de ordinario, permanece de rodillas. Si están presentes varios diáconos, uno de ello puede imponer incienso en el incensario para la consagración e incensar durante la elevación de la Hostia y del cáliz

180. Para la doxología final de la Plegaria Eucarística, de pie al lado del sacerdote, tiene el cáliz elevado, mientras el sacerdote eleva la patena con la Hostia, hasta cuando el pueblo haya aclamado: Amén.

181. Después de que el sacerdote haya dicho la oración de la paz y: La paz del Señor sea siempre con ustedes, y que el pueblo haya respondido: Y con tu espíritu, el diácono, según las circunstancias, hace la invitación a la paz, diciendo, con las manos juntas y vuelto hacia el pueblo: Dense fraternalmente la paz. Él la recibe del sacerdote y puede darla a los ministros más cercanos.

182. Habiendo comulgado el sacerdote, el diácono recibe del mismo sacerdote la Comunión bajo las dos especies y después ayuda al sacerdote a distribuir la Comunión al pueblo. Pero si la Comunión se hace bajo las dos especies, él ofrece el cáliz a quienes van a comulgar, y terminada la distribución, en seguida consume reverentemente en el altar toda la Sangre de Cristo que haya quedado, ayudado, si fuere el caso, por los otros diáconos y presbíteros.

183. Terminada la distribución de la Comunión, el diácono vuelve al altar con el sacerdote, recoge las partículas, si las hay, lleva el cáliz y los otros vasos sagrados a la credencia y allí los purifica y los arregla como de costumbre, mientras el sacerdote vuelve a la sede. Está permitido, sin embargo, dejar en la credencia, sobre el corporal, debidamente cubiertos los vasos que deben ser purificados y purifícalos inmediatamente después de la Misa, una vez despedido el pueblo.

Rito de conclusión

184. Dicha la oración después de la Comunión, el diácono da al pueblo los breves anuncios, que quizás haya que hacer, a no ser que sacerdote mismo prefiera hacerlos.

185. Si se emplea la oración sobre el pueblo o la fórmula de bendición solemne, el diácono dice: Inclínense para recibir la bendición. Una vez que el sacerdote haya impartido la bendición, el diácono despide al pueblo, vuelto hacia él, diciendo con las manos juntas: Pueden irse en paz.

186. Luego, juntamente con el sacerdote, venera el altar con un beso, y hecha la inclinación profunda, se retira del modo en que había entrado.

C) Ministerios del acólito

187. Las funciones que el acólito puede ejercer son de diversa índole y puede ocurrir que varias de ellas se den simultáneamente. Por lo tanto, es conveniente que se distribuyan oportunamente entre varios; pero cuando sólo un acólito está presente, haga él mismo lo que es de mayor importancia, distribuyéndose lo demás entre otros ministros.

Ritos iniciales

188. En la procesión hacia el altar, puede llevar la cruz en medio de dos ministros con cirios encendidos. Cuando hubiere llegado al altar, erige la cruz junto al altar para que sea la cruz del altar; pero si no se puede, la lleva a un lugar digno. Después ocupa su lugar en el presbiterio.

189. Durante toda la celebración, corresponde al acólito acercarse al sacerdote o al diácono, cuantas veces tenga que hacerlo, para presentarles el libro y ayudarles en lo que sea necesario. Por tanto conviene que, en la medida de lo posible, ocupe un lugar desde el que pueda ejercer oportunamente su ministerio, junto la sede o cerca del altar.

Liturgia Eucarística

190. En ausencia del diácono, concluida la oración universal, mientras el sacerdote permanece en la sede, el acólito pone sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz, la palia y el misal. Después, si es necesario, ayuda al sacerdote a recibir los dones del pueblo y, según las circunstancias, lleva el pan y el vino al altar y los entrega al sacerdote. Si se usa incienso, presenta el incensario al sacerdote y lo asiste en la incensación de las ofrendas, de la cruz y del altar. Después inciensa al sacerdote y al pueblo.

191. Cuando sea necesario, el acólito ritualmente instituido, como ministro extraordinario, puede ayudar al sacerdote en la distribución de la Comunión al pueblo.[100] Y si se da la Comunión bajo las dos especies, en ausencia del diácono, ofrece el cáliz a los que van a comulgar o sostiene el cáliz cuando la Comunión se da por intinción.

192. Y asimismo, el acólito instituido, terminada la distribución de la Comunión, ayuda al sacerdote o al diácono en la purificación y en el arreglo de los vasos sagrados. En ausencia del diácono, el acólito ritualmente instituido lleva los vasos sagrados a credencia y allí los purifica los seca y los arregla del modo acostumbrado.

193. Terminada la celebración de la Misa, el acólito y los otros ministros, juntamente con el diácono y el sacerdote, regresan procesionalmente a la sacristía de la misma manera y en el mismo orden en el que vinieron.

D) Ministerios del lector

Ritos iniciales

194. En la procesión hacia el altar, en ausencia del diácono, el lector, vestido con la vestidura aprobada, puede llevar el Evangeliario un poco elevado, caso en el cual, antecede al sacerdote; de lo contrario, va con los otros ministros.

195. Cuando hubiere llegado al altar, hace inclinación profunda con los demás. Si lleva el Evangeliario, se acerca al altar y coloca el Evangeliario sobre él. Después, juntamente con los otros ministros ocupa su lugar en el presbiterio.

Liturgia de la palabra

196. Desde el ambón hace las lecturas que preceden al Evangelio. Y en ausencia del salmista puede también proclamar el salmo responsorial después de la primera lectura.

197. En ausencia del diácono, después de la introducción del sacerdote, puede proponer desde el ambón las intenciones de la oración universal.

198. Si no hay canto de entrada ni de Comunión y los fieles no dicen las antífonas propuestas en el Misal, puede decirlas en el momento oportuno (cfr. núms. 48.87).

II. LA MISA CONCELEBRADA

199. La concelebración, con la que se manifiesta provechosamente la unidad del sacerdocio y del sacrificio, como también de todo el pueblo de Dios, por el mismo rito está mandada: en la ordenación del Obispo y de los presbíteros, en la bendición de un Abad y en la Misa Crismal.

Sin embargo, se recomienda a no ser que el provecho de los fieles requiera o aconseje otra cosa:

a) Para la Misa vespertina en la Cena del Señor.

b) Para la Misa que se celebra en los Concilios, en las Reuniones de Obispos y en los Sínodos.

c) Para la Misa conventual y para la Misa principal que se celebra en las iglesias y en los oratorios.

d) Para las Misas que se celebran en cualquier tipo de reuniones de sacerdotes, tanto seculares como religiosos.[101]

Sin embargo, es lícito a cada sacerdote celebrar de manera individual la Eucaristía, pero no en el mismo tiempo en el que se tiene concelebración en la misma iglesia u oratorio. No obstante, el Jueves santo en la Cena del Señor y en la Misa de la Vigilia pascual, no se permite ofrecer el sacrificio en forma individual.

200. Los presbíteros peregrinos sean admitidos con gusto a la concelebración, siempre que se haya comprobado su condición de sacerdotes.

201. Donde hay un gran número de sacerdotes, la concelebración puede hacerse varias veces en el mismo día, cuando la necesidad o la utilidad pastoral lo aconsejen; sin embargo, deben tenerse en tiempos sucesivos o en lugares sagrados diversos.[102]

202. Corresponde al Obispo, según las normas del Derecho, ordenar la disciplina de la concelebración en todas las iglesias y oratorios de su diócesis.

203. Hónrese de manera particular la concelebración en la que los presbíteros de una diócesis concelebran con su propio Obispo, especialmente la Misa estacional en los días más solemnes del año litúrgico, la Misa de ordenación de un nuevo Obispo de la diócesis o de suCoadjutor o Auxiliar, la Misa Crismal, la Misa vespertina en la Cena del Señor, las celebraciones del Santo Fundador de la Iglesia local o del Patrono de la diócesis, los aniversarios del Obispo y, finalmente, con ocasión del Sínodo o de la visita pastoral.

Por la misma razón se recomienda la concelebración cuantas veces los sacerdotes se reúnen con el propio Obispo, sea con ocasión de los ejercicios espirituales o de alguna reunión. En estos casos se manifiesta de forma más perceptible el signo de la unidad del sacerdocio y de la Iglesia, que es propio de toda concelebración.[103]

204. Por una causa especial, como sería el mayor sentido que tiene un rito o de una festividad, se concede facultad de celebrar o concelebrar varias veces en el mismo día, en los siguientes casos:

a) Si alguien celebró o concelebró el Jueves Santo en la Misa Crismal, puede celebrar o concelebrar también en la Misa vespertina en la Cena del Señor.

b) Si alguien celebró o concelebró en la Misa de la Vigilia Pascual, puede celebrar o concelebrar la Misa en día de Pascua.

c) En la Navidad del Señor todos los sacerdotes pueden celebrar o concelebrar tres Misas, con tal de que ellas se celebren a su tiempo.

d) El día de la Conmemoración de todos los fieles difuntos, todos los sacerdotes pueden celebrar o concelebrar tres Misas con tal de que las celebraciones se hagan en diversos tiempos y observando lo establecido acerca de la aplicación de la segunda y de la tercera Misa.[104]

e) Si alguien concelebra con su Obispo o su delegado en un Sínodo y en la visita pastoral, o con ocasión de reuniones de sacerdotes, puede de nuevo celebrar otra Misa para utilidad de los fieles. Lo mismo vale, observando lo que debe observarse, para las reuniones de religiosos.

205. La Misa concelebrada se ordena, en cualquiera de sus formas, según las normas que se deben observar comúnmente (cfr. núms. 112-198), observando o cambiando lo que más abajo se expondrá.

206. Ninguno jamás pretenda tomar parte de una concelebración, ni sea admitido en ella, una vez que la Misa haya ya empezado.

207. En el presbiterio prepárense:

a) Sillas y folletos para los sacerdotes concelebrantes.

b) En la credencia: un cáliz de suficiente capacidad o varios cálices.

208. Si no está presente un diácono, los ministerios propios de éste serán desempeñados por algunos de los concelebrantes.

Si tampoco están presentes otros ministros, las partes propias de ellos pueden ser encomendadas a otros fieles idóneos; de lo contrario serán cumplidas por algunos concelebrantes.

209. Los concelebrantes, en la sacristía o en otro lugar apropiado, se revisten con las vestiduras sagradas que suelen utilizar cuando celebran la Misa individualmente. Pero si hay una justa causa, por ejemplo, un gran número de concelebrantes o falta de ornamentos, los concelebrantes, con excepción siempre del celebrante principal, pueden omitir la casulla o planeta, poniendo la estola sobre el alba.

Ritos iniciales

210. Cuando todo está debidamente preparado se hace, como de costumbre, la procesión hacia el altar por en medio de la Iglesia. Los sacerdotes concelebrantes preceden al celebrante principal.

211. Cuando llegan al altar, los concelebrantes y el celebrante principal, hacen inclinación profunda, veneran el altar con un beso y después se dirigen a la silla que les fue asignada. Pero el celebrante principal, dado el caso, inciensa la cruz y el altar, y va a la sede.

Liturgia de la Palabra

212. Durante la Liturgia de la Palabra los concelebrantes ocupan su propio lugar y se sientan y se levantan, de la misma forma como lo hace el celebrante principal.

Iniciado el Aleluya, todos se levantan, excepto el Obispo, quien pone incienso al turíbulo sin decir nada, y bendice al diácono o, si no hay un diácono presente, al concelebrante que proclamará el Evangelio. Pero en la concelebración que preside un presbítero, el concelebrante que proclama el Evangelio cuando no está presente un diácono, ni pide ni recibe la bendición del concelebrante principal.

213. La homilía la hará de ordinario el celebrante principal o uno de los concelebrantes.

Liturgia Eucarística

214. Al celebrante principal corresponde la preparación de los dones (cfr. núms. 139-146), durante la cual los demás concelebrantes permanecen en sus lugares.

215. Después de haber dicho el celebrante principal la oración sobre las ofrendas, los concelebrantes se acercan al altar y permanecen cerca de él, pero de tal modo que no impidan el desarrollo de los ritos y que la acción sagrada pueda ser bien presenciada por los fieles, ni que sean impedimento al diácono cuando, por razón de su ministerio, debe acercarse al altar.

El diácono desempeñe su propio ministerio cerca del altar, sirviendo, cuando sea necesario, en lo que se refiere al cáliz y al misal. Sin embargo, en cuanto sea posible, permanezca un poco detrás de los sacerdotes concelebrantes, quienes están de pie cerca del concelebrante principal.

Modo de proclamar la Plegaria Eucarística

216. El prefacio lo canta o lo dice solo el celebrante principal; el Santo, en cambio, lo cantan o lo dicen todos los concelebrantes juntamente con el pueblo y los cantores.

217. Terminado el Santo, los sacerdotes concelebrantes prosiguen la Plegaria Eucarística en el modo descrito más abajo. Solo el celebrante principal hace los gestos, a no ser que se indique de otra manera.

218. Las partes que dicen conjuntamente todos los concelebrantes y, especialmente, las palabras de la consagración, las cuales todos están obligados a pronunciar, deben decirse de tal modo que los concelebrantes las acompañen en voz baja y que la voz del celebrante principal se escuche claramente. De esta manera las palabras serán comprendidas más fácilmente por el pueblo.

Es muy loable que se canten las partes que deben ser dichas simultáneamente por todos los concelebrantes y que en el misal están embellecidas con nota musical.

Plegaria Eucarística I o Canon Romano

219. En la Plegaria Eucarística I o Canon Romano, Padre misericordioso lo dice solamente el celebrante principal con las manos extendidas.

220. El Memento de los vivos (Acuérdate, Señor,) y la Conmemoración de los Santos (Reunidos en comunión) conviene encomendarlos a uno u otro de los concelebrantes, y él solo dice estas oraciones, con las manos extendidas y en voz alta.

221. Acepta, Señor, en tu bondad, lo dice solamente el celebrante principal, con las manos extendidas.

222. Desde Bendice y santifica, oh Padre, hasta Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, el celebrante principal hace los gestos, pero todos los concelebrantes dicen todo simultáneamente, de este modo:

a) Bendice y santifica, oh Padre, con las manos extendidas hacia las ofrendas.

b) El cual, la víspera de su Pasión y Del mismo modo, acabada la cena, con las manos juntas.

c) Las palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha extendida hacia el pan y hacia el cáliz; pero en la elevación miran la Hostia y el cáliz y luego se inclinan profundamente.

d) Por eso, Padre, nosotros, tus siervos, y Mira con ojos de bondad, con las manos extendidas.

e) Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, inclinados y con las manos juntas hasta las palabras: al participar aquí de este altar y, en seguida, se enderezan, signándose a las palabras seamos colmados de gracia y bendición.

223. La intercesión por los difuntos (Acuérdate también, Señor, de tus hijos) y Y a nosotros pecadores, siervos tuyos, conviene encomendarlos a uno u otro de los concelebrantes y él solo las pronuncia con las manos extendidas y en voz alta.

224. A las palabras Y a nosotros, pecadores, siervos tuyos, todos los concelebrantes se golpean el pecho.

225. Por Cristo, Señor nuestro, por quien sigues creando es dicho sólo por el celebrante principal.

Plegaria Eucarística II

226. En la Plegaria Eucarística II Santo eres en verdad, Señor, es dicho sólo por el celebrante principal, con las manos extendidas.

227. Desde Por eso te pedimos que santifiques, hasta Te pedimos humildemente, todos los concelebrantes lo dicen simultáneamente, de este modo:

a) Por eso te pedimos que santifiques, con las manos extendidas hacia las ofrendas.

b) El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión y Del mismo modo, acabada la cena, con las manos juntas.

c) Las palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha extendida hacia el pan y hacia el cáliz; pero en la elevación miran la Hostia y el cáliz y luego se inclinan profundamente.

d) Así, pues, Padre, al celebrar ahora, y Te pedimos humildemente, que el Espíritu Santo con las manos extendidas.

228. Las intercesiones por los vivos Acuérdate, Señor, de tu Iglesia y por los difuntos Acuérdate también de nuestros hermanos, conviene encomendarlas a uno u otro de los concelebrantes y las pronuncia él solo con las manos extendidas, en voz alta.

Plegaria Eucarística III

229. En la Plegaria Eucarística III Santo eres en verdad, Padre, es dicho sólo por el celebrante principal, con las manos extendidas.

230 Desde Por eso, Padre, te suplicamos, hasta Dirige tu mirada, sobre la ofrenda lo dicen simultáneamente todos los concelebrantes, de este modo:

a) Por eso, Padre, te suplicamos, con las manos extendidas hacia las ofrendas.

b) Porque él mismo, la noche en que iba a ser entregado y Del mismo modo, acabada la cena, con las manos juntas.

c) Las palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha extendida hacia el pan y hacia el cáliz; pero en la elevación miran la Hostia y el cáliz y luego se inclinan profundamente.

d) Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial y Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, con las manos extendidas.

231. Las intercesiones: Que Él nos transforme en ofrenda permanente, Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación y A nuestros hermanos difuntos conviene encomendarlas a uno u otro de los concelebrantes, quien las pronuncia en voz alta, solo, con las manos extendidas.

Plegaria Eucarística IV

232. En la Plegaria Eucarística IV Te alabamos, Padre santo, porque eres grande hasta llevando a plenitud su obra en el mundo, son dichas sólo por el celebrante principal, con las manos extendidas.

233. Desde: Por eso, Padre, te rogamos, hasta Dirige tu mirada, sobre esta Víctima lo dicen simultáneamente todos los concelebrantes, de este modo:

a) Por eso, Padre, te rogamos, con las manos extendidas hacia las ofrendas.

b) Porque Él mismo, llegada la hora y Del mismo modo, tomó el cáliz con las manos juntas.

c) Las Palabras del Señor, si parece conveniente, con la mano derecha extendida hacia el pan y hacia el cáliz; pero en la elevación miran la Hostia y el cáliz y luego se inclinan profundamente.

d) Por eso, Padre, al celebrar ahora el memorial y Dirige tu mirada sobre esta Víctima con las manos extendidas.

234. La intercesión Y ahora, Señor, acuérdate, de todos aquellos y Padre de bondad, que todos tus hijos nos reunamos conviene encomendarlas a uno u otro de los concelebrantes y él solo las pronuncia, con las manos extendidas.

235. Respecto a las otras Plegarias Eucarísticas aprobadas por la Sede Apostólica, obsérvense las normas determinadas para cada una de ellas.

236. La doxología final de la Plegaria Eucarística es pronunciada solamente por el sacerdote celebrante principal y, si se quiere, juntamente con los otros concelebrantes, pero no por los fieles.

Rito de la comunión

237. Después, con las manos juntas, el celebrante principal dice la monición antes de la Oración del Señor, y en seguida, con las manos extendidas, juntamente con los demás concelebrantes, quienes también extienden las manos, y con el pueblo, dice la Oración del Señor.

238. Líbranos de todos los males, Señor, es dicho sólo por el celebrante principal, con las manos extendidas. Todos los concelebrantes, juntamente con el pueblo, dicen la aclamación final: Tuyo es el reino.

239. Después de la monición del diácono o, en su ausencia, de uno de los concelebrantes: Dense fraternalmente la paz, todos se dan la paz. Los que están más cerca del celebrante principal reciben la paz de él antes que el diácono.

240. Mientras se dice Cordero de Dios, los diáconos o algunos de los concelebrantes, pueden ayudar al celebrante principal a partir las Hostias, sea para Comunión de los concelebrantes, sea para la del pueblo.

241. Terminada la “inmixtión” o bien, la mezcla del Cuerpo y de la Sangre del Señor, sólo el celebrante principal, con las manos juntas, dice el secreto la oración Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, o Señor Jesucristo la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre.

242. Terminada la oración antes de la Comunión, el celebrante principal hace genuflexión y se retira un poco. Los concelebrantes, por su parte, uno tras otro, se acercan al centro del altar, hacen genuflexión y toman reverentemente del altar el Cuerpo de Cristo, lo tienen con la mano derecha, poniendo debajo la izquierda y se retiran a sus lugares. Sin embargo, los concelebrantes también pueden permanecer en sus lugares y tomar el Cuerpo de Cristo de la patena que el celebrante principal, o uno o varios de los concelebrantes sostienen, pasando ante ellos; o también pasándose la patena uno a otro hasta el último.

243. Después, el celebrante principal toma el Hostia consagrada en esa misma Misa, y teniéndola un poco elevada sobre la patena o sobre el cáliz, vuelto hacia el pueblo dice: Éste es el Cordero de Dios, y prosigue con los concelebrantes y con el pueblo, diciendo: Señor, no soy digno.

244. En seguida, el celebrante principal, vuelto hacia el altar, dice en secreto: El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna, y come reverentemente el Cuerpo de Cristo. Del mismo modo hacen los concelebrantes, dándose ellos mismos la Comunión. Después de ellos, el diácono recibe del celebrante principal el Cuerpo y la Sangre del Señor.

245. La Sangre del Señor se puede tomar o bebiendo directamente del cáliz o por intinción, o con una cánula, o con una cucharilla.

246. Si la Comunión se recibe bebiendo directamente del cáliz, puede emplearse uno de estos modos:

a) El celebrante principal de pie, al centro del altar toma el cáliz y dice en secreto: La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna y bebe un poco de la Sangre del Señor y entrega el cáliz al diácono o a un concelebrante. Después distribuye la Comunión a los fieles (cfr. núms.160 -162).

Los concelebrantes, uno tras otro, o de dos en dos, si se emplean dos cálices, se acercan al altar, hacen genuflexión, beben la Sangre, limpian el borde del cáliz y vuelven a sus asientos.

b) El celebrante principal en el centro del altar, de la manera acostumbrada bebe la Sangre del Señor.

Pero los concelebrantes pueden beber la Sangre del Señor permaneciendo en sus lugares y bebiendo del cáliz que les ofrece el diácono o un concelebrante, o también pasándose seguidamente el cáliz. El cáliz siempre se purifica o por el mismo que bebe o por quien presenta el cáliz. Cuando cada uno haya comulgado vuelve a su asiento.

247. En el altar, el diácono bebe reverentemente toda la Sangre de Cristo que quedó, ayudado, si es el caso, por algunos concelebrantes; después traslada el cáliz a la credencia y allí él mismo, o el acólito ritualmente instituido, lo purifica, lo seca y lo arregla (cfr. n. 183).

248. La Comunión de los concelebrantes también puede ordenarse de manera que cada uno comulgue en el altar el Cuerpo e inmediatamente después la Sangre del Señor.

En este caso, el celebrante principal toma la Comunión bajo las dos especies como de costumbre (cfr. n. 158), observando, sin embargo, el rito para la Comunión del cáliz elegido en cada caso, que seguirán los demás concelebrantes.

Terminada la comunión del celebrante principal, se deja el cáliz a un lado del altar sobre otro corporal. Los concelebrantes se acercan uno tras otro al centro del altar, hacen genuflexión y comulgan el Cuerpo del Señor; pasan después al lado del altar y beben la Sangre del Señor, según el rito escogido para la Comunión del cáliz, como se dijo antes.

De la misma manera, como se dijo antes, se hacen también la Comunión del diácono y la purificación del cáliz.

249. Si la Comunión de los concelebrantes se hace por intinción, el celebrante principal sume el Cuerpo y la Sangre del Señor de la manera acostumbrada, teniendo cuidado, sin embargo, de que en el cáliz quede suficiente cantidad de la Sangre del Señor para la Comunión de los concelebrantes. Después el diácono, o uno de los concelebrantes, dispone de modo apropiado el cáliz en el medio del altar, o a un lado, sobre otro corporal, junto con la patena que contiene las partículas de Hostias.

Los concelebrantes, uno tras otro, se acercan al altar, hacen genuflexión, toman una partícula, la mojan en parte en el cáliz y, poniendo el purificador debajo de la boca, comen la partícula mojada y, en seguida, se retiran a sus sitios como al inicio de la Misa.

También el diácono recibe la Comunión por intinción, el cual responde Amén al concelebrante quien le dice: El Cuerpo y la Sangre de Cristo. El diácono, por otra parte, bebe en el altar toda la Sangre que quedó, ayudado, si es el caso, por algunos concelebrantes; traslada el cáliz a la credencia y allí él, o un acólito ritualmente instituido, como de costumbre, lo purifica, lo seca y lo arregla.

Rito de conclusión

250. Todo lo demás, hasta el fin de la Misa, lo hace como de costumbre (cfr. núms. 166-168) el celebrante principal, permaneciendo los concelebrantes en sus sillas.

251. Los concelebrantes antes de retirarse del altar, hacen inclinación profunda al altar. Pero el celebrante principal venera el altar con un beso como de costumbre.

III. MISA EN LA QUE SÓLO PARTICIPA UN MINISTRO

252. En la Misa celebrada por el sacerdote, a quien sólo un ministro asiste y le responde, obsérvese el rito de la Misa con pueblo (cfr. núms. 120-169); el ministro, según las circunstancias, dice las partes del pueblo.

253. Con todo, si el ministro es un diácono, él mismo cumplirá las funciones que le son propias (cfr. núms. 171-186) y además realizará las otras partes del pueblo.

254. No se celebre la Misa sin un ministro, o por lo menos algún fiel, a no ser por causa justa y razonable. En este caso se omiten los saludos, las moniciones y la bendición al final de la Misa.

255. Antes de la Misa se preparan los vasos necesarios en la credencia o sobre el altar al lado derecho.

Ritos iniciales

256. El sacerdote, se acerca al altar y, hecha inclinación profunda junto con el ministro, venera el altar con un beso y se dirige a la sede. Si el sacerdote quiere puede permanecer en el altar; en este caso, también el misal se prepara allí. Entonces el ministro o el sacerdote dice la antífona de entrada.

257. Después el sacerdote con el ministro, estando de pie, se signa con el signo de la cruz y dice En el nombre del Padre; vuelto hacia el ministro lo saluda, eligiendo una de las fórmulas propuestas.

258. En seguida se hace el acto penitencial, y, según las rúbricas, se dice el Kyrie y el Gloria.

259. Luego, con las manos juntas, dice: Oremos, y después de una pausa conveniente, dice, con las manos extendidas, la oración colecta. Al final, el ministro aclama: Amén.

Liturgia de la palabra

260. Las lecturas, en cuanto sea posible, se proclamarán desde el ambón o desde el facistol.

261. Dicha la colecta, el ministro hace la primera lectura y el salmo; y cuando corresponda, también hace la segunda lectura con el versículo para el Aleluya u otro canto.

262. Después, profundamente inclinado, el sacerdote dice: Purifica mi corazón, y en seguida lee el Evangelio. Al final dice: Palabra del Señor, a lo que el ministro responde: Gloria a ti, Señor Jesús. Después el sacerdote venera el libro con un beso, diciendo en secreto: Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados.

263. En seguida, el sacerdote, según las rúbricas, dice el Símbolo juntamente con el ministro.

264. Sigue la oración universal, que también puede decirse en esta Misa. El sacerdote introduce y concluye la oración, pero el ministro dice las intenciones.

Liturgia Eucarística

265. En la Liturgia Eucarística todo se hace como en la Misa con pueblo, excepto lo que sigue.

266. Terminada la aclamación al final del embolismo que sigue a la Oración del Señor, el sacerdote dice la oración Señor Jesucristo, que dijiste; y luego agrega: La paz del Señor esté siempre con ustedes, a lo que el ministro responde: Y con tu espíritu. Según las circunstancias, el sacerdote da la paz al ministro.

267. En seguida, mientras dice con el ministro Cordero de Dios, el sacerdote parte la Hostia sobre la patena. Terminado el Cordero de Dios, hace la “inmixtión”, o sea la mezcla del Cuerpo y de la Sangre del Señor, diciendo en secreto: El Cuerpo y la Sangre.

268. Después de la “inmixtión”, es decir, la mezcla del Cuerpo y de la Sangre del Señor, el sacerdote dice en secreto la oración Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo o Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo; después hace la genuflexión, toma la Hostia y, si el ministro recibe la Comunión, vuelto hacia él y teniendo la Hostia un poco elevada sobre la patena o sobre el cáliz, dice: Este es el Cordero de Dios, y con él agrega: Señor, no soy digno. En seguida, vuelto hacia el altar, sume el Cuerpo de Cristo. Pero si el ministro no recibe la Comunión, hecha la genuflexión, el sacerdote toma la Hostia y, vuelto hacia el altar, dice una sola vez en secreto: Señor, no soy digno, y El Cuerpo de Cristo me guarde y en seguida sume el Cuerpo de Cristo. Después toma el cáliz y dice en secreto: La Sangre de Cristo me guarde y bebe la Sangre.

269. Antes de dar la Comunión al ministro, el ministro, o el mismo sacerdote dicen la antífona de Comunión.

270. El sacerdote purifica el cáliz en la credencia o en el altar. Si se purifica el cáliz en el altar, puede ser llevado por el ministro a la credencia, o se deja a un lado del altar.

271. Terminada la purificación del cáliz, es conveniente que el sacerdote guarde un intervalo de silencio; en seguida dice la oración después de la Comunión.

Rito de conclusión

272. El rito de conclusión se cumple como en la Misa con pueblo, omitido el Pueden ir en paz. El sacerdote, como de costumbre, venera el altar con un beso, y, hecha inclinación profunda juntamente con el ministro, se retira.

IV. ALGUNAS NORMAS MÁS GENERALES PARA TODAS LAS FORMAS DE MISA

Veneración del altar y del Evangeliario

273. Según la costumbre tradicional, la veneración del altar y del Evangeliario se cumple con el beso. Sin embargo, donde este signo no concuerda con las tradiciones o la índole de alguna región, corresponde a la Conferencia de los Obispos determinar otro signo en lugar de éste, con el consentimiento de la Sede Apostólica.

Genuflexión e inclinación

274. La genuflexión, que se hace doblando la rodilla derecha hasta la tierra, significa adoración; y por eso se reserva para el Santísimo Sacramento, así como para la santa Cruz desde la solemne adoración en la acción litúrgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor hasta el inicio de la Vigilia Pascual.

En la Misa el sacerdote que celebra hace tres genuflexiones, esto es: después de la elevación de la Hostia, después de la elevación del cáliz y antes de la Comunión. Las peculiaridades que deben observarse en la Misa concelebrada, se señalan en sus lugares (cfr. núms. 210-251).

Pero si el tabernáculo con el Santísimo Sacramento está en el presbiterio, el sacerdote, el diácono y los otros ministros hacen genuflexión cuando llegan al altar y cuando se retiran de él, pero no durante la celebración misma de la Misa.

De lo contrario, todos los que pasan delante del Santísimo Sacramento hacen genuflexión, a no ser que avancen procesionalmente.

Los ministros que llevan la cruz procesional o los cirios, en vez de la genuflexión, hacen inclinación de cabeza.

275. Con la inclinación se significa la reverencia y el honor que se tributa a las personas mismas o a sus signos. Hay dos clases de inclinaciones, es a saber, de cabeza y de cuerpo:

a) La inclinación de cabeza se hace cuando se nombran al mismo tiempo las tres Divinas Personas, y al nombre de Jesús, de la bienaventurada Virgen María y del Santo en cuyo honor se celebra la Misa.

b) La inclinación de cuerpo, o inclinación profunda, se hace: al altar, en las oraciones Purifica mi corazón y Acepta, Señor, nuestro corazón contrito; en el Símbolo, a las palabras y por obra del Espíritu Santo o que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; en el Canon Romano, a las palabras Te pedimos humildemente. El diácono hace la misma inclinación cuando pide la bendición antes de la proclamación el Evangelio. El sacerdote, además, se inclina un poco cuando, en la consagración, pronuncia las palabras del Señor.

Incensación

276. La turificación o incensación expresa reverencia y oración, tal como se indica en la Sagrada Escritura (cfr. Sal 140, 2; Ap 8, 3).

El incienso puede usarse a voluntad en cualquier forma de Misa:

a) durante la procesión de entrada;

b) al inicio de la Misa para incensar la cruz y el altar;

c) para la procesión y proclamación del Evangelio;

d) después de ser colocados el pan y el vino sobre el altar, para incensar las ofrendas, la cruz y el altar, así como al sacerdote y al pueblo;

e) En la elevación de la Hostia y del cáliz después de la consagración.

277. El sacerdote, cuando pone incienso en el turíbulo, lo bendice con el signo de cruz sin decir nada.

Antes y después de la incensación se hace inclinación profunda a la persona o al objeto que se inciensa, exceptuados el altar y las ofrendas para el sacrificio de la Misa.

Con tres movimientos del turíbulo se inciensan el Santísimo Sacramento, las reliquias de la santa Cruz y las imágenes del Señor expuestas para pública veneración, las ofrendas para el sacrificio de la Misa, la cruz del altar, el Evangeliario, el cirio pascual, el sacerdote y el pueblo.

Con dos movimientos del turíbulo se inciensan las reliquias y las imágenes de los Santos expuestas para pública veneración, y únicamente al inicio de la celebración, después de la incensación del altar.

El altar se inciensa con un único movimiento, de esta manera:

a) Si el altar está separado de la pared, el sacerdote lo inciensa circundándolo.

b) Pero si el altar no está separado de la pared, el sacerdote, al ir pasando, inciensa primero la parte derecha y luego la parte izquierda.

La cruz, sí está sobre el altar o cerca de él, se turifica antes de la incensación del altar, de lo contrario cuando el sacerdote pasa ante ella.

El sacerdote inciensa las ofrendas con tres movimientos del turíbulo, antes de la incensación de la cruz y del altar, o trazando con el incensario el signo de la cruz sobre las ofrendas.

Las purificaciones

278. Siempre que algún fragmento de la Hostia se haya adherido a los dedos, sobre todo después de la fracción o de la Comunión de los fieles, el sacerdote debe limpiar los dedos sobre la patena y, o según la necesidad, lavarlos. Del mismo modo, deben recogerse los fragmentos que hubiera fuera de la patena.

279. Los vasos sagrados son purificados por el sacerdote, o por el diácono o por el acólito instituido, después de la Comunión o después de la Misa, en cuanto sea posible en la credencia. La purificación del cáliz se hace con agua o con agua y vino, que tomará el mismo que purifica. La patena, como de costumbre, límpiese con el purificador.

Préstese atención a que lo que quizás quedare de la Sangre de Cristo después de la distribución de la Comunión, se beba inmediata e íntegramente en el altar.

280. Si se cae la Hostia o alguna partícula, recójase con reverencia; pero si se derrama algo de la Sangre del Señor, lávese con agua el lugar donde hubiere caído y, después, viértase esta agua en el “sacrarium” (o piscina) colocado en la sacristía.

Comunión bajo las dos especies

281. Cuando la sagrada Comunión se hace bajo las dos especies el signo adquiere una forma más plena. De esta forma, en efecto, el signo del banquete eucarístico resplandece más perfectamente y expresa más claramente la voluntad divina con que se ratifica la Alianza nueva y eterna en la Sangre del Señor, así como también la relación entre el banquete eucarístico y el banquete escatológico en el reino del Padre.[105]

282. Procuren los sagrados pastores recordar, de la mejor manera posible, a los fieles que participan en el rito o que intervienen en él, la doctrina católica sobre las formas de distribución de la sagrada Comunión, según el Concilio Ecuménico Tridentino. En primer lugar, recuerden a los fieles que la fe católica enseña que también bajo una sola de las dos especies se recibe a Cristo todo e íntegro y el verdadero Sacramento; y que, por consiguiente, en lo tocante a su fruto, no se priva de ninguna gracia necesaria para la salvación a quienes sólo reciben una de las especies.[106]

Enseñen además, que en la administración de los Sacramentos, dejando intacto lo que constituye su sustancia, la Iglesia tiene la facultad para determinar o cambiar aquello que juzgue más conveniente para su veneración o para la utilidad de quienes los reciben, según la diversidad de las circunstancias, tiempos y lugares.[107] Y en el mismo sentido, exhorten a los fieles para que se interesen por participar más intensamente en el sagrado rito, en el cual resplandece de manera más plena el signo del banquete eucarístico.

283. La Comunión bajo las dos especies se permite, además de los casos expuestos en los libros rituales:

a) a los sacerdotes que no pueden celebrar o concelebrar el sacrificio;

b) al diácono y a los demás que desempeñan algún ministerio en la Misa;

c) a los miembros de las comunidades en la Misa conventual o en la denominada “de comunidad”, a los alumnos de los seminarios, a todos los que se dedican a los ejercicios espirituales o participan en una reunión espiritual o pastoral.

El Obispo diocesano puede establecer para su diócesis las normas acerca de la Comunión bajo las dos especies, que también han de observarse en las iglesias de los religiosos y en pequeños grupos. A este mismo Obispo se da la facultad de permitir la Comunión bajo las dos especies cuantas veces esto le parezca oportuno al sacerdote, al cual, como pastor propio le está encomendada la comunidad, con tal de que los fieles estén bien instruidos y que esté ausente todo peligro de profanación del Sacramento, o que el rito se torne más dificultoso por la multitud de participantes, o por otra causa.

En cuanto al modo de distribuir a los fieles la sagrada Comunión bajo las dos especies y a la extensión de la facultad, las Conferencias de Obispos pueden dar normas, una vez aprobadas las disposiciones por la Sede Apostólica.

284. Cuando se distribuye la Comunión bajo las dos especies:

a) el diácono, como de costumbre, sirve con el cáliz o, en su ausencia, un presbítero o también un acólito ritualmente instituido u otro ministro extraordinario de la sagrada Comunión; o un fiel, a quien, en caso de necesidad, se le confía este ministerio “ad actum”; (para esta ocasión;)

b) lo que quizás quede de la Sangre de Cristo, es bebido en el altar por el sacerdote o por el diácono, o por el acólito ritualmente instituido, quien sirvió con el cáliz y que también purifica, seca y arregla los vasos sagrados de la manera acostumbrada.

A los fieles, que quizás quieran comulgar solo bajo la especie de pan, déseles la sagrada Comunión de esta forma.

285. Para distribuir la sagrada Comunión bajo las dos especies, prepárese:

a) un cáliz de suficiente capacidad o varios cálices si la Comunión se hace bebiendo directamente del cáliz, pero previendo siempre prudentemente que al final de la celebración no quede de la Sangre de Cristo más de lo que es prudente para ser bebida.

b) Si se hace por intinción, las hostias no sean demasiado delgadas ni demasiado pequeñas, sino de un espesor mayor que el de costumbre, para que las hostias mojadas en parte con la Sangre del Señor puedan ser cómodamente distribuidas.

286. Si la Comunión de la Sangre del Señor se hace bebiendo del cáliz, quien va a comulgar, después de haber recibido el Cuerpo de Cristo, pasa al ministro del cáliz y permanece de pie ante él. El ministro le dice: La Sangre de Cristo; quien va a comulgar responde: Amén; y el ministro le entrega el cáliz, para que lo lleve a la boca el mismo que va a comulgar, con sus manos. El que va a comulgar bebe un poco del cáliz, lo devuelve al ministro y se retira; el ministro limpia el borde del cáliz con el purificador.

287. Si la Comunión del cáliz se hace por intinción, quien va a comulgar, teniendo la patena debajo de la boca, se acerca al sacerdote, quien sostiene el vaso con las sagradas partículas y a cuyo lado se sitúa el ministro que sostiene el cáliz. El sacerdote toma la Hostia, moja parte de ella en el cáliz y, mostrándola, dice: El Cuerpo y la Sangre de Cristo; quien va a comulgar responde: Amén, recibe del sacerdote el Sacramento en la boca, y en seguida se retira.


Notas

[91] Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 41.

[92] Cfr. Ceremonial de los Obispos, núms. 119-186.

[93] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 42; Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, núm. 28; Decreto sobre el ministerio y la vida de los Presbíteros, Presbyterorum ordinis núm. 5. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm. 26: A.A.S. 59 (1967) pág. 555.

[94] Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm. 47: A.A.S. 59 (1967) pág. 565

[95] Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm. 26: A.A.S. 59 (1967) pág. 555; Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Musicam sacram, día 5 de marzo de 1967, núms. 16. 27: A.A.S. 59 (1967) págs. 305. 308.

[96] Cfr. Instrucción interdicasterial acerca de algunos asuntos de la cooperación de los fieles laicos en el ministerio de los sacerdotes, Ecclesiae de mysterio, día 15 de agosto de 1997, artículo 6: A.A.S. 89 (1997) pág. 869.

[97] Cfr. Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, Instrucción Inaestimabile donum, día 3 de abril de 1980, núm. 10: A.A.S. 72 (1980) pág. 336; Instrucción interdicasterial de algunos asuntos acerca de la cooperación de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes, Ecclesiae de mysterio, día 15 da agosto de 1997, artículo 8: A.A.S. 89 (1997) pág. 871.

[98] Cfr. más adelante el Apéndice, Rito para designar un ministro para distribuir la Sagrada Comunión “ad actum” (ocasionalmente). (edición actual, pág. XXX).

[99] Ceremonial de los Obispos, núms. 1118-1121.

[100] Cfr. Pablo VI, Carta Apostólica Ministeria quaedam, día 15 de agosto de 1972: A.A.S. 64 (1972) pág. 532.

[101] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, núm. 57; Código de Derecho Canónico, canon 902

[102] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm. 47: A.A.S. 59 (1967) pág. 566.

[103] C. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm. 47: A.A.S. 59 (1967) pág. 565.

[104] Cfr. Benedicto XV, Constitución Apostólica Incruentum altaris sacrificium, día 10 de agosto de 1915: A.A.S. 7 (1915) págs. 401-404

[105] Cfr. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, día 25 de mayo de 1967, núm. 32: A.A.S. 59 (1967) pág. 558.

[106] Cfr. Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXI, 16 de julio de 1562, Decreto sobre la Comunión eucarística, capítulos 1-3, Denz-Schönm 1725-1729.

[107] Cfr. ConcilioEcuménicoTridentino, Sesión XXI, 16 de julio de 1562, Decreto sobre la Comunión eucarística, capítulo 2, Denz-Schönm 1728.