Domingo 7 de enero
Evangelio según San Mateo, capítulo 2, versículo del 1 al 12
Adoración de los Magos
1 Cuando hubo nacido Jesús en Betlehem de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos del Oriente llegaron a Jerusalén, 2 y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo". 3 Oyendo esto, el rey Herodes se turbó y con él toda Jerusalén. 4 Y convocando a todos los principales sacerdotes y a los escribas del pueblo, se informó de ellos dónde debía nacer el Cristo. 5 Ellos le dijeron: "En Betlehem de Judea, porque así está escrito por el profeta: 6 "Y tú Betlehem (del) país de Judá, no eres de ninguna manera la menor entre las principales (ciudades) de Judá, porque de ti saldrá el caudillo que apacentará a Israel mi pueblo". 7 Entonces Herodes llamó en secreto a los magos y se informó exactamente de ellos acerca del tiempo en que la estrella había aparecido. 8 Después los envió a Betlehem diciéndoles: "Id y buscad cuidadosamente al niño; y cuando lo hayáis encontrado, hacédmelo saber, para que vaya yo también a adorarlo". 9 Con estas palabras del rey, se pusieron en marcha, y he aquí que la estrella, que habían visto en el Oriente, iba delante de ellos, hasta que llegando se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. 10 Al ver de nuevo la estrella experimentaron un gozo muy grande. 11 Entraron en la casa y vieron al niño con María su madre. Entonces, prosternándose lo adoraron; luego abrieron sus tesoros y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra. 12 Y, avisados en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino.
Comentario
1. Mago es el nombre que entre los persas y caldeos se daba a los hombres doctos que cultivaban las ciencias, especialmente la astronomía.
2. El rey recién nacido es a los ojos de los magos un rey universal, tal como lo daban a conocer los divinos oráculos de la Biblia que se habían ido esparciendo por el mundo de entonces (cf. Jer. 23, 5 ss.; 33, 15; Is. caps. 11, 32, 60; Ez. 37, 23 ss.). Pero no se trata para ellos de un rey como los demás, observa Fillion, "sino del rey ideal, desde tiempo atrás anunciado y prometido por Dios, que había de salvar a su pueblo y a toda la humanidad". Véase la profecía del ángel en Luc. 1, 32; la aclamación del pueblo en Marc. 11, 10; la confesión de Pilato en Juan 19, 19, etc.
6. Véase Miq. 5, 2; Juan 7, 42. Betlehem o Belén, ciudad situada a 8 kms. al sur de Jerusalén. Una magnífica Basílica recuerda el nacimiento del Salvador. En la gruta, debajo, arden constantemente 32 lámparas; y una estrella señala el lugar donde nació nuestro Redentor. Sobre el símbolo de la estrella véase la profecía de Balaam en Núm. 24, 17 y Apoc. 22, 16, donde Jesús mismo se da ese nombre (cf. S. 109, 3 y nota).
11. Como hijos de los gentiles, "reconozcamos en los magos adoradores las primicias de nuestra vocación y de nuestra fe, y celebremos con corazones dilatados por la alegría los comienzos de esta dichosa esperanza; pues, desde este momento se inicia nuestra entrada en la celestial herencia de los hijos de Dios" (S. León Magno). Los dones de los magos son muy significativos: el oro simboliza la realeza; el incienso, la divinidad; la mirra, la humanidad. Se trata, pues, de una pública confesión de la divinidad del Hijo del hombre y de la realeza que había sido anunciada por el ángel (Luc. 1, 32; S. 71, 10 s. y notas).
Estos comentarios corresponden a la versión electrónica de la Biblia y Comentario de Mons. Juan Straubinger, cortesía de VE Multimedios
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